"Hace tanto tiempo que no duermo. Hace tanto tiempo que no tiemblas."


Si esto fuera una película, aparecerías llamando a la puerta con un ramo de margaritas tapándote la sonrisa. Yo me llamaría Claire, y tu dirías: No importa, Claire, siempre he estado a tu lado sin que tú te dieras cuenta. Ya nunca más te soltaré. Después bailaríamos por toda la casa, haríamos el amor como locos. Al día siguiente harías el desayuno y yo me reiría y te contaría las veces que me puse a llorar en el suelo de la cocina, frío. Y tomaríamos nuestras tostadas favoritas mirando por la ventana mientras nos contamos ese pedacito de vida que nos perdimos. Yo te diría que cada mañana era igual a la siguiente y que odiaba volver a casa sola, que el último autobús del día me echaba de menos. Me dirías: Claire, vámonos de aquí. Y elegirías cualquier destino al azar en el mapa para comenzar nuestra nueva vida. En el avión me apoyaría en tu hombro mientras las nubes se van quedando abajo, muy abajo. Y en nuestra nueva vida todas las mañanas tomaríamos zumo de naranja y tostadas sentados en la escalera. Veríamos películas como locos y tú dirías: Claire es nombre de protagonista. Te quiero, Claire, ¿Ves que bien suena? Y así pasarían los días, yo escondida en tu pecho. En una ciudad desconocida que nos abraza. Conoceríamos otros mares, otros sueños. Nos escribiríamos cartas de amor que nos daríamos cada día. Nunca está de más hablar de amor, de mar. Si esto fuera una película tú te llamarías Paul y todo el mundo sabe lo bien que suena Paul y Claire. La pena es que ni esto es una película, ni yo me llamo Claire, ni tú aparecerás en mi puerta, y yo estoy en el suelo de esta cocina, frío. Y volveré a coger el bus de siempre. Y no habrá salvación posible. 


"Recuerda lo que he sido para ti otros inviernos:
el tiempo de querernos indefinidamente,
el mar,
los barcos que llegaban sin muertos a la orilla,
el ruido de las olas al fondo de la casa.
Y el viento,
recuerda el viento, amor, doblando las esquinas."

Elsa López- Inevitable océano, 1982

"No se si estamos ardiendo, o algo se está quemando."


Ahora mismo estarás en la ciudad del viento, caminando y olvidando a la loca que te obligaba a darle de comer a los gatos. Yo mientras tanto, estaré pensando en como se refugiarán los gatos de esta lluvia que arrasa con todo. Y tú olvidarás. Olvidarás como me acostaba a tu lado en esa cama que siempre olía a mar. Como nos mirábamos en el espejo del baño después de darnos un beso. Cuantos corazones habrás pintado en ese espejo. Cuantos en mi espalda, dime, cuantos. Olvidarás que cada mañana desayunábamos tostadas con mermelada de fresa antes de ir a la playa. Que siempre me asomaba al escondite de los gatos, por si podía robarles una caricia. Y después nos metíamos en el mar, nos llenábamos de sal y luego reíamos al besarnos, tan salados. Tan llenos de vida. Ahora mismo llueve en la ciudad del viento, los gatos están mojados, y los recuerdos. Y todas las veces que te cogí de la mano en el autobús en silencio. Diciéndote sin decirte nada que somos más fuertes que nadie, que no lo olvides. Pero llueve, y tú olvidas, y caminas sin mirar atrás, y los gatos están tan tristes y salados. Como mis ojos, como estos ojos llenos de mar porque nadie los besa. Y la ciudad del viento pasará a ser la ciudad de la tristeza. Interminable. Y no te giras, pero te estoy mirando. Sigue lloviendo. Te alejas. A lo lejos un gato se relame en el lomo las gotas de lluvia. Me mira. Te mira. No puedo gritar que mis ojos salados te echarán de menos. No puedo evitar que te vayas. Sólo puedo seguir mirando, hasta que tu sombra desaparece. Hasta pronto, caballero. Fue un placer haberte conocido en esta vida.

"Ya nadie llama a los tranvías Deseo"


