Viajando en el tiempo.

Nos pasábamos los días viajando en el tiempo desde camas atemporales. Teníamos más de nueve estaciones del tiempo donde despegar. Eramos geniales. Podíamos aparecer en cualquier lugar, en cualquier momento, sin movernos del sitio. Todo comenzaba con un beso, y un abrazo eterno. A veces necesitábamos música, otras veces sólo silencio. ¿Sabes? Un día aparecimos en un camino precioso desde donde se veía el mar, fue increíble. Daban ganas de lanzarse al agua y nadar hasta donde nos llevara la corriente. En otro de nuestros viajes conseguimos llegar al cielo. Saludamos a los aviones, a las nubes, dimos giros caleidoscópicos entre abrazos. Nos gustaba sentarnos en los tejados de las casas, saboreando la sensación de saber que nadie podía vernos, y nosotros podíamos verlo todo. Era pura magia. La que sientes cuándo estás girando en una noria y de repente se para en el punto más alto. Y crees que no puede haber mejor sensación que quedarte ahí para siempre. En una jaula amarilla desde la que se ven más luces de colores que en una ciudad en Navidad. Otro día, nos apetecía te y viajamos hasta una isla de Italia. Nos acurrucamos bajo una manta y disfrutamos de un te con limón. No necesitábamos libros, ni películas, cogiéndonos de las manos podíamos llegar a donde nos propusieramos. Eramos una bomba a punto de estallar, el segundo antes del orgasmo, el abrazo de después. Llegar a un pais desconocido, tomar el mejor café del mundo, el primero de los fuegos artificiales, el que sorprende. Un beso inesperado, una mirada que rompe en pedazos, música en los oídos mientras el autobús sigue su camino. Eramos "Buenos días princippesa" "Buenos días principesso" al despertar. Un para siempre, si el tiempo nos deja. Sabíamos lo que era ser felices e ibamos a aprovecharlo cada segundo. Nos vemos en cada viaje inesperado, a donde nos lleve la estación más magica del mundo. Nos vemos en cada estallido de felicidad. Juntos, como siempre.
Hoy hace sol, y ¿Sabes que es lo que más me gustaría? Pintar un avión en el cielo, con colores muy bonitos, claro. Subirme en él y volar a donde sea, pero volar. El cielo está demasiado azul, y hay mil sitios esperándonos. Ver desde allí arriba todas las farolas, calles, el humo de los coches, y dejar atrás la ciudad. Olvidar que hay demasiadas ciudades tristes. Pintarla de colores. Después ver el mar, el inmenso mar. Los pececitos bailando en el agua presos de una melodía eterna. Ver como despierta la vida, como despiertan las calles, los prados, los mares.. Limpiar el corazón de recuerdos, volverlo puro. Hablar con los pajaros, abrazar a los gatos... a los que se dejen y a los que no tirarles un beso. Ir a Villasimius y ver desde el faro como gira el mar a su alrededor. Parar en alguna isla desierta a leer. Bajar del cielo, robar un coche, y huir con él hasta donde nos lleve el viento. Volver sonriendo. Dejarlo aparcado a un lado de la carretera, con un letrero enorme que ponga: Adoro cuando me despeina el viento. Ser por un día una mujer misteriosa, cambiarme de nombre. Dormir en un motel y que me despierte algún desconocido aporreando la puerta. Abrirle, sonreirle, y volver a cerrar la puerta. Coger una bicicleta prestada y pedalear a contracorriente. Dejarla aparcada y tomar un bocadillo en una pradera encima de un mantel de cuadros. Todo eso me gustaría. Sentarme en una playa desierta llena de conchas, escuchar el mar desde todas ellas. Ponerme una falda a la que le guste volar y bailar dando giros hasta marearme. Sentarme y morirme de la risa. Escribir cartas de amor a todas las casas de la misma calle. "Te quiero, como nunca, desde siempre" Jugar con los niños del parque a la pelota. Lanzarsela al cielo y decirles: "Ahí es a donde van todos los sueños" Y cuando vuelva, sonreirles. Tengo ganas de todo y de nada. De correr mil aventuras, de pisar cien países, de volar en globo, de pintar el mundo de colores. Salir de casa despeinada, con cualquier trapo a modo de ropa. Sentir la levedad. Dejarme llevar, bailar por el aire como si fuera un papel. Verlo todo desde allí. Y sonreir, con todas mis fuerzas.
Hay días en los que te levantas feliz sin saber porqué, y encima descubres una canción que te hace volar, y soñar, como siempre, como nunca. Ese día es de puta madre. De repente, todo se vuelve de colores y lo único que importa es tu sonrisa. Te sonríes en el espejo, te sonríes por dentro. Los cuentos de repente tienen final feliz, o no importa porque el presente es lo mejor del mundo. ¿Sabes? Hoy conquistaré todos los mares y escribiré nuestro nombre pegadito en el fondo del mar. Quizá mi mirada se pierda en el horizonte para no volver jamás, y de la vuelta a mil cielos de tu mano sin moverme del sitio. Yo quería tener una casita al lado del mar y ahora tenemos mucho más. No importa el sitio. Sólo importa que nos cojamos de la mano y volemos, muy lejos, como esas gaviotas que nos saludan cada mañana desde los tejados. Si quieres damos la vuelta al mundo en 80 años, y no volvemos nunca. En un globo lleno de sueños dibujados con nuestas manos. O nos colgamos de una nube y no bajamos nunca, que más da. Que importa si estamos juntos, y los domingos son el mejor día de la semana. ¿Y si no nos despertamos nunca? ¿Y si no salimos nunca a la calle? Acércate, acércate y no me dejes escapar nunca. Me pierdo en tu espalda cada vez que me abrazas, me pierdo en tu cuello, repaso mentalmente cada centímetro de tu piel y lo memorizo. Por si algún día te escapas, por si no te apetece volar conmigo por el cielo. Iremos al faro de Villasimius en uno de nuestros vuelos, y correremos juntos por las escaleras hasta llegar a ver el mar. Soñaremos desde allí, y cogeremos el globo hacia otro lugar. Que bonito eres, y que bonita es la vida contigo. Supercoco volará con nosotros y será el guardia de nuestros sueños. Comeremos gominolas de osito de limón. Haremos tortitas con chocolate. Spaggettis con nuestra receta especial. Café Latte, el mejor del mundo. Pasearemos por todas las playas del mundo, que no son pocas, pero tenemos toda la vida y tantas ganas de ser felices.. Sueña, sueñame. Piérdete conmigo en los mejores abrazos del mundo, largos, eternos. Piérdete conmigo por calles grises pintándolas de colores, que no exista nunca más la rutina. No me importaría coger carrerilla toda mi vida para saltar y darte un abrazo. Cógete de mi mano, y no la sueltes. Tenemos un viaje interminable que hacer desde este momento. Nos vemos en el cielo y conquistando los mares.

