Caemos, como caen todas esas gotas de lluvia por el cristal del autobús, mientras un niño las mira ensimismado. Caemos, y no nos importa, caemos como esa leche que se derrama cuándo aún no hemos despertado, inundando la cocina. Y toca limpiar ese desastre. Como las hojas que se despojan del árbol en este Otoño, y bailan con el viento en su último baile con la vida. Y pasan a formar parte del suelo, pintándolo de colores, antes de ser pisadas por alguien que nunca mira el suelo. Caemos, y la lluvia nos invita a olvidar las dudas, a agarrarnos al presente, porque no nos queda nada más. Deja que me quede, deja que me vaya, pero no me abandones. Caemos, y mi corazón está dividido entre huir y dejar lo único que me da vida, o quedarme y luchar por lo único que me quita la vida. Por un momento me he visto en un parque lejano, enfrente a un estanque helado,  con una libreta vacía y la mirada llena de sueños. Pero no tenía quien me cogiera de la mano. Qué es eso de cumplir los sueños si no tienes con quien hacerlo. Cuanto tenemos que empeñar para conseguir lo que anhelamos (yo que daría todo por hacerte el desayuno cada mañana). Caemos, caemos de la mano, contándonos las tristezas y las miserias y sonriéndonos de vez en cuando. Pero también te he visto coger ese avión, con tu sonrisa tímida y las manos llenas de abrazos. Te he visto llegar y besarme y decirme que aún podemos volar, frenar la caída.

Y poder escribir: Volamos, volamos como esas hojas que los días de invierno bailan con el viento, como ese pájaro que va de árbol en árbol, y a veces canta. Volamos, y el tiempo parece innecesario, las manos se pierden en otras manos y los ojos sonríen. Volamos, como esa leche que ha decidido salir del cartón y huir de la taza, y se esparce por toda la cocina siendo por fin libre. Como esa prenda de ropa colgada en el tendal del tercer piso, que se ha liberado de las pinzas que le sujetaban a la vida, pasando a ser de nadie. Volamos, y todo lo demás sobra. Me he visto en un parque lejano, frente a un estanque helado y con una libreta vacía en las manos. Contigo al lado, besando mi frente, cogiendo mi mano. Diciéndome que siempre volamos, que había confundido la caída con el vuelo.

“tú dijiste: -La poesía es todo
lo que hay entre un disparo y el animal herido. 
Parecías 
tan lejos, tan a salvo 
de ti y de mí; 
distinta igual que siempre, 
rota y vuelta a armar de una manera nueva.”

“Vi las últimas luces de la costa y el cielo
extraño encima de la playa. -A veces 
-dije- no hay más que eso 
y algún sitio donde ir pero ningún sitio donde quedarte 
y palabras que son las piezas del abismo 
y recuerdos igual que disparos en una diana."
Benjamin Prado

He decidido volver a escribir, volver a sacarlo todo como si fuera un aullido interminable, como la mujer que se asoma por la ventana y canta por las mañanas, y la que vuelve a casa llorando e impregnando de lluvia las aceras. Estos últimos meses he dejado de lado las palabras, por el dolor que producen las que se quedan atascadas en la garganta. He sacado un billete de ida a una ciudad que conocí de tu mano en nuestro último viaje y a la que tengo que volver sola, y todo duele. ¿Sabes que pasa cuando te pierdes? Que todo es ruido, ruina, y voces que no reconoces, y manos que acarician el pelo diciendo “tranquila, todo saldrá bien” pero que es salir bien si no estás tu en el futuro. Me he sacado una cuenta en el banco del presente y estamos bajo mínimos, en números rojos, y del futuro ya ni hablamos. Me he encadenado al día a día como quien sale cada mañana al campo a respirar pensando que ese puede ser el último soplo de aire fresco penetrando los pulmones. También he sonreído, he ido a la ciudad del viento a alimentar los gatos callejeros más bonitos que conozco, y me reconocen cuando llego, como si ellos fueran mi hogar. No tengo hogar y se acercan esas fechas que tanto odio y se que no habrá árboles adornando la entrada de mi casa, puede que cuelgue las mismas luces de siempre alrededor de la cama de mi habitación, para celebrar en soledad que aquí seguimos un año más, solos, llenos de nostalgia. Y te juro que alguno de estos días he visto la esperanza vestida de gala, pensando en el futuro, bailando para mi. Diciendo: que sí, que huirás, que necesitas otra ciudad para poder volver a ser tú, la que ríe, la que baila. El otoño está en todos los mares y la ciudad parece invierno y tus ojos son los mejor para perderse en el camino de vuelta a casa. Y los domingos por la tarde son para huir de la vida bajo las mantas. (Te despeino, sonríes, me abrazas) Se que sigues queriéndome más que al tiempo, se que te ríes de mi risa de niña y de mis torpezas y sigues escondiéndote para asustarme por el pasillo (sabiendo que voy a gritar muy fuerte) y que todos los trenes te hablan de mi. Lo se, porque tu piel y tus ojos me lo dicen, y ahí es cuando dejo de hacer caso a tus palabras. Poco más tengo que contar, que he vuelto a perderme en un libro que hablaba de ausencias y de cómo la distancia nos mata poco a poco. Que hablaba de soledades en el metro, de cómo acostumbrarse a echar de menos. Que a todo se acostumbra uno, hasta a echar de menos, y yo no quiero hacer eso nunca. No, no quiero. Todo esto para decir una sola cosa: quédate, que el tiempo es mejor si te tengo cerca. Y si decides irte, seguiré escribiendo cosas sin sentido, perdiéndome en cafeterías extrañas, conociendo a todos los gatos, creyendo que son mi hogar, cuando mi hogar está contigo. 

