Diario II



De miradas vacías y sonrisas al borde de la muerte, de la vida cuando son hojas secas volviendo a casa, de madrugadas y la luna recordándonos que somos fuertes, lo somos, de la vida cuando nos asomamos desde la planta 32 y nos arrojamos a un vacío que se llama futuro,de tus besos después del desayuno, de pasar doscientas horas juntos al mes y luego la soledad, el amor al borde del precipicio.

Ibamos elegantes y nos subimos a un ascensor con desconocidos y te di la mano, y el mundo se paro por un instante.  La sensación de vértigo siempre es mejor si nos cogemos de la mano. Había luces y de repente era Navidad y hacía tanto frío que los sueños se congelaban, quisimos disparar para ganar, yo nunca supe como hacerlo. Yo nunca sabré como hacerlo. Cogimos el tren en la estación de siempre, cogimos un periodico y un cafe, y fuimos los extraños más enamorados del mundo, jugamos a casarnos, a ser marido y mujer en la vida que siempre deseamos.

De nuevo la soledad, tengo una taza con un gato asustado en la que tomo el café. Tengo miedo del futuro. Tengo la nevera vacía y estoy decidiendo si debo salir de este agujero para ir a comprar. Tengo más miedo de camino al trabajo que cuando subo a la planta 32 y el mundo se antoja infinito. Estoy lejos de ti. Lejos de mi. Hay un coche verde antiguo precioso cubierto de hojas, nunca se mueve, siempre está en el mismo lugar. Siempre quiero huir cuando lo veo. Pero ni él huye, ni nosotros, y sólo esperamos que el futuro llegue pronto y podamos caminar por estas calles como los extraños más enamorados del mundo.

Diario I



Hay una especie de paz que aparece raramente en esta ciudad, esta mañana, cuando los ciudadanos se dirigían en masa a coger el tren, como el que cree que se le escapa la vida. El hombre que vendía flores se había quedado dormido y todo iba a cámara rápida, música, el frío atemorizando el planeta. El jardín está lleno de hojas secas y cada día se amontonan más como quien habla de recuerdos, el viento las barre, pero siempre vuelven a su lugar. Desde el cristal empañado de la cocina vi a un gato tumbado bajo el sol y la paz dormía bajo sus orejas. Creo que después caminó pisando todas las hojas y se escondió porque hace demasiado frio. He tenido una clase y hemos hablado de a qué temperatura la comida se contamina, de ratones colonizando cocinas y de cuál es la manera adecuada de lavarse las manos. Hay que frotar, hay que dejar ir todas las bacterias. Nos contaron la historia de una mujer que murió después de comer pavo en una cena de Navidad porque en el restaurante habían cocinado el pavo en el horno por la noche y a la mañana siguiente. Qué cruel es a veces la Navidad. También que hay un virus que se contagia especialmente en estas fechas porque los metros están tan llenos que el contacto humano te hace contagiarte. En el overground camino a casa había una niña que gritaba a pleno pulmón y sus padres parecían indios y me encanta imaginar historias, como habrán llegado aquí, por qué, a donde irán, al menos se tienen, una familia. A veces hay paz y a veces hay ruido y soledad. Tengo pesadillas con un restaurante donde se sirven pizzas y la gente habla en un idioma que no conozco y sonríen y todo es un escenario de una película donde yo estoy tras la cámara. Intento entrar. Es mejor estar fuera. En los trenes que cojo y en las calles que visito siempre hay un hueco que lleva tu nombre y te espera. Así que hablo conmigo misma como si estuvieras tú, te cuento de la paz, del gato que estaba en el tejado, de los desconocidos. Falta esa luz que nos hace correr en dirección contraria, hacer locuras y perdernos en el cielo, adorar la vida y bailar, bailar como si no tuviéramos más que este momento. Un momento es muy poco tiempo. Ya lo decía alguien. Busco la poesía de Sylvia cada vez que veo una montaña de libros, pero nunca está, y ahora leo Paul Auster, alguien mira en las páginas de mi libro. He comprado café en el lugar de siempre, horrible, con camareras de los años ochenta y un color amarillo chillón. Lleno de trabajadores al mediodía comiendo hamburguesas y tres litros de Coca cola. Es un buen café. Esta es mi vida. Esta soy yo, ahora, en silencio, con la mirada perdida. Sonrío menos y pienso más. He crecido, he plantado flores dentro de mí. Crecen hacia todas partes y a veces no me dejan respirar. Ahora caen las hojas dentro de mi. No se a donde vuelan. El gato las ha pisoteado todas, y después se ha escondido porque hace demasiado frío para salir a la vida.

