Volvamos a la habitación, te voy a hacer reir


Tripulábamos barcos, desayunábamos cada día en un lugar diferente y amábamos la vida tal y como se nos presentaba. Eterna, efímera, en forma de avión y ventanillas de autobuses. Lo que más me gustaba era preparar el desayuno. Poner el café al fuego lento y colocar las tazas cada una en su sitio. Lo más bonito era conquistar casas abandonadas, imaginar vidas que nunca ocurrieron en ellas, o quizá sí y nadie lo sabe. Lo ideal era encontarnos gatos por las aceras tomando el sol. Eramos dos desconocidos que se conocen demasiado bien. Había una chispa entre nosotros que aún hoy nos sigue. Nos ilumina. Hace que nuestros cuerpos no quieran separarse nunca. Un "para siempre" estaría genial. Eso eran nuestros días de viaje. Nuestra mirada perdiendose desde la ventanilla del autobús. Mi cabeza recostada en tu hombro. Dejar que las horas pasen para llegar a nuestro destino. Eramos felices saltando de un día a otro con una única preocupación: Vivir como si la vida nos fuera en ello. Y nunca mejor dicho. Amándonos como locos en cualquier lugar porque el lugar es lo de menos. Sentir que estamos en una montaña rusa, en una noria en lo alto del Tibidabo, mientras despega el avión, cogidos de la mano. Esa sensación que te agarra el pecho y te provoca una sonrisa enorme. Esas mariposas que viven en nuestras manos desde un verano fugaz. No necesito nada más. Nada más que la eternidad de tu mirada.

Y mañana París. Y yo no hago otra cosa que sonreir. Volveré con doscientas mil fotos, un par de sueños cumplidos y restos de aventuras en mis manos.

"Y un día, me besaste. El tiempo pasó. El tiempo voló.
Y todo parecía tan fácil...... tan simple. Libre.
Tan nuevo y único. Fuimos al cine. Fuimos a bailar.
De compras. Nos reímos. Tú lloraste. Nadamos, fumamos.
Nos rasuramos. De vez en cuando, tú gritabas. Sin razón.
A veces con razón. Sí, a veces con razón. Te acompañé al conservatorio.
Estudié para mis exámenes. Escuché tus canciones, tus esperanzas.
Tus deseos. Escuché tu música. Y tú escuchaste la mía. Estábamos unidos.
Tan unidos. Cada vez más unidos. Fuimos al cine. Fuimos a nadar.
Nos reímos juntos. Tú gritabas. A veces con razón. Y a veces sin razón.
El tiempo pasó. El tiempo voló.."

París je t'aime

Te voy a contar un secreto. Tengo legañas en los ojos y restos de tus manos en mi piel. Tu mirada y la mía lucharon a decirse cosas bonitas y ganaron las dos. Jugamos a un baile prohibido desafíando las prohibiciones y te sentí dentro, muy dentro. Te mordí los labios dejándote la marca de mis dientes, por si al mirarte al espejo no recordabas quien soy. Nos escondimos bajo las sábanas y desaparecí de este mundo para caminar entre las estrellas. Mi alma bailó por toda la habitación e incluso he de confesarte, se me escapó una lágrima de felicidad. Rellenamos los depositos de amor con unos doscientos besos, o más, quien sabe. Te voy a contar otro secreto: voy a olvidar todo lo que me dijiste con la luz apagada. Ya sabes que yo soy de las que luchan contra viento y marea y no me asusta ninguna tormenta. Tengo un barco preparado dispuesto a surcar los mares a tu lado. La brújula es mi corazón. Y pese a que amo el mar en calma no me disgusta navegar con temporal. Quizá en nuestro viaje encontremos una isla a la que volver siempre que nos odie la vida. En donde hacer eternos los instantes y almacenar todos recuerdos. Porque lo siento, pero no estoy dispuesta a borrarlos como Clementine. Te quedarás en mi corazón para siempre.