“Me doy cuenta de que me faltas 
y de que te busco entre las gentes, 
en el ruido, pero todo es inútil. 
Cuando me quedo solo, me quedo más solo;
 solo por todas partes y por ti y por mí. 
No hago sino esperar. 
Esperar todo el día hasta que no llegas.”

Jaime Sabines

 
 Estamos hechos de rutina, nos perdemos en el café de la mañana, nos miramos temerosos en el espejo, aún dormidos, esperando algo del día que acaba de comenzar. Compramos pan, té, nos sentamos a comer acompañados, o solos, qué más da. Estamos solos. Navegamos entre los días soñando con aquella playa de postal que alguien nos recomendó, no recordamos ni quién. Por las mañanas nos saluda con euforia la camarera de siempre, con un gesto de resignación (queda poco por lo que luchar). Y buscamos ese minuto de lucidez, la felicidad espontánea que nos dan las palabras, o la lluvia cuándo nos sorprende y está fría, y las gotas resbalan por nuestra frente llenándonos de vida. Soñamos con que alguien nos diga: Quédate, quédate, pero solo nos llegan noticias de huidas, y los aviones sobrevuelan los tejados. Aún no ha llegado el otoño, y estamos llenos de rabia. Odiamos el tiempo que nos va matando lentamente. Las noches en la que nadie nos abraza, la taza de té enfriándose, el primer autobús del día, las veces que luchamos por algo hasta arañarnos por dentro. Y no conseguir nada a cambio. Las personas que en vez de contagiarte con su luz, van apagando la tuya, los amaneceres que no son de nadie y estás perdida entre desconocidos. Seguimos soñando con esa huida, con el último atisbo de esperanza, perdiendo la vista en el cielo cada vez que pasa un avión. Porque la vida no es esto, la vida debería ser amarnos cada mañana, beber el café de nuestros labios, abrazarnos en el primer autobús de la mañana, encontrarnos cada noche en el metro (bailando por sus pasillos), soñarnos cada noche como si fuera la primera vez. Que me niego a coger aviones sin ti, porque todas las huidas llevan tu nombre y da igual lo lejos que vaya si siempre te llevo dentro de mí. Que no quiero dejarte ir, no. Me niego a olvidar que un día apareciste dándole la vuelta a mi mundo, y desde entonces bailamos por las calles de esta ciudad gris. Huye conmigo, te espero donde siempre. Ya sabes el destino, ya sabes los motivos.

"El problema era que tenías que seguir escogiendo entre lo malo y lo peor hasta que al final no quedaba nada. A la edad de 25 la mayoría de la gente estaba acabada. Todo un maldito país repleto de estúpidos conduciendo automóviles, comiendo, pariendo niños, haciéndolo todo de la peor manera posible, como votar por el candidato presidencial que más les recordaba a ellos mismos. Yo no tenia ningún interés. No tenía interés en nada. No tenía ni idea de cómo lograría escaparme. Al menos los demás tenían algún aliciente en la vida. Parecía que comprendían algo que a mí se me escapaba."
Charles Bukowski - La senda del perdedor

 Las ciudades de madrugada siempre me dieron ganas de huir, y todas las carreteras del mundo, y tus ojos que me miran como quien mira al mar. Este verano conocí todas las carreteras del sur, y como en una novela de Kerouac, huimos sin mirar atrás. Cada mañana era una nueva aventura, lo más importante era tumbarnos bajo el sol. Las terrazas en las azoteas, hablar en idiomas desconocidos, los trucos de magia, la felicidad cuando se puede tocar. Los pies en el salpicadero, la mirada perdida, los bailes improvisados en el coche. Me pasaría media vida huyendo. Volver a casa de madrugada, con los ojos llenos de vida y el corazón a prueba de bombas. Esos días de mar y carretera me han hecho más fuerte. Porque todo es más sencillo de lo que nosotros creemos, tan sólo se trata de sonreír al menos una vez al día, saber por quien luchar, mirar al cielo, leer, poco más. Desde que he vuelto me siento como en una película. Todas las mañanas mi banda sonora son tus miradas (aunque a veces estén lejos). Y cada pocos días me escapo a la ciudad del viento a alimentar a los gatos, y me siento a contarles mis historias, y a veces sonríen (te lo prometo). Nado en ese mar que se me de memoria (ya no tengo miedo a ahogarme) y soy un poco más valiente. La felicidad es esto: tú, somnoliento, trayéndome el desayuno. Porque nunca sé si empezar comiendo las tostadas o comiéndote a ti. En definitiva, que soy feliz. He recuperado mi esencia. Nunca me olvidaré que estoy hecha de mar, huidas, y sueños. 


