Últimamente mis días son un torbellino. Es darle al “play” y ponernos a bailar y que la ciudad oscurezca a nuestro paso. Es ir al cine y reírnos desde la última fila, siendo casi los únicos que están en la sala. Es coger cualquier autobús para ver el mar, y pasear a su lado, y que nos contagie con su calma, con su vida. Y vuelva a anochecer. Y nos tengamos cerca, muy cerca, y que el vértigo sea mirarte. Y que el Otoño seamos nosotros, cayendo, lentamente, como las hojas de aquel parque. Pero en una caída deliciosa. Inspirarme mirando tu espalda, y que te quedes a vivir en mis manos. Puede que haya temporal fuera, que llueva cada noche, pero Oviedo es precioso lleno de lluvia, y aquí dentro está todo en calma por fin. Es una felicidad llena de pequeños instantes. Y se que seguimos siendo eternos cuando te veo aparecer al final de la calle, con tu sonrisa nerviosa, tus ojos tristes, y sonrío, porque sigues ahí, porque en realidad nunca te fuiste. No tengo ninguna duda. Curarás mis vacíos, los llenarás de vida, como el mar. Tú siempre serás mi lluvia.
"Pese al tiempo, a las heridas, a la lluvia."
Hablábamos de canciones, de Cortázar, de que un puente no se sostiene de un solo lado, de la poesía de las azoteas, de los platos colocados con sumo cuidado sobre la mesa, una flor en un jarrón, justo en el medio, y los rayos de sol entrando por la ventana. De que tengo una floristería debajo de mi casa, y la mujer que trabaja allí hace ramos de rosas cada mañana. Ya nadie regala ramos de rosas. Los cementerios están llenos de claveles rojos. Y tú, que hueles a mar en invierno, a frío, y tu espalda eterna, donde me estoy acostumbrando a dormir.
Hablábamos de que hace demasiado que no cojo un tren, y que
el amanecer desde un tren es lo más bonito que hay, que ceno cada noche arroz
tres delicias buscándole las delicias, que nunca tiene, que son dos guisantes y
un trozo de zanahoria. Y en esta casa pasan las horas muy lentamente. Y lo
bueno es que algún día vienes y haces que vuelen. Quien nos ha visto volar sabe
que llegamos muy alto. Sin embargo, a veces, tus ojos no saben mirarme. El océano
es demasiado grande. Quien me ha visto llorar sabe que mi tristeza es la
tristeza del que duerme solo en un motel. Es soledad. Puede que lluvia, una
tormenta eterna, pero tú siempre adoraste la lluvia, no dejes de hacerlo.
Entre los libros de tu estantería hay una nota que encontraste
metida en un libro de la biblioteca: “Nunca es tarde para hacer las cosas
bien”. Aún estamos a tiempo. Por eso, mírame, despacio, recórreme lento,
aprende que hay detrás de cada latido, de cada gesto. Cada grito necesita un
abrazo, y las heridas… Qué hay de las heridas. El verano ausente, las
carreteras solitarias, todas las palabras que nunca me dijiste. Todo se
confunde en el tiempo y en esta ciudad vestida de otoño. Comencemos de nuevo. Llévame
a caminar sobre las hojas caídas del parque San Francisco, enamórate de mi de
nuevo en la biblioteca, que soy capaz de escribirte cada noche, de amarte hasta
quedarnos dormidos. Tráeme la cena y un ramo de flores, que la floristería
siempre está vacía, y hagamos poesía. Seamos poesía. Seamos lluvia, el mar en
invierno, la pareja sentada en la última fila del cine, mi cabeza apoyada en tu
hombro, la ciudad silenciosa de madrugada, y nosotros, nosotros siempre. Pese
al tiempo, a las heridas, a la lluvia. Cúrame. Lléname de vida. Aún hay
motivos, siempre los hubo.
"Cuando me abrazas me cabe París en un bolsillo y el Sena en la garganta
y el segundero enloquecido baila al ritmo lento de tus labios
y la muerte es solo la nodriza del miedo
y la gente, dios y las ciudades
el atrezzo de nuestros besos
que estrenamos
siempre."
Manuel Pujante
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