Era uno de esos días de Otoño que tanto adoramos en el pasado, con sus hojas secas colonizando el jardín, todo era nuevo y a la vez sonaba a pasado. Las ventanas estaban empañadas por el frío y el cielo estaba gris, propio de esta ciudad. Y ahí estabas tú, después de dar tantas vueltas, de idas y venidas, de dejarlo todo y empezar de cero. Perdida y alegre, encontrando el norte por fin entre las hojas mojadas por la lluvia.

 Una noche volviendo a casa en el metro conociste a una mujer con el mapa del mundo en el rostro, eran cicatrices, metáfora de la vida, ahora crees que tienes el mapa del mundo tatuado en el corazón. Después de tantos meses en la ciudad del caos y la prisa, de los cafés corriendo en medio de la calle, de las madrugadas que nunca terminan en los autobuses nocturnos. Has llorado tanto y has reído tanto y has hecho la compra y te has perdido en el pasillo de los yogures en una nueva ciudad, te has perdido cada mañana y te has encontrado y ese es el mejor sentimiento del mundo. Nos hemos perdido y nos hemos encontrado de nuevo y ese es el mejor sentimiento del mundo.

 Ahora que te he enseñado donde desayuno, donde hago la compra, ahora que cenamos juntos y adoramos el barrio más carismático de Londres. “Que sí, que no olvidaré este lugar nunca, los olores en las calles, las voces, el ruido, las tiendas llenas de bullicio.” “Mudémonos aquí, empecemos de nuevo”. Ahora que nos hemos encontrado en Montauk y nos besamos en la estación más grande de Londres. Entre cientos de desconocidos corriendo a todas partes. Nosotros. Ahora que tenemos planeado visitar todos los mercadillos de Londres y perdernos entre vestidos y camisas de colores y besarnos cada dos minutos. “Qué paz tenerte, qué bien que hayas vuelto”. “Todos los hasta dentro de diez mil años escondidos en los márgenes, para que nadie los vea” Puede que nadie nos crea pero nosotros sabemos más que nadie que hemos bailado por todas las ciudades del mundo y gritado y reído y que es el amor más que eso. No sé, qué bien tenerte, no te vayas, ahora tenemos toda la vida por delante y sabemos que podemos. Cruzaré todas las avenidas para ir a buscarte y te besaré como nunca el veintiséis de noviembre y pararemos el tiempo. ¿Te quedarás? Te cambio las mañanas solitarias y los cafés en medio de la lluvia por una vida juntos. 

Construir una vida desde las ruinas de un corazón vacío, conocer otros mares, aprender que la soledad nos ayuda a ser más fuertes. Hace tanto que no escribo que he olvidado como empezar, me he convertido en una experta en coger flores en el jardín y colocarlas a modo de "tienes que ser feliz". A veces encuentro un corazón perdido en otros ojos y quiero atraparlo para siempre. A veces solo intento llenar este corazón. Solo escucho mis pisadas subiendo estas veinticinco escaleras de camino a la habitación. Traigo la cena, cierro la puerta, abro las ventanas, respiro. Hace años escribí que es como tener una cuchara vaciándote poco a poco por dentro. Hemos vivido tanto juntos y he dejado de escuchar tu voz y a veces no se como empezar. Hoy he descubierto una casa abandonada y podría ser una metáfora, las ruinas, cómo crecen las flores en medio de las ruinas y como a veces sonrío como esa flor. Perdida. Intentando brillar.

El doce de julio, cinco años después de, escribí:

Ahora que intento huir de todo lo que empezó un día como hoy y vivo todas las vidas que siempre quise y cojo el metro y soy una desconocida más. Ahora que nada llega al fondo de todas las cosas y soy una cascara vacía que sonríe cuando ya no queda nada por lo que luchar. Que intento buscar el mar sin éxito cuando vivo rodeada de mar. Que tengo libros en la mesilla que hablan de barcas y vaivenes y como hacer los sueños realidad. Ahora que no encuentro el silencio y las lágrimas son de color el río y me pierdo en los espejos de los museos (si, el simple hecho de colocarte el pelo es arte, y todos los que caminan detrás de ti observándote sin que te des cuenta). Y subo al sexto piso y admiro las vistas de la ciudad más bella y triste del mundo. Escribo en mi cuaderno todas las veces que reí en el día y el lugar. 11:22, autobús. Quizá para recordar quién soy. El gato hace mucho tiempo que no viene de visita y las flores se han marchitado y me empeño en recordar aquel 12 de Julio que cambió mi vida. Y el giro que dio después, y que ahora estoy tan perdida que no se por donde empezar. 11:48, trabajo. Y que el domingo voy a ver el mar y hay una noria justo al lado desde la que se puede soñar, y hace mucho que no están tus ojos. Nunca olvidaré que te daban miedo las alturas. A mi me daba miedo la vida sin ti. Eso si que es un puto rascacielos.



Recuerdo como me llevabas de la mano, por si me perdía, y las veces que
te perdí entre la gente, y el corazón escapándose del sitio hasta que
te encontraba de nuevo. Aparecías, siempre aparecías.
Ahora siento eso cada día pero termino
entre rostros desconocidos y termino por olvidarme de quién soy.
Recuerdo aquellas canciones que eran hogar, y ahora pego en las paredes todo
lo que encuentro para que la casa sea un hogar, y las calles son diferentes,
me olvidé del olor de las mañanas en tu cuello.
Recuerdo que tuve más hogares, y que el último no lo veo desde hace más de
setenta días, y también hace más de setenta días que no lloro,
hasta hoy.
Es como si un torrente de tristeza se hubiera instalado en mis ojos,
que es veinte de mayo y serían 62 y estoy tan lejos y el futuro no habla de
ti y el pasado se instaló en las costillas. Amenaza con quedarse a vivir.
Hace unos días me tumbé bajo un árbol milenario y escuché el murmullo del
viento y las hojas caían sobre mi pecho, en paz.
No se, que se me atragantan las palabras con tanta ausencia en los ojos.
Que te echo de menos, a tí también, que recordé París, el mar en la piel,
la vida cuando corríamos en contra del tiempo. Ahora es el tiempo el que
corre en mi contra y yo solo intento pararlo, sin remedio.

Tengo un montón de textos sin terminar, y te digo que quiero escribir un libro,
hay un corazón en tu mano que quiere volar.
Soñábamos con arrancarnos las heridas y acabamos sedientos de abrazos,
tan lejos que duele, ya no conozco tus ojos, ya no me hablan.

El amor no conoce de mares, este cuerpo necesita más abrazos que sueños,
te dije, esta ciudad es fría, por las mañanas los cristales siempre están
llenos de lluvia. Tengo poesía en la mesita que habla del frío en los
bosques.

Hay mañanas en las que duele la vida y tengo vestidos de diferentes colores,
una noche arrojé toda la esperanza al río que cruza la ciudad, mis ojos empezaron
a brillar y la ciudad empezó a latir de nuevo.

Hay noches en las que tengo los ojos cansados y los pies mojados
por la lluvia y no encuentro el camino de vuelta a casa, y me pierdo.

Qué haremos con todo este vacío que amenaza con quedarse para siempre,
donde guardaremos los libros, las fotografías, la lluvia que empaña los cristales.
Como podremos volver a creer, donde estará la fuerza que creía encontrar en los
amaneceres,
cuando aún sabíamos volver a casa, y la ciudad era pequeña y gris,
y me abrazabas todas las noches, como el que quiere atrapar un sueño.

El tiempo también es fuego, y nosotros nunca supimos como apagarnos.