"- ¿Quieres saber qué me gusta de ti? Que me rechazaste,
que eres delicado, que estás asustado, que eres guapo,
que estás fuera, que me provocas ternura, que me excitas,
que estás igual de atrapado que yo."
Azul oscuro casi negro

Grita



Hay días en las que me siento pequeñita, camino por la calle y los gigantes pasan a mi lado sin mirarme. Las baldosas crecen, los árboles alcanzan el infinito y las camisas me llegan a los pies. El corazón se sale por uno de mis ojos. Tengo los ojos salados y el cuerpo pequeño, miradas de sal, llagas en los labios de morder la vida. Es entonces cuando me apetece ir corriendo a una playa desierta a gritarle al mar todo lo que siento. Y sentarme en la arena, taparme con un paraguas y hacer un refugio a prueba de balas. Acurrucarme para no tener frío. A esperar a que pasen las horas y me tapen con su manto. Esperar a que la intensidad del amanecer me transmita toda su fuerza. Dibujando en cada color todo lo que siento muy en el fondo, gris, rojo, amarillo, azul, sol. Que me ciegue hasta que deje por un momento de ver. El infinito, la intensidad. Volver a la vida, salir de mi refugio y caminar de lado a lado de la playa llena de ganas. Ganas de disfrutar de cada amanecer a tu lado, de la música que toca el corazón, de lo que nos llena sin apenas darnos cuenta. Lo que cuenta en esta vida es lo que llevamos dentro. Como me gustaría despojarme de los horarios y de los obstáculos que hacen grises mis días. Si pudiera cada mañana volver a vivir en ese amanecer. Si encontrara la respuesta en el fondo del mar, con el infinito reflejándose en mi mirada. Toca morir y renacer cada dos días y encontrar lo que buscamos en el fondo de la taza del desayuno, colgarnos de las horas e ir de un lado a otro creyendo que llegamos tarde. Y en algún momento, perdernos por el cielo desde la ventanilla del autobús, el único momento en el que nos invade la calma. Pero esa playa desierta.. esa playa desierta es todo lo que necesito ahora. Abrazada a mi misma, colgada del tiempo, despojándome del peso de la vida.


Despierta
No mires pasar los días
cómo quien ve caer la nieve
sobre la ciudad que siempre habitas.

.. Sube corriendo por el andamio
hasta lo alto de tu casa,
allá donde se curva el horizonte
y desde donde se divisa todo lo perdido.

Entonces grita que amas,
que bebiste el licor amargo
de los que, aún fracasando,
se empeñan en recordar
qué debe ser vivir.

Grita y recuerda,
que aún no ha anochecido
y hay quien espera tu sonrisa clara
abriendo todas las persianas.

Ismael Serrano

Oliendo a sal y a flores



Era frágil como un pajarito herido que vuela a tirones. Tenía la espalda llena de cicatrices, arañazos de piel roja y secuelas de una vida feliz. La felicidad es la que deja más secuelas, eso es sabido por todos. Sus mañanas favoritas eran las de sol, para ponerse sus vestidos más bonitos. Le gustaban los de flores porque le recordaban a cuando era pequeña y se tumbaba en el cesped entre ellas. Con cuidado de no aplastarlas, a ver el sol de frente. Esas mañanas, cogía su viejo coche, se colocaba las gafas de sol e iba a ver el mar. Una visita fugaz. Olía el salitre y volvía llena de ausencias. Escuchando Joe Purdy muy bajito. En la ciudad los gatos de los tejados se relamían los bigotes y en la librería del centro había libros llenos de polvo. Esa era la siguiente parada. No era una librería normal, tenía un diván al fondo en el que poder leer el libro que quisieras, y la magia de entrar, escoger uno, y empezar a leer era indescriptible. Esos eran sus días de sol. Sal, literatura, polvo. Tras la lectura obligatoria se acercaba a un restaurante de los de siempre, en el que te ponían un vaso de casera y un plato de huevos, patatas, y chorizo. Comía perdiendo la vista por la ventana. Tras la comida, una infusión y dejar pasar el tiempo. Al llegar la tarde, paseaba un poco por la ciudad, observando artistas callejeros y músicos eternos. Las tiendas estaban llenas de gente y las galerías de arte vacías. Disfrutaba entrando a ver fotografías y dibujos, soñando con mundos desconocidos. Con carreteras interminables, máscaras azules y cielos sin una sóla nube. Eso eran sus días de sol. Volvía a casa al caer la noche, con mil sueños de más y la nostalgia pegada a sus pasos. Se hacía un ovillo en la cama y dejaba que la noche la abrazara. En su casa llena de libros, sueños, oliendo a sal y a flores.