Te gustaba sentarte en medio de la plaza con cualquier libro, a ratos leías, a ratos mirabas la calle. A veces te sorprendían algunos ojos, a veces algunos zapatos. Dejabas que oscureciera, y veías como encendían las luces navideñas.  Todo era verde y rojo. Las campanas se reflejaban en tu libro. Estabas cerca de una iglesia, que cada hora hacía que sonaran sus campanas. Eso era lo único que te devolvía a la realidad. En tu intento para escapar de la soledad habías terminado presa de la literatura. No sabías vivir si no era de palabras. Y pensabas:  Yo no quería esto, yo no quería autobuses, cielos solitarios, cafés fríos. Yo no quería este frío de diciembre bajo las luces de Navidad. No quería lunes sin ti. Lo que quería eran tus palabras cada mañana escritas en mi espalda. Café para dos. Aviones cruzando el cielo. Esconderme bajo tu abrigo este frío Diciembre. Quería que te murieras por cruzar fronteras conmigo. Que fueras Otto el piloto, o el lanzador de cuchillos, Nino, Joel, Oliveira, cualquiera que me sacara de esta plaza y me dijera: Deja de leer, te invito a un café.  Y conquistar las estrellas que adornan las calles. Lo que quería era besarte despacio, muy despacio, y que tú quisieras que ese instante fuera interminable. Que no hubiera despedidas, ni encuentros, sólo escapar del tiempo. Que te mata, que te encierra. Y te hace vivir de palabras. Te gustaba sentarte en medio de la plaza a leer, y cuando ya no quedaba nadie en las calles volvías a casa, despacio, anotando en tu libreta: Hoy tampoco ha aparecido. Tachando un día más en el calendario.

“Esta espera inenarrable, 
esta tensión de todo el ser, 
este viejo hábito de esperar
a quien sé que no va a venir.”
Alejandra Pizarnik

"Ya nadie prefiere un beso a la vida."


Insistías en ponerte aquellas gafas de sol para tapar las ojeras. No querías que nadie viera el insomnio, las noches dándole vueltas a la cucharilla en el café. Cocinando de madrugada comida que tirarías a la mañana siguiente. Alguna que otra noche, te habías pintado los labios rojos y habías ido a aquel bar de mala muerte a sentarte en la barra. A compartir el insomnio con una copa de whisky. Soñabas con que algún desconocido te dijera- Llevaba toda mi vida esperando conocerte. Vámonos de aquí. – Y que llegarais a casa y te despintara los labios a base de besos. Salvajes, eternos. Y después de hacer el amor como locos se quedara mirándote, y te susurrara perdiéndose en tus ojos inmensos: Déjame dibujarte. Con los ojos, con las manos. Déjame hacerlo, e improvisara un lienzo. Sabías que empezaría por el pelo, largo, despeinado, cayéndote sobre los hombros. Después seguiría por los hombros, delgados, hasta dibujar la silueta. El pecho pequeño pero firme, el ombligo, las piernas largas. Sabías que lo último serían los ojos. Lo sabías porque siempre te habían dicho que tenías una mirada profunda. A veces color bosque, a veces madera. Pero siempre era como un pozo sin fondo. Podías perderte y nunca encontrarte. Mientras tú mirarías el techo y sonreirías. Siempre habías querido ser la musa de alguien. Inspirar a algún poeta de mala muerte que prefiriera un beso a la vida. Robarle el sueño a algún hombre que no tuviera más que palabras. Olvidar las madrugadas solitarias. Los sueños con fecha de caducidad. Los trenes que nunca paran. El frío. Eso imaginabas en la barra de aquel bar solitario, mientras el camarero limpiaba unas copas. Y te dabas cuenta de que la vida real no era eso, nunca sería eso. Ya nadie prefiere un beso a la vida. Y tu mirada se volvía aún más oscura, como un pozo sin fondo, en el que puedes perderte, pero nunca encontrarte. 

(Imagen: "A bout de souffle")

"Y si el destino nos encuentra, sólo tendremos que correr."


Pensarte, en esta ciudad que es un laberinto. Recordarte en blanco y negro, como si fuéramos una película de los años 50. Con su correspondiente beso eterno y la promesa de una huida a ver el mar en un descapotable. Con la despedida en el porche con un tierno beso en la mejilla y la ilusión justo antes de acostarme. Tu visita, con un vestido en la mano y un: “Vamos a bailar” y que ese baile sea hacer el amor sin apenas tocarnos. Pensarte. Recordarte. Pensarte regando las plantas y haciendo cola en el supermercado. Y recordarte en la última fila del cine, mano sobre mano, perdidos en cualquier historia de amor que no es la nuestra. Soñando con recorrer todas las calles y llegar a todos los mares. Sobre carreteras interminables. Que si el destino nos encuentra, echaremos a correr. Y nadie nos encontrará. Pensarte. Y que de repente toques a la puerta, lleves ese vestido en la mano y me digas : “Vamos a bailar”. Y terminemos en un descapotable, gritando como locos en medio de la noche. En esa huida prometida a ver el mar. Y amanezcamos con los pies descalzos, llenos de arena. La mirada velada llena de sueños. Y la promesa de hacer eso cada vez que nos atrape la vida y el destino nos alcance. Pensarte, en esta ciudad que es un laberinto. Soñarte. Y tenerte en frente, en pijama, mirándome mientras piensas: Mi loca. 