____________


Llevo aquí poco más de cuatro semanas y ya he conseguido formar un montón de recuerdos. Los guardo con cuidado, para cuándo venga la tristeza o extrañe tus abrazos, para cuando duela seguir. He perdido mi mirada en el Tamesis desde lo más alto de un museo lleno de fotografías, y se veía toda la ciudad, y daban ganas de quedarse a vivir para siempre en ese instante. Una noche, justo al volver a casa, me di cuenta de que estaba el Big Ben justo enfrente y me paré a respirar profundamente, porque a veces es necesario recuperar las fuerzas. También me he sentado en unos escalones perdidos en medio del barrio más bonitos del mundo y mientras llegaba la noche he reido hasta que me dolía la tripa. Cada mañana en el autobús veo amanecer y observo como los desconocidos van a trabajar y pierden la vista en el paisaje o en un libro. Y tengo ganas de fotografiarlo todo, soy como una niña con los ojos como platos. Tengo un jardín precioso lleno de flores, como el que siempre imaginé, y cuándo puedo salgo a sentarme mientras el sol juega con mi pelo. A veces leo, a veces deseo que alguien me acompañe y escuche los pájaros mientras escucha como me río. Hay unos niños que siempre juegan en el jardín de al lado, y justo enfrente de la casa hay un cementerio. El más grande que vi en mi vida. A veces me escapo a algún parque, me tumbo y cierro los ojos. Supongo que es una manera de volver a creer, y me pierdo en los cielos azules y el libro descansa a mi lado. Aún no he cogido el metro, tampoco he recibido ninguna carta. He vuelto a visitar sitios que ya conocía y parecían desconocidos, como el que vuelve a conocerse de nuevo. Y así estoy, cada día más grande, llena de vida, y hay días que la nostalgia viene a matarme como un huracán. Como aquella noche que paseé en silencio hasta que toda la ciudad se derrumbó sobre mi. Es entonces cuando me pongo a escribir y recuerdo los momentos brillantes. 



Todas las tardes un avión sobrevuela el autobús de la que vuelvo a casa. Y yo vuelo con él. Esta tarde me tumbé a mirar el cielo con un libro, y parece que he tenido que cambiar de vida y de calles para aprender a valorar esos pequeños instantes de felicidad. Ahora que llego a casa y hay vida, y me levanto antes de qué salga el sol y voy bailando observando las calles, ahora que todo cuesta menos. Que sonrío a todas horas y los ojos me brillan. Ayer escribi:" Hemos dado tantas vueltas que nos hemos perdido en algún momento del camino. No se qué seremos, no se si las heridas se curan con mar, si estamos muertos. Intento matar la incertidumbre con palabras y atardeceres y esta ciudad tan pronto te mata como te devuelve la vida. No se. Ahora sólo pienso en trenes y huidas y busco ese instante de lucidez en el que destruya todo y me arranque las heridas". He vuelto un par de veces a la librería de aquella vez, los libros siguen llenos de polvo, y yo sigo teniendo las mismas ganas de comerme el mundo. No estabas. Solo estaban mis manos y mis ojos cansados buscando alguna palabra que me salve. Y lo hicieron. Y al volver a casa el avión sobrevolaba los tejados, el gato de la vecina se estiraba en la ventana, y en esa aparente calma revoloteaba la felicidad. Los pequeños instantes.


Aprendes, a levantarte cada mañana y mirarte al espejo,
como el que ve unos ojos que no reconoce,
y aún así sonríe.
Las calles están llenas de desconocidos que buscan algo,
y tú te empeñas en ser como ellos y les sigues, pides
un café, te sientas a ver pasar la vida.
Conoces algún museo, y das vueltas intentando quedarte a vivir
en algún cuadro y que alguien quiera observarte al menos durante
un minuto, queriendo quedarse a vivir contigo.
Y los jardines están llenos de flores y la primavera florece
en esta soledad llena de vida y de ruido, y no hay mucho qué hacer
al llegar a casa.
Memorizar las paredes, el ruido, la furia, aprender
a vivir solo con estas manos.
Te imaginaste tantas veces cogiendo trenes con una libreta en las
manos y las ganas intactas.
Soñaste tantas veces con ser esa desconocida, y
ahora lo eres, y buscas poesía en librerías de segunda mano y sueñas con
que alguien llegue y te arrebate esa tristeza de golpe.
Te olvidas de quien eres en los pasillos de los supermercados y te sientas
en cualquier banco de la calle más preciosa de la ciudad, buscando otros
ojos que quieran mirarte, que quieran quedarse a vivir en ti al menos un minuto.
Y vuelves a casa con los ojos llenos de lluvia, porque en esta ciudad llueve mucho,
pero siempre por dentro.
Te sientas enfrente del lago del parque más grande del mundo y te conviertes en Anna
esperando la casualidad más grande de su vida. La que te haga girar.
Y buscas el momento de coger un tren mágico a París solamente para desayunar en Montmartre
y arrojar la tristeza desde lo más alto de la ciudad.

Dijiste, quiero dar la vuelta al mundo pero sin ti. Y ahora estoy dando la vuelta
al mundo alrededor de mi misma.