"Y no se muevan de su asiento
Que ahora es tiempo para disfrutar del vuelo
Con palomas enganchadas a los dedos
Bordeábamos el mar, el mar.."
Quique Gonzalez

De luciérnagas y estrellas

Una luciérnaga al borde del camino, las luces del atardecer cayendo y tres pasajeros de la ciudad del viento vuelven a casa. El paseo por la noche era obligatorio, los dos gatos y yo nos sentábamos en lo alto de la cuesta y veíamos las estrellas. Ellos a mi lado, tranquilos, me contaban que tal había ido el día. ¿O era yo? Las noches en las que encontrábamos una luciérnaga al borde del camino eran las más especiales. Intentábamos descifrar su paradero, de donde salía aquella luz poderosa, y si era gracias a la magia. Ahí fue donde empecé a creer en la magia. Las estrellas siempre estaban en el mismo lugar, y desde aquella cuesta se podían ver todas. Vivía en un lugar privilegiado, sin amigos, pero con estrellas de todos los colores y dos compañeros peludos de aventuras. Recuerdo que una noche me escapé con ellos, y no volví a casa hasta muy tarde. Estaba triste y necesitaba estar sola, refugiada en medio de la noche. No tenía miedo a los monstruos, como mucho a un zorro valiente que se escapó una noche del bosque para ser mi amigo. Allí, en calma, logré encontrar el secreto de las luciernagas, su magia. Lo intermitente de la felicidad, lo bonito de pedirle a las estrellas que me cuiden. Y desde entonces tengo un pacto con ellas y con cada gato que vea. Tenemos un secreto. La magia del atardecer desde aquella cuesta, lo bonito de contarles todo lo que pasaba por mi cabeza. A veces, pasaba la señora mayor que vivía a mi lado y se quedaba mirando, pensando, ay, esta niña. Pero yo era feliz. Y aún extraño esos momentos de calma en lo alto de una montaña con vistas a la ciudad.

" Privada del contacto con otros niños, debatiéndose entre
el nerviosismo de su madre y el frío distanciamiento de su padre,
Amélie se sumerge en un mundo imaginario inventado por ella.
En él, los discos de vinilo se fabrican como creps y la vecina,
en coma desde hace meses, está así porque ha decidido dormir de
un tirón las horas que le restan de sueño en toda su vida"

Amelie.


Como una sirena varada en la arena

La soledad sonora

Siempre hablando de la fugacidad del tiempo, de los sueños que se escapan de nuestras manos. De palabras que mueven mundos y corazones que se mueren poco a poco. Ya no queda gasolina, perdimos la vida pensando en el futuro. Siempre hablando de la inmensidad del mar, de sus respuestas, del canto de los pájaros los días azules, buscando la parte bonita de la rutina que nos ahoga. Olvidando el gris y lo sentimientos que vuelan para no volver. Perdí parte de mi corazón en esos aviones de ida y vuelta, me dejé la risa olvidada en el andén del tren. Si supieras entrar, traspasar la piel, y calmar todos mis fantasmas. Si pudieras mirarme en silencio y entender que lo único que necesito es que me quieras con todas las letras. Que me sorprendas algún día que otro, y me pares en medio de la calle para darme uno de esos abrazos que paran el tiempo. Y la gente se quede mirando diciendo "menudo par de locos". Y el mejor plan del mundo sea quedarnos en la cama. Que arropes mis sueños con tus palabras, que calmes mis ansias de escapar y no volver nunca más. Pero todo se rompió. El tarro de los dulces se cayó al sueño y ahora la cocina está llena de cristales. Me sangran los pies, los ojos, se escapan los sueños por la sangre manchándolo todo de un color feísimo. Tengo los labios salados y los ojos húmedos. Las cañerías de mis lágrimas necesitan un fontanero urgentemente. No se en que momento olvidaste mis buenos sentimientos, que renazco cada mañana y que lo único que necesito es que me apoyes. Que me regales una piedra cada mañana para saber que piensas en mi. Un plan especial para cada domingo. Que me digas: Vístete, que vamos a bailar. Y yo sonría como una loca.

No se en que momento olvidaste que soy cielos, gatos, nostalgia a puñados y un corazón puro que necesita más amor que el resto de corazones del mundo.

“Lléname de tus historias, que se detengan las horas.
Regálame la llave de tu imaginación.
Ojalá la vida fueran sólo estas pequeñas cosas.
Ojalá el mundo existiera sólo en esta habitación”.
“El viaje más infinito que te puedo prometer llega
sólo hasta el domingo más triste de cada mes”.
Algo se rompió en silencio. Empezaba a amanecer...

Y en el autobús de vuelta mirabas por la
ventana memorizando el paisaje que no volverías a ver.

Pablo Moro

Mar, el poder del mar.