“Algo así como amarrarme a tus caderas y anclarme
a tu boca con un beso que no termine y que mis manos
viajen como estrellas fugaces por el cosmos de tu cuerpo entero.
Verte sonreír mientras te digo que eres lo mejor de mi vida. 
Y que el amor nos haga juntos.”

La vuelta al mundo para abrazarte por la espalda - J. Porcupine
(Imagenes: "A bout de souffle")

"No hay premio en la meta: esta es tu vida."


Te asomabas a la terraza después de cada polvo y de que él cerrara la puerta. Dejándolo todo en silencio. Perdías la mirada en la ciudad y dejabas que el frío te erizara la piel. Jazz de fondo, bajito. Estabas semidesnuda, aún no te habías vestido y la casa estaba a oscuras. Era como si hubieras estado en el cielo y ahora te dieras cuenta de que no existía. Sólo había una ciudad latiendo lejos de vosotros, erais parte de la lluvia que estaba cayendo. Sacabas la mano acercándola a la lluvia. Dejabas que las gotas dibujaran en tus manos círculos. Oyendo susurros en el viento: “Hoy estabas preciosa.” Era una soledad que no dolía, era un exquisito y necesario renacer. Escuchando el tráfico, los susurros del viento, con un frío que no helaba. Esta vez no. Ahí fuera la ciudad latía, soñaba, sentía y cada una de sus arterias sangraba instantes. Dentro no pasaba nada, el mundo estaba en pause. Como sentarse a ver como la lavadora da vueltas en una de esas lavanderías americanas, sabiendo que ese momento no te llena, pero te reconforta. Escuchando girar la vida. Despacito. Como el jazz de fondo, bajito. Y la ciudad que se va apagando. Ya es medianoche.

“Todo aquel tiempo fue como un largo sueño. 
La ciudad estaba llena de dormidos despiertos que no 
escapaban realmente a su suerte sino esas pocas veces en que,
por la noche, su herida, en apariencia cerrada, se abría bruscamente.
Y despertados por ella con un sobresalto, tanteaban con una especie
de distracción sus labios irritados, volviendo a encontrar en un relámpago 
su sufrimiento, súbitamente rejuvenecido, y, con él, el rostro acongojado de su amor. 
Por la mañana volvían a la plaga, esto es, a la rutina.”

"La peste" - Albert Camus

"Era de las que rompen los puentes con sólo cruzarlos."


Tiró las flores, y después el jarrón por la ventana. Así estaba mucho mejor. Estaba redecorando su vida, y esa era la manera más eficaz de empezar de nuevo. Sin flores, sin adornos. Después de romper con todo salió de su casa dando un portazo. Corrió, corrió con su abrigo rojo hasta que se le incendiaron las suelas de los zapatos. Hasta que llegó a un viejo café al que hace años iba en sus noches de insomnio. Allí, escribía y escribía hasta que el sueño aparecía disfrazado de poesía. Desde entonces, habían cambiado muchas cosas. Ya no se sentía sola. Pero esa noche volvió a sentir la impotencia de aquellos días. Las ganas de romper con todo. El vacío en el pecho, como si una cuchara enorme la estuviera vaciando. Habían vuelto los ojos tristes de sirena perdida en el asfalto. Las pesadillas recurrentes de los cuadros de personas sin ojos mirándola por las calles. Las lágrimas en las ventanillas de los autobuses y el invierno enfriándolo todo. En aquel viejo café, comenzó a escribir sobre aquel vacío, el insomnio, la incomprensión, las veces que había deseado desaparecer por sentirse una extranjera en su propia vida. Escribió de nuevo sobre la soledad y se acordó de aquellas mañanas azules en las que renacía. Recordaba coger un tren antes del amanecer, sentarse entre todos los pasajeros y dejar volar la imaginación. En poco menos de una hora, amanecía, y ella era testigo de ese sol enorme que lo llenaba todo de vida. Era su momento favorito del día. Siempre que lo veía aparecer, se decía a sí misma: Si algo tan grande sale todos los días, aún queda esperanza. Estaba despeinada, con ojeras, volvía a casa con los zapatos en la mano y los ojos llorosos. Perdida en aquella ciudad que cada día era menos suya y más del resto del mundo. Y de pronto vio aparecer al fondo una luz que poco a poco fue haciéndose cada vez más grande. Le dolían los ojos. Tenía frío. Pero de nuevo supo que había esperanza siempre que hubiera un nuevo amanecer. Le quedaban muchos soles y muchas lunas. Y en todos los casos, siempre le quedaría aquel viejo café al que ir a escribir cada vez que tuviera que matar la tristeza.


“En mi mirada lo he perdido todo.
Está tan lejos pedir. Tan cerca saber que no hay.”

Alejandra Pizarnik