Ahora escribo pájaros.
No los veo venir, no los elijo,
de golpe están ahí, son esto,
una bandada de palabras
posándose
una
a
una
en los alambres de la página,
chirriando, picoteando, lluvia de alas
y yo sin pan que darles, solamente
dejándolos venir. Tal vez
sea eso un árbol
o tal vez
el amor.
                                    
                                                                                                      Julio Cortázar

"Siempre hay una habitación vacía esperándola."

Esta mañana me he despertado con una fotografía que dio la vuelta al mundo. Aparecía la fachada de un viejo hotel en blanco y negro, podía pasar desapercibida, pero en el medio se veía a una mujer con un lazo enorme en el pelo, volando, cayendo en una caída interminable. Morir con un lazo en el pelo. Suena como si hubiera estado planeando el suicidio. Esa mañana, se habría levantado, quizá preparado una taza de café, puesto sus mejores galas, ¿Habría leído el periódico? La imagen que no se va de mi cabeza es ese instante, frente al espejo, mirándose, colocando ese enorme lazo en el sitio perfecto. Los dedos deslizándose por la tela, la última mirada frente al espejo, el último pensamiento. Las flores en el jarrón de la entrada. Todo en silencio. Los últimos pasos desde la ventana del baño hacia la cornisa. El viento despeinándola en el octavo piso.

En la calle el fotógrafo esperaba el momento perfecto. Había pasado la tarde siguiendo a un coche de policía, hasta que llegó al hotel. En el octavo piso una mujer estaba sentada en la cornisa. "Saqué mi cámara del coche e hice dos disparos rápidos. Mary Miller pareció vacilar… Lo más rápido posible metí la película expuesta en la caja y cogí película nueva. Tan sólo un momento después de haber cargado de nuevo la cámara, Mary saludó a la multitud y se empujó al vacío. Estallaron gritos de los horrorizados espectadores cuando su cuerpo se desplomó hacia la calle. Mantuve el control sobre mí mismo, esperé hasta que la mujer pasó el segundo o tercer piso, y luego disparé".
 
Quizá en la habitación de hotel quedaba una nota que anunciaba el motivo, quizá quería volar, puede que se hubiera cansado de ver todos los días el mismo cielo. Un amor perdido. Había dejado de escribirle, la última carta había llegado hace meses. “Te querré siempre”.


(The 1942 Genesee hotel suicide, fotografía de Russel Sorgi)

La despedida más terrible


Llevo muchos días perdida, cada vez que veo un tren me entran escalofríos. Pienso en huir pero eso no calma mis ganas de desaparecer. Y ahí sí que estamos jodidos. He puesto fin a todas las historias y poco queda ya de aquel verano en el que conquistamos el mundo. Hemos olvidado, y ahora sólo vivimos buscando algo que nos salve de esta ruina. Todos los días paso por la misma calle, y desde hace años hay un edificio totalmente derruido por dentro, se puede decir que es una fachada. Dentro habitan pájaros, y a veces los gatos pasean por los huecos de sus ventanas. Supongo que me siento así. Podría vivir de palabras, buscarte en otros labios, pensar que algo vendrá y me arrebatará todos mis principios de nuevo. Podría ser una tormenta y deshacerme sobre la ciudad dejando un montón de charcos a mi paso. Ser una ráfaga de viento, despeinarme y colarme por los pliegues de tu camisa. No sabes lo que daría por volver a verte en tus ojos, hace tantos años que no te veo, que no eres tú. Te has convertido en el reflejo de aquel chico de la mirada triste del que me enamoré hace ya cientos de días. Se te cambió el corazón de sitio. Late sin latir. Mira sin mirar. Las personas nunca deberían perder el brillo que les hace especiales. Supongo que tú dejaste de brillar a mi lado, y ahora eres una sombra gris que de vez en cuando aparece desordenándolo todo. Pero esta vez no es ese desorden precioso del que me enamoré. Es un caos lleno de amargura. Una parada en medio de la vida. Es como si estuviera en medio de una carretera sin saber hacia dónde dirigirme, pero sin caminos, ni un cielo por el que echar a volar.

He olvidado. Toca vivir con lo que tengo, sacar fuerzas de mis ojos verde bosque esperanza. Perder la mirada en carreteras interminables, mientras los árboles danzan a orillas de la carretera. Tomar café y perderme entre palabras. Soñar de madrugada. Ser aquella loca que un día conquistó todo el mundo, hacer la colada, llenar la nevera, bailar, bailar, bailar. Ponerme vestido todos los días y bailar. Hasta que deje de doler.
 
