Dices que cualquier ciudad que no sea esta me hará volver a ser, volver a ser qué, mientras la lluvia hace su trabajo y riega las calles. Dices que cualquier paisaje es mejor que el gris y los autobuses, que el futuro vendrá a por ti. Vendrá y te llevará. Sylvia dice que solo puede vivir con intensidad y que a veces hay que atraparlo todo. Pero y qué hay del vacío, de los hoteles a medianoche, de los ojos llenos de lluvia. Desde cuando estamos cayendo y hacia donde vamos y porque se rompen los paraguas si aquí nunca deja de llover. Dices que seré feliz, que bailaré con tu recuerdo, pero el vértigo también es perderme en tu mirada. Que aprendí a coger aviones por amor y sigo cogiéndolos por esa sensación de vértigo, que diferencia hay entre amor y vértigo. Dime.
Dices que lo mejor es la distancia, que un mar es suficiente y que dar la vuelta al mundo por alguien no merece la pena. Quizá el mundo deba darse la vuelta para que nos encontremos de nuevo. Pero ya está girando. El plato del microondas sigue dando vueltas como la vida. Qué hay de toda esa tristeza que sobrevive en el fondo del café y en las ventanillas de los trenes. En los bancos de los aeropuertos. Esa que se instala en el fondo del estómago y no te deja respirar, las putas despedidas que nos arrancan el corazón a pedazos. Dices que no rompa más platos, qué culpa tienen ellos de que no hayamos ganado nuestra guerra. Digo que por fin ha llegado la paz. La distancia. Nadie habla de las cicatrices y de los heridos. Dices que la vida llegará y arrasará con todo y a veces hay que tomar decisiones, que la felicidad está en los tejados y debo observarlos uno a uno. Que llegará la paz, se instalará en mi regazo y aprenderé a vivir de nuevo.

Y yo no digo nada, solo te miro y pienso en aeropuertos. En que el vértigo también es despedirme de tu mirada para siempre, que la paz para el que la quiera, yo siempre preferí esa guerra cuerpo a cuerpo contigo. Que esta ciudad es increíble solo porque tú estás en ella, y que si he de irme, lo haré, pero no me pidas que deje de llover.

"Es como contemplar París desde el vagón de cola de un expreso que marcha en dirección contraria: a cada instante la ciudad se hace más y más pequeña, sólo que es uno quien se siente cada vez más y más pequeño y más y más solitario, alejándose a toda velocidad de aquellas luces y de aquella agitación, alejándose a cerca de un millón de kilómetros por hora."
— Sylvia Plath, La campana de cristal

Devorar palabras para que un rayo no nos parta en dos, como si no estuviéramos ya hechos de tormentas. Devorarnos la piel como el que se traga la última gota de leche del tazón, sin dejar rastro. Anoche leí sobre aquella poeta que estaba perdida y todo el mundo la buscaba y llevaba dos días durmiendo en el sótano. Devorar la vida hasta que ella nos devore. También como esa última noche escribió sobre la paz y a la mañana siguiente metió la cabeza en el horno. "No deseaba flores, querría únicamente yacer con las palmas hacia arriba, totalmente vacía." Me fascinan sus palabras y las devoro porque es lo único que me queda para sobrevivir. Me pierdo en los pasillos llenos de libros, lleno la nevera de fideos japoneses y mato el tiempo garabateando libretas. En mi cabeza solo hay aviones despegando y despedidas amargas. Ya no recibo flores, ni palabras. Compra tres jarrones, llénalos de flores y de agua de lluvia, asómate a la ventana y mira el cielo. Siempre es el mismo cielo. Ya no sueño con que volvemos a ser dos desconocidos en el tren y empezamos nuestra historia. Siento como si mi corazón fuera a salir por la ventana y el frío lo fuera a congelar. Quizá ya está congelado. Quizá solo me quede la casa desordenada, el grifo corriendo, un montón de libros apilados en la mesilla y un billete de avión. Esta vez el destino no son tus labios, es una soledad que congela por dentro, una ciudad llena de vida y ausencia. Para poder llenarnos tenemos que vaciarnos primero y después de la caída llega el vuelo. Estamos enamorados del vértigo. Quedan pocos días, y ahora solo me dedico a memorizar tus lunares trazando mapas, para que no se me olviden cuando no pueda verte. La ciudad nos extrañará, y seremos dos insomnes que no quieren olvidar que un día brillaron como ese rayo que les partió en dos.

