Diarios III



He vuelto a ti y he vuelto a nosotros, a los desayunos enfrente del mar. En el salón siempre hay conchas de mar y sofás blancos y nosotros nos tumbamos intentando buscar el mar por la ventana. Que ruje. Que lo veo en tus ojos tristes, que las olas me invaden y te miro y somos un mar enorme lleno de vida. También volví a tu casa después de mucho tiempo. Entre, repasé cada mueble, que caprichosa la memoria, había olvidado que habías reformado tu habitación. Todo era nuevo. Todo estaba en otro sitio. Pero aquel colchón lleno de recuerdos seguía donde siempre dándole sentido al resto. No había fotografías, los álbumes, desaparecieron después del desastre. Tengo que llenar esto de vida.

Aquella tarde volví a ver a mi padre apoyado en la barra del bar en tus ojos. La misma voz, los mismos gestos, el mismo destino. Temí y volví a ser la niña indefensa pero saqué fuerza y te dije, no hagas esto, no es bueno. Después me fui a casa sabiendo que hay cosas que nunca cambiarán.
En el avión de ida, me asombró el desfile de pies descalzos en el aeropuerto y como todo el mundo parecía perdido, pero todos sabían a donde iban. La vida era ese desfile de ida y vuelta y los aviones despegando. En el de vuelta, mis maletas aparecieron solas en la cinta transportadora. Todo lo que tenía. Girando sin parar.

La última noche que pasamos juntos no dejé de abrazarte y por mi cabeza pasaba todo el rato el pensamiento de que sería la última vez. Aún lo sigo teniendo.


Esta mañana tomé un café y volví a escribir a mano en una libreta vieja. Escribí: “Hubo una vez que brillé de felicidad, estaba en una casa vieja con las paredes sucias. Todo estaba en orden. Tengo ganas de gritar y tengo miedo a equivocarme. Estoy leyendo sobre la muerte y fuera los transeúntes caminan ajenos al futuro. En esta casa hace tanto calor que estoy deseando salir para que el frío me despierte.”