“Tengo una lista de consejos
Si me suicido,
os la dejo encima de la mesa.
Son todos vuestros.

Deberías sonreír
Deberías salir a hacerle cosquillas a la suerte si quieres tenerla
Deberías enamorarte
Deberías follar rápido
y muy lento
Deberías ser feliz.

Debería,
pero no le debo nada a nadie.

¿Meter el dedo en la herida no es sólo otra forma de cerrarla?”

 (Imágenes: Tumblr)
 
Llevo muchos días sin escribir, supongo que no quiero tener que borrar palabra por palabra. Me resisto a dejar que la vida nos mate. Pero esta noche, leyendo, he puesto Dire Straits y de repente he recordado una noche diferente, con la ciudad vacía, las manos llenas de vida. He recordado que he vivido tantas batallas (de corazón) que no me importa salir otra vez llena de heridas. Soy experta en chocarme una y mil veces con la misma pared sólo por ver lo que hay detrás. Porque el paisaje que hay más allá de la pared merece más la pena que todas las heridas. Si entendemos heridas por heridas de guerra he luchado más que nadie, he vivido más que nadie. Sé que va a volver a pasar, que un día te irás, como tantas veces se fueron otras personas. Estoy cansada de perder abrazos, personas, sueños, pero siempre acabo sobreviviendo a la ausencia. Aunque llore. Aunque duela. Me pongo una canción y obligo a mis pies a bailar, cocino y centro toda mi atención en observar lo que hay en el fondo del horno. Mientras vuelvo a bailar. Tiendo la ropa en un ritual extraño, mientras imagino lo que pasa en la ventana de enfrente. Me pongo el mejor vestido para salir, me prometo sonreír toda la noche. Olvido como un día de repente llegaste a mi vida y me pierdo en las historias que me cuentan los libros (siempre tan necesarios). Recuerdo todas las locuras, los viajes improvisados, las veces que saqué la valentía de debajo de las piedras, y mis ojos verde bosque brillaron más que nunca. Ya me derribaron otras veces. Unas cuantas. Y aunque nunca voy a cesar en el empeño de vivir para siempre a tu lado, llegado el momento, seré la Clementine que conociste y volveré a olvidar. Olvidaré el olor de tus manos y tu cuello y sabré que luché más que nadie por ti. Que lo que vivimos fue un viaje de ida y vuelta, lloramos y reímos más que nadie, y aún ayer, con el calor de verano, mientras volvíamos a casa, nos imaginé así toda la vida. Y hoy al despertar, te acaricié la cara, empezando por la frente, para recordar esas facciones y los ojos que me hicieron volar. Después te abracé, en un abrazo de despedida, por si acaso no nos volvemos a ver más. Quiero decirte que las calles de esta ciudad siempre serán nuestras, y la lluvia, y que nunca quise a nadie como te quise a ti. Con la fuerza de los mares. Derribando muros. Porque siempre he tenido la certeza de que eras quien me iba a hacer sonreír todas las mañanas. Y eso es algo muy grande. Como decía el gran Escandar, "de toda esta prisa de andenes solo has conseguido viajeros que se cruzaban en tu camino durante unas pocas paradas antes de marcharse." Pero menudo viaje el nuestro. Nos vemos en otra vida, caballero.

"Pero si alguna vez
sientes la necesidad de compartir heridas
y llorar a carcajadas
y tenerle miedo a vida que nos mata,
si nos toca llorar de a dos
para justificar tanta alegría inadecuada,
lo haremos sin pudor, pequeña,
hasta la inundar el colchón de sal inesperada.

Lloraremos hasta quedar secos
de las lagrimas que sobran,
hasta empaparnos del recuerdo
de las lagrimas que vengan,

Y no temas que nos quedemos tristes.

Porque después, ya sabes,
como dice el viejo chiste,
follamos
y se nos pasa.”