Ayer encontré un periódico abandonado en un banco con vistas al mar. Con el autodefinido y el sudoku a medio hacer, con huellas de manos, esperando que alguien lo cogiera de nuevo. El horóscopo decía que iba a comerme el mundo y que aceptara todo lo que está por venir. En aquel puerto, las ilusiones iban y venían. Los viejecitos paseaban cogidos de la mano chocándose contra los rayos de sol. Las señoras se refugiaban de ellos bajo paraguas de colores mientras comentaban la jornada del día, el precio del pescado y lo que le habían regalado a sus nietos, unas cuantas sonrisas. Una pareja se abrazaba en el rompeolas jurando en silencio ante aquel mar que iban a quererse siempre. No hacía falta dejar sus iniciales grabadas en la roca porque ya las tenían grabadas a fuego en la piel. Turistas se asombraban viendo el poder del mar. Estaba en calma, tranquilo, como los días en los que te levantas sabiendo que todo irá bien. Calma, el corazón tranquilo. La rutina abrazándonos, preciosa. Azul. La ciudad a lo lejos sonríe, y cada uno de los edificios lanza una carcajada. La esperanza vuela desde el rompeolas y se instala en la mirada de los transeúntes. Azul. Toda la vida es este segundo, eterno, increíble, en el que tenemos la certeza de que todo irá bien. Que cada día será un nuevo comienzo y no habrá lunes que se nos resista. Que viajaremos con las nubes, con la mente, nos besaremos parando el tiempo y nos perderemos en la novela de la mesita de noche. Los días grises volveremos a ese azul, para recordar que toda la vida es ahora. Y hoy más que nunca toca sonreir.

"Un sofá rojo, un contestador sonando en el salón vacío de nuestros corazones, las paredes de papel por las que se cuela el rumor de vida de los vecinos, alguien que entrega correo perdido, esa luz encendida que asoma por la ventana y que contemplamos desde la calle preguntándonos qué color tendrá la vida que alberga esa casa lejana en la que habitarán, suponemos gente como nosotros, hombres y mujeres que sueñan futuros imperfectos mientras un viejo disco gira olvidado, llenando la habitación de luciérnagas..."
Ismael Serrano.


más fotos del día azul: http://www.flickr.com/photos/paraeltiempoyladistancia/
Calles italianas

Damos vueltas en la cama, por el cielo, cuándo no encontramos lo que buscamos y cuándo no sabemos qué buscar. Somos el epicentro de este mundo, que no para de dar vueltas. Lo que creemos un día al día siguiente cambia de forma. El cielo cambia tan rápido de color que a veces olvidamos donde estamos. Las flores se esconden en invierno, y a mi me gusta ponérmelas en el pelo. Hoy hace un viento tan fuerte que arranca las penas y las lleva a donde no podamos verlas. Tenemos un fuerte en nuestra cama, y ahora está lleno de besos gigantes. Tenemos billetes para la ciudad del amor y una casita roja esperándonos sonriente, complice. Tenemos que hacer un crucero por el Sena y mirarnos a los ojos, felices. Tenemos que capturar cada instante irrepetible para poder volver a él cada vez que nos de la espalda la vida. Y recordar, era tan feliz que podía estallar de felicidad. Aún tenemos que desayunar croissants en la cafetería de la esquina, que tú seas mi Nino y cojas las fotos que la gente no quiere en el fotomatón. Tenemos que encontrarnos en el metro, pero esta vez yendo en la misma dirección. Tengo que esconderme, tú tienes que encontrarme. Jugando al ratón y al gato bajo las sábanas. Yo seré el gato por supuesto, relamiéndome los bigotes después de comerte. Caminar en silencio por calles desconocidas haciendolas conocidas a cada paso que damos. Siempre de la mano, siempre. La rutina me atrapa pero yo siempre consigo escapar. Y aparezco lejos, de tu mano, olvidando todo lo que nos atrapa y siendo libres, por fin.