(Recuerdo cuando los días cualquiera ibamos a perdernos entre literatura y observaba
como te acercabas y cogías libros, y en tus manos florecían las historias y las
palabras salían a abrazarnos. Y escribías en los márgenes Clementine, con algún
corazón desgarbado al lado. Ahora soy Clementine perdiendo trenes y Montauk está
tan lejos que no recuerdo como llegar. El Big Ben está apagado justo antes del amanecer,
al igual que mi corazón).


Me he visto perdida en los aeropuertos, desorientada sobre qué avión coger o hacia donde volar si tus brazos se alejan justo en dirección contraria. Tenía una libreta en la mano con un par de palabras ilegibles, me había puesto a escribir y me había quedado hipnotizada con el pasillo de llegadas. Torrentes de personas llenaban los pasillos y abrazos y qué ganas de llegar y qué bonita la vida. Me imaginé cogiendo un par de trenes, los pies sobre la maleta, la lluvia y el frío, “este es mi sueño”, esta soledad abriendo agujeros en el corazón, no. Otra estación de tren llena de gente que sabe a donde va y yo que no se ni quién soy. Un día cogí un ramo de flores colgándome de un árbol y me mojé entera, agité el ramo en el aire, todo el mundo me miró. Lo llevé hasta casa, lo puse en un jarrón improvisado, no pude dejar de mirarlo durante horas. Nadie está aquí para oler las flores, nunca hubo nadie. Cae la noche en ese sueño, pesan las maletas pero pesa más la vida. Ojala hubiera alguien esperándome, ojala derribaras todos los impedimentos y te quedaras para siempre. La peor pesadilla es olvidarme de ti, el tiempo es tan macabro que me hizo olvidar al que me dio la vida y ahora no recuerdo las arrugas que se formaban alrededor de sus ojos. No quiero. No quiero que el olvido sea tan terrible y termine quemándonos, en tus ojos se podía ver el fuego, tú estás quemándonos. Quiero recordarte mirando al mar cuando te conocí, cuando aún no sabía que íbamos a ser el huracán más bonito, cuando tenías el pelo más largo y eras más tímido y me mirabas como un sueño que acababa de hacerse realidad. Estás, aún te tengo, es de noche en medio de la nada y el frío congela mis pies. Pero te veo frente al mar y comprándome cámaras de foto de juguete. Sonríe, sonríe, me dices. Yo llevo una falda vaquera y aún no he aprendido a peinarme y giro en un baile interminable, como no voy a sonreír. Voy a quedarme muy quieta, atrapando tu recuerdo, es mío, tan mío, que aparezco caminando por Italia contigo a mi lado, vamos a comprar un paraguas y un anillo en una tienda de segunda mano para que me quede contigo para siempre. No lo encontramos. Ahora estamos en Barcelona y hace calor, estamos tumbados en la arena, no sabíamos que iba a hacer tanto calor. Volvemos al apartamento y cocinamos macarrones porque no sabemos cocinar otra cosa y la vida es bella solo porque tenemos todo el tiempo del mundo para nosotros. Que la vida acaba de comenzar. La vida acaba de terminar. Sigue haciendo frío y he vuelto. Sigo desorientada en el aeropuerto y recuerdo que hoy arranqué esas flores del árbol y la habitación huele a flores. Aquí nunca hay nadie para oler las flores. Mi vida solo giró completamente una vez y hubo muerte y hubo frío y el olvido matando todas las plantas y los recuerdos. Mi vida está a punto de girar otra vez y estoy perdida atrapada en tu recuerdo que mira al mar.

Ojalá encuentres el camino de vuelta.



He desarrollado un amor meticuloso por todas y cada una de sus cosas. Por eso me gusta tanto hacerle la maleta y cargar después con ella como el dueño de un tesoro. El amor es tan real como el resto de las cosas imaginadas. Como el calor que uno siente mirando el nombre de las ciudades en las que nunca ha estado. Como el mar en los mapas, o las pesadillas de los astronautas."
Ray Loriga