Carlos Salem

Te habías despedido y sabía que era la última vez que te vería. Era una despedida de esas que te partían en dos y te dejaban el corazón hecho añicos. Todo el suelo estaba lleno de pedazos. Como un puzzle que no encaja. Como la vida cuando nos frena de golpe. He perdido la voz gritando tu nombre, he muerto en todas las esquinas de tu cuerpo, me he dormido en tu pecho tantas veces que no se dormir en mi cama. Tan grande. Tan lejos. He corrido por todas las calles del mundo odiando mis ojos, mi piel, mi pelo, me he subido a la azotea más alta y he creído tocar el cielo con la punta de mis dedos. Pero era un sueño. He cogido más trenes que nadie, buscándote al final del vagón, con la camisa de cuadros y la mirada despeinada, sonriéndome. Era un sueño. Y ahora que no hago más extrañarte he vuelto a todos los bares, he bebido demasiado, estoy borracha de tristeza y no hago más que escribir tu nombre. Que no hay nada más grande que tu abrazo justo antes de despedirte. “más fuerte, como si me quisieras romper” y vaya si estoy rota. Llevo tanto tiempo rota, esperando una respuesta del tiempo, que he decidido romper todos los relojes y arrancarme la piel. No quiero que duela. No quiero que me duelas. Volverás a irte y todas las canciones me hablarán de ti y tendré que beberme la vida para no acordarme de ti, de que eras mi única constante, el único que me hacía creer y reír. Tendré que coger aviones sola, escribirte en los aeropuertos, cogerme a mi misma la mano en el despegue y en el aterrizaje. Volveré a olvidarme de la felicidad y llegaré todos los días a casa de madrugada, sin saber qué hice, ni con quién hablé, en una espiral de locura que se llama desamor. Y tú olvidarás a la única que te volvía loco en todos los sentidos. Tu vida será calma por fin. Y el puzzle nunca logrará tener todas las piezas porque la más importante siempre fuiste tú. Compraré plantas, regaré las flores, dormiré entre libros, y puede que algún día me olvide del olor de tu cuello. O puede que lo recuerde siempre, como esta noche, en la que te necesito jodidamente a mi lado, y no puedo hacer otra cosa que gritar y escribirte. Ven. No te vayas. Otra vez no.

“Era una especie de enfermedad triste, de tristeza enferma, 
en la que llega un momento en que ya no puedes sentirte peor. 
Creo que sabes lo que quiero decir. 
Creo que todo el mundo siente eso de vez en cuando. 
Pero yo lo he sentido muy a menudo, demasiado a menudo.”
Charles Bukowski 


Viviremos de recuerdos hasta que no quede futuro.



Hubo un tiempo en el que conquistábamos todos los mares y los domingos estaban hechos para no salir de la cama. Para quedarnos a vivir historias y sueños. Para vivirnos. Luchábamos contra viento y marea y salíamos cada día a comernos el mundo. Soñábamos con ese futuro intangible, lejano, hecho de viento y aviones, donde el cielo quedaba tan cerca como nosotros quisiéramos imaginarlo. En verano paseábamos por el puerto, viendo como todas las parejas del mundo se comían a besos, y los niños jugaban a ser mayores, los mayores querían volver a jugar. En invierno nos refugiábamos de la lluvia y de la vida en los cafés, llenos de inspiración y de chocolate caliente. Te contaba mi día: “Hoy me he levantado a las…. “(he estado todo el día pensando en el momento de verte llegar). Y tú sonreías y te perdías en mi risa y en mis lunares. Si aún sigo luchando es por esa sonrisa, por tu mirada de “cruzaré todos los mares por ti". A veces íbamos a la biblioteca y nos perdíamos por diferentes pasillos, y te observaba desde lejos como si fueras un desconocido. Luego, me acercaba sigilosamente (en las bibliotecas no se puede hacer ruido) y te daba el beso más bonito que tenía reservado para mi desconocido conocido. Salíamos con un montón de libros y algún papel que nos avisaba que teníamos que ir a ver clásicos de cine, o algún taller de literatura. Nos entendíamos demasiado bien. Recuerdo que en primavera salíamos a pasear por los campos llenos de flores, con mi cámara, tu pelo despeinado, y cada vez que veías una margarita me la colocabas en el pelo. También había momentos raros, cuando el amor se volvía odio, y no entendía tu risa, ni tus ojos, y quería escapar lejos de tus manos. Pero eran tan pocos. La felicidad era tan grande. Al fin y al cabo no hay nadie que entienda mi risa tan bien como tú, aunque ahora no quieras verla, aunque quieras alejarte. 

Sólo se escribir de recuerdos. “No se puede cambiar el pasado”. No podemos inventarnos un nuevo futuro si estamos destinados a no existir. Se que no me leerás, ya ni mis palabras te importan. Supongo que es como levantarse cada mañana sabiendo que nada va a cambiar, y seguir intentándolo, seguir chocando contra la misma pared sólo por un instante más, por un momento más. Con la sonrisa rota y la espalda llena de arañazos. Se está acabando, ya no queda nada. Viviremos de recuerdos hasta que no quede futuro.

“Te digo que estoy solo y que me faltas.
Nos faltamos, amor, y nos morimos
y nada haremos ya sino morirnos.
Esto lo sé, amor, esto sabemos.
Hoy y mañana, así, y cuando estemos
en nuestros brazos simples y cansados,
me faltarás, amor, nos faltaremos."
Jaime Sabines



"Hay un cielo abierto en cada esquina de esta habitación."