"El truco está en perder rumbo y razón
y cambiar entero el mundo sin que nadie se de cuenta."
Crema


Soy el paisaje más triste, el gris meciéndose en el fondo del mar. Soy el humo de los coches de una ciudad atestada de tráfico. El periódico manchado de café que ha sido olvidado en la última mesa. El cuadro que nadie mira por estar tras la columna de la sala de arte. Soy la lágrima de un niño que está triste porque nadie juega con él, y el balón que se queda en el cajón porque esta roto y uno nuevo ha venido a sustituírle. La melodía desafinada del músico del parque, y la flor que ha perdido sus pétalos en un cómbate con el viento. Cada paraguas partido en mil pedazos y al revés que nunca más volverá a aislar la lluvia. Por momentos me vuelvo pequeña, y desaparezco, nadie está a mi lado. La ciudad esta desierta. Sólo se alzan, elegantes, los edificios. Vislumbrando desde las alturas la ciudad del viento. El tiempo se mece, lentamente, como las olas de un mar que está en calma. Los peces se esconden bajo la superficie y los pájaros no salen de su guarida. Ni siquiera los gatos colonizan los tejados, prefieren esconderse bajo la tapa de algún cubo de basura maloliente. Hoy no es un buen día para nadie. No es un buen día para salir a la calle. Está prohibido soñar. El tiempo se muere y va dejando marcas en los rostros de los transeúntes. Los trenes olvidan la estación de la tristeza y allí alguien espera que pase algo. El silencio lo inunda todo de sombras grises. La nostalgia nos arranca el corazón poco a poco que va perdiéndose como sale el agua de un vaso roto. Lo perdimos todo. El mar no tiene respuestas. Sólo queda seguir dando tumbos hasta que algo nos llene y nos diga que estamos aquí por algo. Que conquistaremos el mundo si nos lo proponemos. Y entonces seremos globos de colores, aviones que cruzan el cielo, la risa de un niño, el pintalabios o pintasonrisas de algunas mujeres, sus zapatos preferidos, el color de la vida cuándo merece la pena comerse los segundos. Pero hoy no, hoy no es un buen día para soñar. Me disfrazaré de viento e iré a donde me lleve la vida.

"No hemos inventado nada nuevo,
ni siquiera hemos aprendido a amar.
Estamos perdidos, como en un sueño.
El amor debiera ser un milagro en el
que soñamos la felicidad del otro.
Por eso, no creas nunca que el amor te pertenece,
porque en ese preciso instante desaparecerá como un sueño.
Porque el amor, es un sueño en el que sueñan dos."
Oculto


Estaba parada en medio de la calle, con la mirada perdida en aquel barco enorme que a saber a dónde iría. Hacía mucho frío y cuándo llovía se me helaban las mejillas. Aquella era una ciudad increíble, con calles estrechas y preciosas y artistas en los áticos dibujando las primeras luces del día. Al lado del mar había una cafetería de madera en la que viajabas en el tiempo. El café tenía mucha espuma y podías ir atrapándola con la cucharita poco a poco, mientras contabas cada una de las cosas que se te pasaban por la cabeza. Había magia. Recuerdo que un día nos perdimos y aparecimos en la punta más triste de la ciudad. Se me antojó preciosa. Había una vía de tren por la que podías caminar y casitas viejas con sus dueños limpiando la entrada. Una carretera muy estrecha por la que los coches pasaban muy rápido y corrías el riesgo de morir atropellado, pero nosotros corríamos y nos pegábamos a la pared riéndonos. Cada segundo era nueva aventura. Aquel día que fuímos a la playa llovió tanto que terminamos empapados, comiendo un perrito y una coca cola en una feria improvisada en medio del pueblo. Solitario. Triste. Sólo estaban las luces de los puestos y nosotros devorando aquel perrito. Era una ciudad mágica. Cuando llegábamos a nuestra casa llena de cuadros abstractos tomábamos un te al limón y nos tumbábamos a escuchar rock en la radio. El mejor momento del día. No nos hacía falta nada más. Estabamos donde queríamos estar haciendo todo lo que nos apetecía. Incluso recuerdo la batalla con los escarabajos de la ducha, gritar y terminar riendo con los escarabajos panza arriba. La televisión hablando en italiano y la pasta calentando al fuego, las tostadas siempre con mermelada y el libro de Sudokus en la mesilla de noche. Daría lo que fuera por volver. Por que me miraras como aquellos días en los que lo más importante eramos nosotros. Por nuestras manos cogidas en un autobús en el que siempre nos colábamos, las risas complices, lo bonito de vivir juntos. Llévame lejos, bien lejos, y no sueltes mi mano.

"Si mezclas el puré de patatas con la salsa,
después no se pueden separar, es para siempre.
El humo sale del cigarrillo de papá, pero nunca vuelve a entrar.
No podemos volver atrás, por eso cuesta elegir.
Hay que tomar la decisión correcta.
Pero mientras no elijas, todo sigue siendo posible..."
Mr. Nobody