Dices que cualquier ciudad que no sea esta me hará volver a ser, volver a ser qué, mientras la lluvia hace su trabajo y riega las calles. Dices que cualquier paisaje es mejor que el gris y los autobuses, que el futuro vendrá a por ti. Vendrá y te llevará. Sylvia dice que solo puede vivir con intensidad y que a veces hay que atraparlo todo. Pero y qué hay del vacío, de los hoteles a medianoche, de los ojos llenos de lluvia. Desde cuando estamos cayendo y hacia donde vamos y porque se rompen los paraguas si aquí nunca deja de llover. Dices que seré feliz, que bailaré con tu recuerdo, pero el vértigo también es perderme en tu mirada. Que aprendí a coger aviones por amor y sigo cogiéndolos por esa sensación de vértigo, que diferencia hay entre amor y vértigo. Dime.
Dices que lo mejor es la distancia, que un mar es suficiente y que dar la vuelta al mundo por alguien no merece la pena. Quizá el mundo deba darse la vuelta para que nos encontremos de nuevo. Pero ya está girando. El plato del microondas sigue dando vueltas como la vida. Qué hay de toda esa tristeza que sobrevive en el fondo del café y en las ventanillas de los trenes. En los bancos de los aeropuertos. Esa que se instala en el fondo del estómago y no te deja respirar, las putas despedidas que nos arrancan el corazón a pedazos. Dices que no rompa más platos, qué culpa tienen ellos de que no hayamos ganado nuestra guerra. Digo que por fin ha llegado la paz. La distancia. Nadie habla de las cicatrices y de los heridos. Dices que la vida llegará y arrasará con todo y a veces hay que tomar decisiones, que la felicidad está en los tejados y debo observarlos uno a uno. Que llegará la paz, se instalará en mi regazo y aprenderé a vivir de nuevo.

Y yo no digo nada, solo te miro y pienso en aeropuertos. En que el vértigo también es despedirme de tu mirada para siempre, que la paz para el que la quiera, yo siempre preferí esa guerra cuerpo a cuerpo contigo. Que esta ciudad es increíble solo porque tú estás en ella, y que si he de irme, lo haré, pero no me pidas que deje de llover.

"Es como contemplar París desde el vagón de cola de un expreso que marcha en dirección contraria: a cada instante la ciudad se hace más y más pequeña, sólo que es uno quien se siente cada vez más y más pequeño y más y más solitario, alejándose a toda velocidad de aquellas luces y de aquella agitación, alejándose a cerca de un millón de kilómetros por hora."
— Sylvia Plath, La campana de cristal

Devorar palabras para que un rayo no nos parta en dos, como si no estuviéramos ya hechos de tormentas. Devorarnos la piel como el que se traga la última gota de leche del tazón, sin dejar rastro. Anoche leí sobre aquella poeta que estaba perdida y todo el mundo la buscaba y llevaba dos días durmiendo en el sótano. Devorar la vida hasta que ella nos devore. También como esa última noche escribió sobre la paz y a la mañana siguiente metió la cabeza en el horno. "No deseaba flores, querría únicamente yacer con las palmas hacia arriba, totalmente vacía." Me fascinan sus palabras y las devoro porque es lo único que me queda para sobrevivir. Me pierdo en los pasillos llenos de libros, lleno la nevera de fideos japoneses y mato el tiempo garabateando libretas. En mi cabeza solo hay aviones despegando y despedidas amargas. Ya no recibo flores, ni palabras. Compra tres jarrones, llénalos de flores y de agua de lluvia, asómate a la ventana y mira el cielo. Siempre es el mismo cielo. Ya no sueño con que volvemos a ser dos desconocidos en el tren y empezamos nuestra historia. Siento como si mi corazón fuera a salir por la ventana y el frío lo fuera a congelar. Quizá ya está congelado. Quizá solo me quede la casa desordenada, el grifo corriendo, un montón de libros apilados en la mesilla y un billete de avión. Esta vez el destino no son tus labios, es una soledad que congela por dentro, una ciudad llena de vida y ausencia. Para poder llenarnos tenemos que vaciarnos primero y después de la caída llega el vuelo. Estamos enamorados del vértigo. Quedan pocos días, y ahora solo me dedico a memorizar tus lunares trazando mapas, para que no se me olviden cuando no pueda verte. La ciudad nos extrañará, y seremos dos insomnes que no quieren olvidar que un día brillaron como ese rayo que les partió en dos.

