Estamos hechos de rutina, nos perdemos en el café de la mañana, nos miramos temerosos en el espejo, aún dormidos, esperando algo del día que acaba de comenzar. Compramos pan, té, nos sentamos a comer acompañados, o solos, qué más da. Estamos solos. Navegamos entre los días soñando con aquella playa de postal que alguien nos recomendó, no recordamos ni quién. Por las mañanas nos saluda con euforia la camarera de siempre, con un gesto de resignación (queda poco por lo que luchar). Y buscamos ese minuto de lucidez, la felicidad espontánea que nos dan las palabras, o la lluvia cuándo nos sorprende y está fría, y las gotas resbalan por nuestra frente llenándonos de vida. Soñamos con que alguien nos diga: Quédate, quédate, pero solo nos llegan noticias de huidas, y los aviones sobrevuelan los tejados. Aún no ha llegado el otoño, y estamos llenos de rabia. Odiamos el tiempo que nos va matando lentamente. Las noches en la que nadie nos abraza, la taza de té enfriándose, el primer autobús del día, las veces que luchamos por algo hasta arañarnos por dentro. Y no conseguir nada a cambio. Las personas que en vez de contagiarte con su luz, van apagando la tuya, los amaneceres que no son de nadie y estás perdida entre desconocidos. Seguimos soñando con esa huida, con el último atisbo de esperanza, perdiendo la vista en el cielo cada vez que pasa un avión. Porque la vida no es esto, la vida debería ser amarnos cada mañana, beber el café de nuestros labios, abrazarnos en el primer autobús de la mañana, encontrarnos cada noche en el metro (bailando por sus pasillos), soñarnos cada noche como si fuera la primera vez. Que me niego a coger aviones sin ti, porque todas las huidas llevan tu nombre y da igual lo lejos que vaya si siempre te llevo dentro de mí. Que no quiero dejarte ir, no. Me niego a olvidar que un día apareciste dándole la vuelta a mi mundo, y desde entonces bailamos por las calles de esta ciudad gris. Huye conmigo, te espero donde siempre. Ya sabes el destino, ya sabes los motivos.

"El problema era que tenías que seguir escogiendo entre lo malo y lo peor hasta que al final no quedaba nada. A la edad de 25 la mayoría de la gente estaba acabada. Todo un maldito país repleto de estúpidos conduciendo automóviles, comiendo, pariendo niños, haciéndolo todo de la peor manera posible, como votar por el candidato presidencial que más les recordaba a ellos mismos. Yo no tenia ningún interés. No tenía interés en nada. No tenía ni idea de cómo lograría escaparme. Al menos los demás tenían algún aliciente en la vida. Parecía que comprendían algo que a mí se me escapaba."
Charles Bukowski - La senda del perdedor