Y se juega la vida siempre en causas perdidas.


Ahora mismo soy Clementine borrando sus recuerdos sin un Joel que la persiga intentando atraparlos. Adele cuando quería tirarse desde el puente, sin un lanzador de cuchillos que busque una ayudante y la rescate de la vida. Naoko corriendo por la montaña semidesnuda mientras no deja de nevar. Perdiendo el corazón en cada suspiro, en cada palabra que sale de mi boca. Soy todas ellas y a la vez no soy ninguna. Soy C. porque mi nombre ha perdido sus letras. Dejé parte de mí en tu piel, en el puerto, en cada avión que cogimos para no volver. Ya no tengo nada en las manos. Las lágrimas empapan la alfombra y ya nadie puede salvarme. Ahora mi único eslogan es “matar el tiempo antes de que me mate la vida.” Hay heridas que sólo necesitan buenas palabras y un corazón puro para cerrarlas. Pero mis heridas ya son cicatrices que van de pies a cabeza y no tengo fuerzas. Estoy en el puente, mirando el Sena, como en aquel París que ya nunca será nuestro. Observo el agua, gris, las luces de la torre Eiffel al fondo, y pienso que no hay mejor final que este para nuestra historia.

- ¿Qué espera, Adele?
- Que me ocurra algo.
La chica del puente.

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Me inspira la vida.


Cuéntame si sabes lo que es estar en lo alto de la torre Eiffel y vislumbrar toda la vida que hay alrededor, si alguna vez has sentido las mariposas subiendo por tu columna vertebral mientras el avión sube al cielo. Si has follado hasta quedar exhausto y después has abrazado hasta odiar el amor. Si vuelas, sueñas, escribes y lees. Si te has bañado en la playa por la noche, sintiendo el mar de verdad, frío, arañándote las piernas. Quizá nunca te has asomado a ver las estrellas una noche de verano. Cuéntame si alguna vez te has puesto en medio de una carretera y has gritado hasta ensanchar el alma. Si te has quemado con el café y has maldecido la vida por un segundo. Si te has dibujado pájaros en los ojos mientras mirabas al cielo. Si te has puesto su camisa tras una noche de guerra y has preparado el desayuno sonriendo como nunca. Si vives con la vida atrapada entre los dientes. Cuéntamelo todo y nunca olvides que el mundo está ahí fuera, esperando que lo conquistemos.

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Soledad.


Ya sabes que la ciudad es a veces la soledad multiplicada al infinito, que en los supermercados se respira vida y muerte, y que sólo vivimos una vez. El césped a veces se convierte en una cama de espinas, y la almohada puede aprisionar los sueños. Las cortinas esconden el verdadero mundo a la luna. ¿Sabes? Te había escrito hablando de aquel verano en el que conquistamos el mundo empezando por el mar. Hablaba de helados, puertos, fotografiar el mar con los ojos y perderme en ti. Pero de repente, todo perdió el sentido. Estás a kilómetros de mi y te tengo enfrente. La soledad eres tú. A veces te disfrazas de amor pero hace mucho que lo perdiste en el fondo del vaso. No importa. Terminaré escribiendo de destrucción y de que no veo vida desde mi ventana. Estamos muertos. Olvidé el sabor de tus abrazos. Cuando hablaba de escapar siempre hablaba de los dos en un descapotable. Ahora ya nada significa nada. Si sueño es porque soy una puta soñadora. Y si no me pones alas, olvido porque existo. Ahora lo tienes muy fácil: O reconstruyes nuestros sueños o te vas sin decir adiós.

Yo ya me cansé de caminar sin alas, me pesan los ojos. Que soy viajes, fotos, olas, sueños, que lo que más feliz me hace es que me cojas en brazos y me hables de futuro. De una boda en medio del mar. O un viaje inventado. Que coño importa. Sonrío si me encuentro en tus palabras o en tus ojos. Te resultaba tan fácil hacerme volar… Ya sabes que a veces esta casa es la soledad multiplicada al infinito. Que en mi corazón se respira vida y muerte y que sólo se vive una vez.

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Heroes del asfalto.


Es algo de jazz, o de Damien Rice arañando las noches y de escupir el vacío y cortarte con los pedazos. Como empezar a escribir una novela y cogerle cariño a los personajes y llorar por dentro porque se termina. Las típicas estupideces que piensas al mirarte al espejo y cualquier fragmento de Ray Loriga matándote por dentro. Es sentirte lejos del mundo aunque lo estés pisando y sentirte lejos de él aunque le estés mirando. Hace tiempo que no veo la luna, y apenas me visitan las musas. Hace tiempo que mi alma grita porque tiene lejos el mar. Y el amor. Es estar mareado de dar vueltas al mundo y coger autobuses. Todo pierde sentido día tras día y el mar ya no se acuerda de nosotros. Quizá tengamos que romper toda la cristalería de casa para saber porqué estamos aquí. Sacarnos el corazón y ponerlo al aire para que lo laman los gatos. Un día te escribo la carta de amor más bonita del mundo y al día siguiente una oda a la locura. Así soy yo. Sabes que podría escribirte una historia de amor y hacerla realidad, tengo magia y destrucción en las manos a partes iguales. Es sentirse un cero, empezar a contar y terminar dando negativo. Perder el norte y no encontrar ningún camino que lleve a la felicidad. Contar a los amigos con los dedos de una mano y terminar cortándote los dedos. Lanzar los días raros por la ventana y quedarse con el silencio en las manos. Ya sólo somos héroes del asfalto intentando volar mientras nuestras alas se pegan en el suelo.

