Recuerdo como me llevabas de la mano, por si me perdía, y las veces que
te perdí entre la gente, y el corazón escapándose del sitio hasta que
te encontraba de nuevo. Aparecías, siempre aparecías.
Ahora siento eso cada día pero termino
entre rostros desconocidos y termino por olvidarme de quién soy.
Recuerdo aquellas canciones que eran hogar, y ahora pego en las paredes todo
lo que encuentro para que la casa sea un hogar, y las calles son diferentes,
me olvidé del olor de las mañanas en tu cuello.
Recuerdo que tuve más hogares, y que el último no lo veo desde hace más de
setenta días, y también hace más de setenta días que no lloro,
hasta hoy.
Es como si un torrente de tristeza se hubiera instalado en mis ojos,
que es veinte de mayo y serían 62 y estoy tan lejos y el futuro no habla de
ti y el pasado se instaló en las costillas. Amenaza con quedarse a vivir.
Hace unos días me tumbé bajo un árbol milenario y escuché el murmullo del
viento y las hojas caían sobre mi pecho, en paz.
No se, que se me atragantan las palabras con tanta ausencia en los ojos.
Que te echo de menos, a tí también, que recordé París, el mar en la piel,
la vida cuando corríamos en contra del tiempo. Ahora es el tiempo el que
corre en mi contra y yo solo intento pararlo, sin remedio.