¿Me amarás todavía? Cuando el mundo empiece a derrumbarse y los pedazos estén a punto de chocar contra nosotros. No se si volverás a secarme las lágrimas, mientras me acunas en tu regazo, como una niña que no sabe crecer, eso que siempre fui. Tampoco si aparecerás a salvarme cuando las noches me duelan y se me claven en el costado. Tengo tantas noches incrustadas en las costillas que no se como aún respiro. A veces necesito respirar, de ahí vienen mis ganas de mar, de (a)mar. Todos los bosques están tristes, y a veces me tumbo a ver como las ramas de los árboles llegan al cielo. Parecen infinitas. Parece que son capaces de acariciarlo. La vida es ese instante, y nosotros nos creemos infinitos, como si ese cielo azul estuviera ahí para que nosotros echáramos a volar. Como si el destino no tuviera preparada una de las suyas. Estamos condenados a separarnos. Pese a todo, pese a la desidia, algún lunes salimos a caminar por esta ciudad, y las calles se alumbran a nuestro paso, las cafeterías nos preparan su mejor te. (Porque tomar te contigo es lo único que me hace feliz). Ya sabes que podía quedarme a vivir en tu cama, tumbados entre libros que cuentan historias tristes, mientras mis manos juegan a acariciar tu frente, llena de historias tristes también. Con el póster de París al fondo, la ropa tirada encima de la cama, el desorden más precioso del mundo. Abre la ventana, que quiero respirarte mejor. Que este aire está lleno de sentimientos y puede que el corazón reviente en cualquier momento. ¿Me amarás todavía? Cuando los pedazos cubran todo el suelo y no quede nada de lo que un día conociste. Cuando toque volver a reconstruir, con mimo y cuidado, todo lo que un día fuimos. Puede que no llegue nunca ese día, que los pedazos ardan y vayan a ese cielo que tantas veces miramos juntos. Y por fin volemos, y seamos parte del aire, infinitos.

Es como si viviéramos en un final eterno, contando los últimos segundos, como si no hubiera más, y al día siguiente el marcador estuviera de nuevo a cero. Me ahogo. No nos queda tiempo. ¿Me amarás todavía? ¿Cuánto tiempo nos queda? Vamos a tomar un te, cantemos, bailemos, háblame de todo lo que amas, que yo sólo puedo escucharte. El fin está llegando. Lo estoy viendo. Deja que se acerque. Que nos pille bailando y llenos de amor. Mis ojos en tus ojos. “Te querré siempre”.


Nunca me digas: «Estoy muerta, no abrazas más que un sueño»



20 de Abril:

“Yo también quiero vivir en la desmemoria” o cómo matar todos los recuerdos. Como huir de ellos. Las malditas guerras sentimentales, las noches solitarias, y todas las veces que quise atrapar el tiempo en mis manos. Siempre acaba yéndose. Imposible de atrapar, como tu risa, alguien dijo “tu risa es una ducha en el infierno”. Yo lo que quería era besarte en los portales, conquistar todas las putas noches, que fueras mi rescate, mi constante. Y que nunca quisieras irte. Pero estás tan acostumbrado a irte que olvidas que yo nunca me fui. Siempre estuve aquí, siempre estoy aquí. Aún sigo esperando que toques a mi puerta y me digas que el futuro sin mi no tiene sentido. Que somos y seremos increíbles. Pero aquí nunca pasa nada y los domingos amanecemos en camas separadas, respirando distinto aire, distintos sueños. Yo lo que quería era hacerte el amor y olvidar que somos mortales. Respirarte, respirarnos, desayunar poesía. Desayun-arte. ¿Cuándo vendrás? Mi bolígrafo sigue escribiendo cartas que nunca llegarán a tus ojos. Tu corazón está cansado de mis palabras. Hace tantos días del principio, de tus miradas eternas, de esos abrazos eternos que me hablaban de la eternidad. Te has ido tantas veces que se que el fin está cerca. Tendré que hacer la maleta y huir por la carretera a donde el corazón me lleve. No te preocupes, me olvidaré de tus ojos tristes, de esa risa “que es una ducha en el infierno”. Volveré a creer, quien sabe cuando, quien sabe qué, en que el amor lo puede todo. Puede tanto que pudo con nosotros. En tu habitación, pegada en el armario, hay una foto en la que estamos sonriendo en un café de París. Quédate con eso. Te espero en ese café, con los ojos llenos de lágrimas y una libreta en la mano, escribiéndote otra carta. No tardes en venir. Este corazón no aguanta más sacudidas. 


21 de Abril:

Es domingo, me he despertado y he puesto la cafetera al fuego. Mientras el café se hacía, he abierto la ventana y todo el aire del mundo ha entrado llenándome los pulmones. He preparado cuatro fresas en un bol y me he sentado a ver pasar el tiempo. He recordado. Y aunque fue un momento bonito, te necesitaba, a mi lado, cortando las fresas, abriendo la nevera, besándome cuando me giro. Estoy harta de que no estés. De este estar extrañándote a todas horas, escribiéndote cartas que nunca leerás. Ayer fui al pueblo más bonito del mundo y caminé y caminé perdiéndome por sus calles. Los cerezos estaban preciosos, los gatos dormían al sol, la vida pasaba tranquila, pero tú tampoco estabas. Nunca estás. Hoy no hago más que pensar en gatos y flores, sonriendo bajito. Me da fuerzas, supongo. Y sólo deseo que algún día estés, en esta locura de vida, curándome las heridas por las noches y amándome todas las mañanas. ¿Vendrás? 