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Ya es hora de intercambiar paisajes por palabras.


Mi mirada triste sólo dice una cosa: que quiero romper todos los putos relojes y colgarme de tu risa. Desabrocharte la camisa y dibujar en tu cuerpo el mapamundi de mi vida. Quizá llevarte a una esquina y besarte hasta dejarte sin aliento. Que lo único quiero es intensidad, que el corazón me vaya a cien y no perderlo en el intento. Que te rías de las locuras de esta Clementine que cada día está más loca (por ti). Que sería capaz de llevarte al cielo sólo si te quedas un rato más conmigo, si luchas por mi risa contra tiempo y tristeza. Que quiero buscar nuestro beso de medianoche y perderme contigo por las calles tristes de esta ciudad. Soñar en cualquier azotea. Soñarnos cerca y con la luz apagada. Escribir en tu espalda el poema más bonito del mundo, “nosotros”. Ser dos aventureros en la ciudad del viento y descubrir playas secretas. Hacernos amigos de todos los gatos del mundo y tomar té en ciudades desconocidas. Sentarnos en medio de la carretera y gritar de la mano, reivindicando que somos eternos. Ponerme tu camisa tras una noche de guerra y prepararte el desayuno sonriendo como nunca. Pero el autobús ya está llegando, y tú te quedas con mi mirada triste, en vez de sacarle brillo. Mi mirada triste sólo te necesita a ti. Que este corazón necesita más amor que el resto de corazones del mundo.

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"Hasta que la muerte nos repare."


Habías dejado la ropa tirada por toda la habitación, era propio de ti. El desorden de tu vida traducido en el desorden de tu casa. Ponerte los calcetines al revés y pintarte las uñas de colores. Mirabas la vida cómo quien mira una luz que se apaga. Tenías la manía de coger el autobús y aparecer en cualquier cafetería para probar su café, y apuntabas en tu libreta el recorrido que habías hecho y el sabor. Ya no bailabas, sólo soñabas con coger un avión y aparecer en otra ciudad diferente. Te ahogaban los días y por eso tu manía de coger autobuses, creías que eran aviones con ruedas y puede que te llevaran a un sitio mejor. Los años habían pasado. Los días de caminar por las vías del tren desafiando la vida con una sonrisa habían terminado. Cuando llegabas a casa te tumbabas en el suelo y ponías las piernas en lo alto mientras la tetera hacía su trabajo. Esos minutos eran los únicos en los que la calma aparecía. El techo daba vueltas y tú alargabas los brazos hacia él. Bailando con el aire y formando figuras extrañas. Era una locura rara y a la vez fantástica. No tenías visitas. No había nadie picando a la puerta y tú seguías bailando por el pasillo olvidando. Olvidando los zarpazos al corazón, las canciones que arañan por dentro, los trenes y sus recorridos, los sabores del café, los viajes sin sentido ni destino, los dibujos del techo, los aviones de vuelta y las maletas que nunca se hicieron. Olvidando el sabor del té, el olor de las mañanas y todo lo que habías escrito en esa maldita libreta. Tenías que renacer. Y recordabas que vivías en una ciudad nueva, que aún te quedaban por conocer unas cuarenta calles, que tenías pendientes por leer unos doscientos libros y por conocer unas cincuenta personas. Recordabas que aún quedaban momentos que te encogían el alma y personas que abrazaban sin esperar nada a cambio. Recordabas que hoy es siempre todavía. Y el cielo del techo se vestía de colores, por fin se había escapado el gris bajo la puerta. La tetera ya estaba sonando.

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Protégeme del tiempo.



El infinito es una poesía que se viste de azul, y mientras nos despertamos el cielo juega al escondite con las nubes. El tren que volvía siempre a las 23:25 ya no alberga pasajeros de la ciudad del viento. El tren nos echa de menos y grita cuando gira en los raíles. Siempre que volvíamos en tren las luces de la noche inventaban formas bonitas, extrañas, como si fueran estrellas urbanas. Nos gustaba tomar té después de besarnos hasta la extenuación. Nos gustaba guardar los tickets de metro para recordar siempre que fuimos viajeros entre viajeros mirándonos a los ojos. Dormimos entre ruinas y despertamos con el olor a café incrustado en nuestras narices. Leemos porque no nos queda nada otra cosa que hacer para escapar de la rutina. Y cada noche, bailamos una canción diferente para que nuestros pies no se olviden de bailar cuando todo va mal. Aún quedan gatos maullándole a la luna, y algo de amor perdiéndose en el fondo del vaso. Aún queda esperanza aunque el cielo juegue con las nubes y el sol nunca aparezca. Sigo esperando que me lleves al mar y me des un beso con cada ola. Sigo dibujando en las luces de la noche todo lo que nunca llegaremos a ser. El infinito éramos nosotros besándonos desafiando las leyes del tiempo. Pero no podemos olvidar que al cielo le gusta perder el tiempo escondiéndose entre las nubes. Recuerdo que un día te mandé una carta que ponía solamente: “Protégeme del tiempo”. Ahora sólo tienes que descifrar el mensaje.


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