"Hace tanto tiempo que no duermo. Hace tanto tiempo que no tiemblas."


Si esto fuera una película, aparecerías llamando a la puerta con un ramo de margaritas tapándote la sonrisa. Yo me llamaría Claire, y tu dirías: No importa, Claire, siempre he estado a tu lado sin que tú te dieras cuenta. Ya nunca más te soltaré. Después bailaríamos por toda la casa, haríamos el amor como locos. Al día siguiente harías el desayuno y yo me reiría y te contaría las veces que me puse a llorar en el suelo de la cocina, frío. Y tomaríamos nuestras tostadas favoritas mirando por la ventana mientras nos contamos ese pedacito de vida que nos perdimos. Yo te diría que cada mañana era igual a la siguiente y que odiaba volver a casa sola, que el último autobús del día me echaba de menos. Me dirías: Claire, vámonos de aquí. Y elegirías cualquier destino al azar en el mapa para comenzar nuestra nueva vida. En el avión me apoyaría en tu hombro mientras las nubes se van quedando abajo, muy abajo. Y en nuestra nueva vida todas las mañanas tomaríamos zumo de naranja y tostadas sentados en la escalera. Veríamos películas como locos y tú dirías: Claire es nombre de protagonista. Te quiero, Claire, ¿Ves que bien suena? Y así pasarían los días, yo escondida en tu pecho. En una ciudad desconocida que nos abraza. Conoceríamos otros mares, otros sueños. Nos escribiríamos cartas de amor que nos daríamos cada día. Nunca está de más hablar de amor, de mar. Si esto fuera una película tú te llamarías Paul y todo el mundo sabe lo bien que suena Paul y Claire. La pena es que ni esto es una película, ni yo me llamo Claire, ni tú aparecerás en mi puerta, y yo estoy en el suelo de esta cocina, frío. Y volveré a coger el bus de siempre. Y no habrá salvación posible. 


"Recuerda lo que he sido para ti otros inviernos:
el tiempo de querernos indefinidamente,
el mar,
los barcos que llegaban sin muertos a la orilla,
el ruido de las olas al fondo de la casa.
Y el viento,
recuerda el viento, amor, doblando las esquinas."

Elsa López- Inevitable océano, 1982

"No se si estamos ardiendo, o algo se está quemando."


Ahora mismo estarás en la ciudad del viento, caminando y olvidando a la loca que te obligaba a darle de comer a los gatos. Yo mientras tanto, estaré pensando en como se refugiarán los gatos de esta lluvia que arrasa con todo. Y tú olvidarás. Olvidarás como me acostaba a tu lado en esa cama que siempre olía a mar. Como nos mirábamos en el espejo del baño después de darnos un beso. Cuantos corazones habrás pintado en ese espejo. Cuantos en mi espalda, dime, cuantos. Olvidarás que cada mañana desayunábamos tostadas con mermelada de fresa antes de ir a la playa. Que siempre me asomaba al escondite de los gatos, por si podía robarles una caricia. Y después nos metíamos en el mar, nos llenábamos de sal y luego reíamos al besarnos, tan salados. Tan llenos de vida. Ahora mismo llueve en la ciudad del viento, los gatos están mojados, y los recuerdos. Y todas las veces que te cogí de la mano en el autobús en silencio. Diciéndote sin decirte nada que somos más fuertes que nadie, que no lo olvides. Pero llueve, y tú olvidas, y caminas sin mirar atrás, y los gatos están tan tristes y salados. Como mis ojos, como estos ojos llenos de mar porque nadie los besa. Y la ciudad del viento pasará a ser la ciudad de la tristeza. Interminable. Y no te giras, pero te estoy mirando. Sigue lloviendo. Te alejas. A lo lejos un gato se relame en el lomo las gotas de lluvia. Me mira. Te mira. No puedo gritar que mis ojos salados te echarán de menos. No puedo evitar que te vayas. Sólo puedo seguir mirando, hasta que tu sombra desaparece. Hasta pronto, caballero. Fue un placer haberte conocido en esta vida.