¿Te irás?

"De tanto amarte y tanto no quererte 
te has cansado de mí y de mis locuras 
y le has prendido fuego a nuestra historia. 
Tu ropa no perfuma ya la casa. 
No queda una palabra de cariño 
suspendida en el aire, ni una hebra 
de azabache en la almohada. Sólo flores 
secas entre las páginas del libro 
de nuestro amor, y cálices de angustia, 
y un delirio de sombras en la calle."
Luis Alberto de Cuenca

(Imágenes: Tumblr)  

 Es increíble como nos recuerdo, nos extraño. En ese momento en el que la ciudad se deshacía a nuestro paso, las calles se nos quedaban pequeñas, la última fila del cine, la nuestra, comernos hasta reventar. Pero supongo que esa sed de viajar y viajarnos se fue muriendo con el tiempo, y ahora somos un puñado de nostalgias. Te espero en el Chelsea Hotel, fumando mirando a la ventana, escribiéndote la última carta, la definitiva. He tenido pesadillas, he planeado un viaje en el que sólo estabas tú a mi lado en un avión vacío. No nos estrellábamos, volábamos y éramos más que el tiempo. Sigo escribiéndote que eres el único que llegó al fondo de mi corazón, y que si quieres, te cedo una parte en él a tiempo completo para toda la vida. Es esa puta certeza, de saber que eres tú, que siempre lo he sabido, que nadie más que tú hace que me ría con esa risa que rompe mundos. Tengo preparado el plan B en el caso de que me digas que no, tengo la huida perfecta preparada, la maleta en la puerta, tendré que dedicarme a soñar en el metro, a escribir en los portales, a olvidarte. Pero aún estamos a tiempo, vuelve. Te espero en el Chelsea Hotel, con la cama deshecha y llena de libros y un montón de palabras volando por la habitación. Vuelve. No te marches, que no hay mejor casa que tu espalda, y “daría la vuelta al mundo para volver a abrazarte por la espalda.” Se que te irás, se que esta vez es diferente, seguiré escribiéndote la última carta. Gracias por hacerme volar durante los últimos mil días. Te había prometido que me quedaría contigo durante los próximos mil años, quizá no pueda ser, quizá este amor sea demasiado grande para la vida real y tenga que quedarse en el recuerdo. Te recordaré siempre, con tu sonrisa ancha, el pelo despeinado, saltando por la habitación, caminando conmigo por todas las playas del universo, cogiendo aviones, atrapando sueños. Te recordaré en esas palabras de los primeros días, cuando me veías tan bonita que te dolía. Puede que no estuviéramos hechos para este mundo, nos quedaremos en el mundo de los sueños. Vuelve, no te marches. Te espero, cuando pase este desastre y estemos rotos, para volver a construirnos de nuevo, como el principio, y podamos ser eternos, al menos por un instante.


"Hoy te escribo esta carta y no sé qué decirte.
Tal vez que todavía 
tu nombre me palpita
exactamente al lado de la palabra siempre. 

O quizás que te echo de menos y me canso
cuando busco tu risa
por calles y relojes,
y parece que todo es como un beso largo. 

Que sepas que aún, de noche, 
en la alta madrugada,
me viene tu recuerdo, la redondez del pecho,
cuando mi mano 
era la más exacta brújula. 

Y que no sé si esto es amor o tan sólo
empeñarse en vivir en tu cuerpo y el mío
esa historia pequeña 
de los grandes amores." 
Rodolfo Serrano


(fotos: Tumblr. La fuente de cada una aquí:  http://voysinmusayconelcorazonavoces.tumblr.com/)