Todas las películas hablan de huidas, de dormir en sofás resquebrajados por el paso del tiempo. Como si los corazones solo volvieran a latir cuando conocen ciudades nuevas y estuviéramos hechos de olvido y recuerdos. En esa última película, sonaba música folk y un gato curioso despertaba a un hombre cada mañana. Ese no saber donde estás, esa huida constante en la vida, estar perdidos incluso conociendo cada calle y cada presente. Se que he pasado por aquí mil veces, nos besamos allí, jugamos a ser eternos en ese café. Y ahora me voy. No se quien querría despedirse de un futuro que aún no ha ocurrido y de todo lo que no hemos vivido. Una vez escribí: Si huyo es para no volver, si vienes que sea para quedarte. Todas las palabras me persiguen y todas las madrugadas juego a perderme en cualquier novela para evitar pensar. Podíamos haber sido tanto, el primer beso de la mañana, la primera canción que suena por la radio y nos devuelve la vida, habríamos sido el arco iris tras la lluvia, el abrazo que nos hace respirar. La ciudad ya no nos reconoce, no sabe que nos amamos en cada esquina y conseguimos parar el tiempo en todos los cafés. Volveré a leer a Cortázar y a creer en que el amor es ese rayo, pero esta vez nos ha partido en dos. Hemos perdido las ganas y nos consumimos en este pasado que nos agota. Hubo una vez en que teníamos un futuro lleno de mapas con cruces del tesoro pero todo ardió y entre el fuego se quemaron también mis ojos, ahora no soy capaz de ver.  Flores, flores, es una imagen recurrente, mi obsesión por el ritual de colocarlas en un jarrón y verlas mientras se van muriendo poco a poco (supongo que me pasa lo mismo con la vida). Y aquí estamos, cada vez más cansados, más flacos (llenos de lluvia). Puede que nos encontremos en otra vida, quizá más sabios, y podamos hacer realidad todo lo que siempre soñamos.

Te he esperado en el vértice del tiempo,
donde confluyen todas las canciones que nunca escuchamos,
los amaneceres nublados,
el café derramado,
las cientos de veces que lo intentamos,
para fracasar.

Te he encontrado en la mirada del camarero
que me ponía café esta mañana,
y me decía, “que tengas feliz año”,
y veía la tristeza morir en mis ojos.
También en las ramas desnudas de los árboles,
suplicando por algo de calor.
  
Te he perdido cientos de veces,
y te he sacado del corazón a golpes,
escondiendo las heridas, para que nadie sepa,
que fuimos tan grandes que nos hemos dolido
más que nada, más que nadie.
Pero que también nos amamos como aman los valientes.

 Te espero en otra vida,

valiente.

Estoy perdida, tan perdida, que a veces nos imagino bailando bajo la lluvia en una terraza desconocida. También nos he imaginado besándonos en una azotea con vistas a un mar inventado. Azul, muy azul. Me he perdido en tu mirada mientras me rompía los esquemas y las medias. Nos he visto amaneciendo en un lugar no conocido, mientras el cielo se vestía de todos los colores del mundo. Y un desayuno, claro, un par de mandarinas, café, y todo servido en una bandeja con un jarrón de flores (recién cogidas de un jardín imaginado). Sonaba la canción de Antonio Vega, esa que aparece en una película española, mientras ella le dice: “Tenía tantas ganas como miedo”. Y luchábamos contra el destino con palabras, cogíamos cada noche un tren para amanecer en un lugar distinto, sólo para besarnos antes de que se hiciera de día. Buscábamos la esperanza tras la piel, olvidábamos quienes éramos por un instante. Olvidábamos lo efímero del amor, de la piel, de los besos, del cansancio, del hastío. Olvidábamos que con el tiempo todo se vuelve polvo y flores muertas. Renacíamos en cada beso, en cada nota sobre la mesilla de noche: “Me debes un amanecer”. Y cuando los rayos de sol se colaban entre las cortinas descoloridas, tú jugabas a dibujar en mi espalda el mundo entero. Y vaya mundo. Como si siempre fuera la última noche, el último beso, el último latido. Apurando cada segundo, rompiendo los relojes, bebiendo el café de un solo trago porque no hay tiempo para perder cuando se ama de verdad. Todas las ciudades desconocidas nos daban la bienvenida, algún gato venía a saludarnos, el mar se ponía bonito para nosotros. Alguien se acercaba y nos decía: “que sí, que el amor puede con todo” y nosotros sonreíamos, como si no lo supiéramos. Nos he imaginado de tantas maneras, volando sin movernos del sitio, viajando, cuando el mejor viaje era tenernos cerca. 

"20 años después, mientras me hablas
de pequeñas ciudades -me pregunto
si un recuerdo es algo que conservamos
o algo que hemos perdido-, de pequeñas ciudades junto al mar,
yo comprendo que sólo fuiste un sueño."

Benjamín Prado