Había tanta soledad..

En aquella cafetería que hacía esquina se respiraba demasiada soledad. Una mujer apuraba el último sorbo de café, mientras en su cabeza pasaba fugazmente aquel verano. El verano en el que sonrió tanto que le salieron hoyuelos en la comisura de la boca. Le gustaba tumbarse en la hamaca de aquella piscina con los ojos cerrados. Como si el sol fuera a llenarle de vida por dentro. Había visto unos atardeceres preciosos desde la casa de la playa. Era su ritual favorito. Cuando caía el sol y el cielo se iba oscureciendo, se acercaba a la playa entusiasmada. Sabía que no importaba su soledad, ni nada, en ese momento se sentía completa. Justo en ese instante pensaba en los atardeceres, y que diferentes eran los de ciudad. Odiaba que los edificios los escondieran. Estaba harta de ir en su busca entre el tráfico. Justo a su lado, un hombre de bigote tenía la mente en blanco. Había conseguido borrar de su cabeza cualquier pensamiento. Tenía el antídoto para los recuerdos. Era muy sencillo, se concentraba en sus manos mientras repasaba una a una, las pequeñas lineas de la piel. En eso estaba cuando la mujer le miró. Con su mirada de atardecer de sal sobre el mar. Con sal en sus ojos. Con la tristeza de un recuerdo feliz. El siguió concentrado en sus manos, olvidando, olvidando que un buen día cambió de ciudad por un presentimiento. Algo le dijo que debía escapar, y eso hizo. Con la mala suerte de que desde ese momento, todas las mañanas dejaron de tener sentido. Ya no llevaba maleta, ni quería conocer nuevos sitios. Caminaba preso del tiempo. Mirando a sus manos, olvidando. El post-it de su nevera lo decía bien claro: Estás aquí para ser feliz. Eso le había escrito la mujer que estaba a su lado. La mujer que de tan conocida se convirtió en desconocida. Con la que compartió atardeceres al lado del mar, amaneceres en una cama llena de pétalos. (O sin ellos, que no hacen falta). La que mejor sabía hacer café y la que desde ese preciso instante no lo haría nunca más. Había tanta soledad. Soledad que nacía de sus manos, y brotaba de su silencio. En aquellos atardeceres desdibujándose, los corazones escondidos entre las sábanas de aquel hotel desapareciendo para siempre. Había tanta soledad, en sus manos, en sus ojos. Sal recorriendo su rostro e inundando la ciudad. Había tanta soledad en aquella ciudad, los coches tocando el claxón, la carretera inundada por la lluvia, la nostalgia colgándose del tejado. Instalándose e inundándolo todo. Recorriendo todas las calles hasta llegar al mar. Contagiándolo de la nostalgia que sienten los enamorados cuando lo ven en soledad, y ya no consiguen ver a nadie al otro lado del mar.