"Ya nadie llama a los tranvías Deseo"


Te gustaba sentarte en medio de la plaza con cualquier libro, a ratos leías, a ratos mirabas la calle. A veces te sorprendían algunos ojos, a veces algunos zapatos. Dejabas que oscureciera, y veías como encendían las luces navideñas.  Todo era verde y rojo. Las campanas se reflejaban en tu libro. Estabas cerca de una iglesia, que cada hora hacía que sonaran sus campanas. Eso era lo único que te devolvía a la realidad. En tu intento para escapar de la soledad habías terminado presa de la literatura. No sabías vivir si no era de palabras. Y pensabas:  Yo no quería esto, yo no quería autobuses, cielos solitarios, cafés fríos. Yo no quería este frío de diciembre bajo las luces de Navidad. No quería lunes sin ti. Lo que quería eran tus palabras cada mañana escritas en mi espalda. Café para dos. Aviones cruzando el cielo. Esconderme bajo tu abrigo este frío Diciembre. Quería que te murieras por cruzar fronteras conmigo. Que fueras Otto el piloto, o el lanzador de cuchillos, Nino, Joel, Oliveira, cualquiera que me sacara de esta plaza y me dijera: Deja de leer, te invito a un café.  Y conquistar las estrellas que adornan las calles. Lo que quería era besarte despacio, muy despacio, y que tú quisieras que ese instante fuera interminable. Que no hubiera despedidas, ni encuentros, sólo escapar del tiempo. Que te mata, que te encierra. Y te hace vivir de palabras. Te gustaba sentarte en medio de la plaza a leer, y cuando ya no quedaba nadie en las calles volvías a casa, despacio, anotando en tu libreta: Hoy tampoco ha aparecido. Tachando un día más en el calendario.

“Esta espera inenarrable, 
esta tensión de todo el ser, 
este viejo hábito de esperar
a quien sé que no va a venir.”
Alejandra Pizarnik

"Ya nadie prefiere un beso a la vida."


Insistías en ponerte aquellas gafas de sol para tapar las ojeras. No querías que nadie viera el insomnio, las noches dándole vueltas a la cucharilla en el café. Cocinando de madrugada comida que tirarías a la mañana siguiente. Alguna que otra noche, te habías pintado los labios rojos y habías ido a aquel bar de mala muerte a sentarte en la barra. A compartir el insomnio con una copa de whisky. Soñabas con que algún desconocido te dijera- Llevaba toda mi vida esperando conocerte. Vámonos de aquí. – Y que llegarais a casa y te despintara los labios a base de besos. Salvajes, eternos. Y después de hacer el amor como locos se quedara mirándote, y te susurrara perdiéndose en tus ojos inmensos: Déjame dibujarte. Con los ojos, con las manos. Déjame hacerlo, e improvisara un lienzo. Sabías que empezaría por el pelo, largo, despeinado, cayéndote sobre los hombros. Después seguiría por los hombros, delgados, hasta dibujar la silueta. El pecho pequeño pero firme, el ombligo, las piernas largas. Sabías que lo último serían los ojos. Lo sabías porque siempre te habían dicho que tenías una mirada profunda. A veces color bosque, a veces madera. Pero siempre era como un pozo sin fondo. Podías perderte y nunca encontrarte. Mientras tú mirarías el techo y sonreirías. Siempre habías querido ser la musa de alguien. Inspirar a algún poeta de mala muerte que prefiriera un beso a la vida. Robarle el sueño a algún hombre que no tuviera más que palabras. Olvidar las madrugadas solitarias. Los sueños con fecha de caducidad. Los trenes que nunca paran. El frío. Eso imaginabas en la barra de aquel bar solitario, mientras el camarero limpiaba unas copas. Y te dabas cuenta de que la vida real no era eso, nunca sería eso. Ya nadie prefiere un beso a la vida. Y tu mirada se volvía aún más oscura, como un pozo sin fondo, en el que puedes perderte, pero nunca encontrarte. 

(Imagen: "A bout de souffle")

"Y si el destino nos encuentra, sólo tendremos que correr."