Alguien fotografía desde el último piso un barrio que no conozco, en el que nunca estuve, pero, por un instante, me encuentro caminando en él. Vuelvo con las bolsas de la compra del supermercado a casa, un cuarto piso. Hoy tocó comprar mortadela, pan, wok japonés, y tarros de conservas. Comida enlatada. Llevo años alimentándome de comida precocinada, podría ser un símil con la vida. Paso por la floristeria, compro un par de flores (artificiales), no tengo tiempo ni a regar las plantas. Ni ganas. Adornan el jarrón junto a otras seis flores que compré los días anteriores. Siempre soñé con poder cada mañana coger un ramo de flores del jardín de mi casa, colocar el jarrón en medio de la mesa, y preparar el desayuno. Pero. Me levanto despeinada, no hay jardin en un cuarto piso, corro a coger el autobús y pido un café para llevar. Donde siempre y como siempre. Camino de vuelta a casa. Es sábado por la mañana y hace un sol espléndido, nadie diría que es invierno. Llevo cuatro días sin hablar con nadie conocido, el único que me da los buenos días es el dueño de la cafetería cada mañana. Llevo meses sin escribir. Creo que todo sería más facil si hubiera cafeterías en las que el camarero, viniera a servirte café cada poco. Y beber y beber café toda la tarde. Con una libreta llena de palabras y tachonazos, y olor a café, abandonar ese lugar con la libreta llena de vida y el corazón vacío por una vez. Ligero, como el viento. En casa, la ropa huele a suavizante y se mueve con el aire, la cocina está llena de platos usados y en el cajón no quedan cucharas de postre. Inexplicablemente es el cubierto que más utilizo: me paso el día tomando infusiones. Hace unos días compré una que se llama "infurelax" y voy a dos sobres por día. Quería tener una azotea, vivir en los tejados. Siempre fui de las que sueñan más de la cuenta y se pierden imaginando que pasa más allá de sus ventanas, de sus fronteras. Viviendo en una película interminable, declarándome a las orillas del Sena, "siempre he pensado en ti, fúgate conmigo." Pero no hay fugas, los aviones han decidido dejar de aterrizar en este aeropuerto. En este cuerpo. Tengo la cabeza a mil revoluciones por hora y el otro día conté más de mil latidos por segundo, el diagnóstico fue: Sobredosis de realidad. (o de café). He llegado a la conclusión de que debo sonréírte más, acariciarte más la nuca, olvidar estas ganas de odiar todo lo que me encuentro a mi paso. Centrarme en querer. En quererme bien. Ponerme más vestidos, caminar más por ciudades desconocidas. Como hoy. Que he empezado a vivir otra vida en un lugar desconocido. Aprender a mirar la vida con otros ojos, aunque sigan verde bosque como siempre, verde bosque esperanza. Vivir aventuras en la cama cada noche, leer más, leerte más, ver más allá de tus ojos tristes. Ya ha llegado la tarde. Estoy sentada, mirando por la ventana la ciudad que se extiende ante mis ojos. Es preciosa, aunque gris, está llena de vida. Mi único plan hoy es ponerme mi mejor vestido, salir de casa con ganas, mirarte a los ojos y sonreírte. Te prometo que intentaré ver todos los días la ciudad con estos ojos, pero si algún día me ahogo, ven a rescatarme, que sigo siendo la misma de siempre. La misma loca que te diría a orillas del Sena: "Siempre he pensado en ti, fúgate conmigo."

“Estamos perdidos. Tan perdidos que sólo tú y yo sabemos dónde encontrarnos”


El vértigo es enfrentarse cada día a una nueva mañana, no hundirnos en el café, sonreír y buscar algo que merezca la pena. Hace unos días, un gato paseaba por un balcón de un cuarto piso abandonado. No se como había llegado allí, creo que estaba buscando un rayo de sol. Se colocó en la barandilla y se sentó a mirar a la calle. Desde abajo, le miraba y sonreía. Me dio esperanza. Tenemos que seguir buscando. Puede que nadie pueda salvarnos del asfalto, el mar esté demasiado lejos, puede que se nos amontone la vida en la silla de la ropa sucia y se nos olviden los motivos. Puede que las palabras ya no lleguen, que las personas que creímos eternas, ahora estén caminando en sentido contrario. Vértigo es volver a nacer, pese a la vida, preparar el café con dos de azúcar y una sonrisa, y creer que vamos a ver el mar algún día, que la esperanza no está perdida. Puede que la esperanza seamos nosotros. Ayer Ismael Serrano decía “Hoy es siempre todavía” y nos alentaba a ser los héroes de la rutina. Porque luchamos cada mañana por sentir, que la vida no es sólo ir de un lado a otro, si no encontrar nuestro sitio. Y yo me encuentro en tus pupilas, en tus brazos, en las palabras de la gente que sigue ahí, en las palabras de la gente que se fue. Aquí sigo. Nunca huí, pese a mi afición por coger trenes sin destino cada domingo.

Aún nos queda tanto por vivir, una noche de hotel en cualquier lugar con un baño de espuma, unas cuantas promesas, un viaje a la luna, que tu espalda sea mi aeropuerto. Tenemos que gritar desde un descapotable que hoy somos héroes, mañana quien sabe, mientras la noche nos abraza. Tienes que aprender a bailar, tengo que enseñarte, el pasillo de mi casa es la mejor pista de baile. Tengo que engañar al destino para que te quedes conmigo. Tienes que decirme: “no has crecido nada desde la última vez”. Tengo que darte un abrazo en silencio (no sabes cuánto tiempo he esperado este momento). Tenemos que vivir ese verano que borraste de nuestra historia. Tienes que volver a enamorarte de mis ojos, tengo que volver a escribirte una carta de amor. Porque es tarde para sentir miedo. Toda la vida es ahora.

Que la ciudad es infinita y tus ojos son los más tristes del mundo, pero yo nunca me rindo, yo nunca me rindo.

"Durante meses, más aún, durante años, esperó volver a encontrar a ese hombre del tren. 
Pensaba todavía en esa espera como algo que formaba parte de la felicidad que había conocido con él. Aquella noche se había instalado como algo resplandeciente, inigualable en su vida. 
Ese amor había sido tan fuerte que todavía la hacía estremecer aquella noche."
— Fragmento de La lluvia de verano, Marguerite Duras