Todas las películas hablan de huidas, de dormir en sofás resquebrajados por el paso del tiempo. Como si los corazones solo volvieran a latir cuando conocen ciudades nuevas y estuviéramos hechos de olvido y recuerdos. En esa última película, sonaba música folk y un gato curioso despertaba a un hombre cada mañana. Ese no saber donde estás, esa huida constante en la vida, estar perdidos incluso conociendo cada calle y cada presente. Se que he pasado por aquí mil veces, nos besamos allí, jugamos a ser eternos en ese café. Y ahora me voy. No se quien querría despedirse de un futuro que aún no ha ocurrido y de todo lo que no hemos vivido. Una vez escribí: Si huyo es para no volver, si vienes que sea para quedarte. Todas las palabras me persiguen y todas las madrugadas juego a perderme en cualquier novela para evitar pensar. Podíamos haber sido tanto, el primer beso de la mañana, la primera canción que suena por la radio y nos devuelve la vida, habríamos sido el arco iris tras la lluvia, el abrazo que nos hace respirar. La ciudad ya no nos reconoce, no sabe que nos amamos en cada esquina y conseguimos parar el tiempo en todos los cafés. Volveré a leer a Cortázar y a creer en que el amor es ese rayo, pero esta vez nos ha partido en dos. Hemos perdido las ganas y nos consumimos en este pasado que nos agota. Hubo una vez en que teníamos un futuro lleno de mapas con cruces del tesoro pero todo ardió y entre el fuego se quemaron también mis ojos, ahora no soy capaz de ver.  Flores, flores, es una imagen recurrente, mi obsesión por el ritual de colocarlas en un jarrón y verlas mientras se van muriendo poco a poco (supongo que me pasa lo mismo con la vida). Y aquí estamos, cada vez más cansados, más flacos (llenos de lluvia). Puede que nos encontremos en otra vida, quizá más sabios, y podamos hacer realidad todo lo que siempre soñamos.

Te he esperado en el vértice del tiempo,
donde confluyen todas las canciones que nunca escuchamos,
los amaneceres nublados,
el café derramado,
las cientos de veces que lo intentamos,
para fracasar.

Te he encontrado en la mirada del camarero
que me ponía café esta mañana,
y me decía, “que tengas feliz año”,
y veía la tristeza morir en mis ojos.
También en las ramas desnudas de los árboles,
suplicando por algo de calor.
  
Te he perdido cientos de veces,
y te he sacado del corazón a golpes,
escondiendo las heridas, para que nadie sepa,
que fuimos tan grandes que nos hemos dolido
más que nada, más que nadie.
Pero que también nos amamos como aman los valientes.

 Te espero en otra vida,

valiente.

Estoy perdida, tan perdida, que a veces nos imagino bailando bajo la lluvia en una terraza desconocida. También nos he imaginado besándonos en una azotea con vistas a un mar inventado. Azul, muy azul. Me he perdido en tu mirada mientras me rompía los esquemas y las medias. Nos he visto amaneciendo en un lugar no conocido, mientras el cielo se vestía de todos los colores del mundo. Y un desayuno, claro, un par de mandarinas, café, y todo servido en una bandeja con un jarrón de flores (recién cogidas de un jardín imaginado). Sonaba la canción de Antonio Vega, esa que aparece en una película española, mientras ella le dice: “Tenía tantas ganas como miedo”. Y luchábamos contra el destino con palabras, cogíamos cada noche un tren para amanecer en un lugar distinto, sólo para besarnos antes de que se hiciera de día. Buscábamos la esperanza tras la piel, olvidábamos quienes éramos por un instante. Olvidábamos lo efímero del amor, de la piel, de los besos, del cansancio, del hastío. Olvidábamos que con el tiempo todo se vuelve polvo y flores muertas. Renacíamos en cada beso, en cada nota sobre la mesilla de noche: “Me debes un amanecer”. Y cuando los rayos de sol se colaban entre las cortinas descoloridas, tú jugabas a dibujar en mi espalda el mundo entero. Y vaya mundo. Como si siempre fuera la última noche, el último beso, el último latido. Apurando cada segundo, rompiendo los relojes, bebiendo el café de un solo trago porque no hay tiempo para perder cuando se ama de verdad. Todas las ciudades desconocidas nos daban la bienvenida, algún gato venía a saludarnos, el mar se ponía bonito para nosotros. Alguien se acercaba y nos decía: “que sí, que el amor puede con todo” y nosotros sonreíamos, como si no lo supiéramos. Nos he imaginado de tantas maneras, volando sin movernos del sitio, viajando, cuando el mejor viaje era tenernos cerca. 

"20 años después, mientras me hablas
de pequeñas ciudades -me pregunto
si un recuerdo es algo que conservamos
o algo que hemos perdido-, de pequeñas ciudades junto al mar,
yo comprendo que sólo fuiste un sueño."

Benjamín Prado