Pensarte, en esta ciudad que es un laberinto. Recordarte en blanco y negro, como si fuéramos una película de los años 50. Con su correspondiente beso eterno y la promesa de una huida a ver el mar en un descapotable. Con la despedida en el porche con un tierno beso en la mejilla y la ilusión justo antes de acostarme. Tu visita, con un vestido en la mano y un: “Vamos a bailar” y que ese baile sea hacer el amor sin apenas tocarnos. Pensarte. Recordarte. Pensarte regando las plantas y haciendo cola en el supermercado. Y recordarte en la última fila del cine, mano sobre mano, perdidos en cualquier historia de amor que no es la nuestra. Soñando con recorrer todas las calles y llegar a todos los mares. Sobre carreteras interminables. Que si el destino nos encuentra, echaremos a correr. Y nadie nos encontrará. Pensarte. Y que de repente toques a la puerta, lleves ese vestido en la mano y me digas : “Vamos a bailar”. Y terminemos en un descapotable, gritando como locos en medio de la noche. En esa huida prometida a ver el mar. Y amanezcamos con los pies descalzos, llenos de arena. La mirada velada llena de sueños. Y la promesa de hacer eso cada vez que nos atrape la vida y el destino nos alcance. Pensarte, en esta ciudad que es un laberinto. Soñarte. Y tenerte en frente, en pijama, mirándome mientras piensas: Mi loca. 


“Algo así como amarrarme a tus caderas y anclarme
a tu boca con un beso que no termine y que mis manos
viajen como estrellas fugaces por el cosmos de tu cuerpo entero.
Verte sonreír mientras te digo que eres lo mejor de mi vida. 
Y que el amor nos haga juntos.”

La vuelta al mundo para abrazarte por la espalda - J. Porcupine
(Imagenes: "A bout de souffle")

"No hay premio en la meta: esta es tu vida."


Te asomabas a la terraza después de cada polvo y de que él cerrara la puerta. Dejándolo todo en silencio. Perdías la mirada en la ciudad y dejabas que el frío te erizara la piel. Jazz de fondo, bajito. Estabas semidesnuda, aún no te habías vestido y la casa estaba a oscuras. Era como si hubieras estado en el cielo y ahora te dieras cuenta de que no existía. Sólo había una ciudad latiendo lejos de vosotros, erais parte de la lluvia que estaba cayendo. Sacabas la mano acercándola a la lluvia. Dejabas que las gotas dibujaran en tus manos círculos. Oyendo susurros en el viento: “Hoy estabas preciosa.” Era una soledad que no dolía, era un exquisito y necesario renacer. Escuchando el tráfico, los susurros del viento, con un frío que no helaba. Esta vez no. Ahí fuera la ciudad latía, soñaba, sentía y cada una de sus arterias sangraba instantes. Dentro no pasaba nada, el mundo estaba en pause. Como sentarse a ver como la lavadora da vueltas en una de esas lavanderías americanas, sabiendo que ese momento no te llena, pero te reconforta. Escuchando girar la vida. Despacito. Como el jazz de fondo, bajito. Y la ciudad que se va apagando. Ya es medianoche.

“Todo aquel tiempo fue como un largo sueño. 
La ciudad estaba llena de dormidos despiertos que no 
escapaban realmente a su suerte sino esas pocas veces en que,
por la noche, su herida, en apariencia cerrada, se abría bruscamente.
Y despertados por ella con un sobresalto, tanteaban con una especie
de distracción sus labios irritados, volviendo a encontrar en un relámpago 
su sufrimiento, súbitamente rejuvenecido, y, con él, el rostro acongojado de su amor. 
Por la mañana volvían a la plaga, esto es, a la rutina.”

"La peste" - Albert Camus

"Era de las que rompen los puentes con sólo cruzarlos."


Tiró las flores, y después el jarrón por la ventana. Así estaba mucho mejor. Estaba redecorando su vida, y esa era la manera más eficaz de empezar de nuevo. Sin flores, sin adornos. Después de romper con todo salió de su casa dando un portazo. Corrió, corrió con su abrigo rojo hasta que se le incendiaron las suelas de los zapatos. Hasta que llegó a un viejo café al que hace años iba en sus noches de insomnio. Allí, escribía y escribía hasta que el sueño aparecía disfrazado de poesía. Desde entonces, habían cambiado muchas cosas. Ya no se sentía sola. Pero esa noche volvió a sentir la impotencia de aquellos días. Las ganas de romper con todo. El vacío en el pecho, como si una cuchara enorme la estuviera vaciando. Habían vuelto los ojos tristes de sirena perdida en el asfalto. Las pesadillas recurrentes de los cuadros de personas sin ojos mirándola por las calles. Las lágrimas en las ventanillas de los autobuses y el invierno enfriándolo todo. En aquel viejo café, comenzó a escribir sobre aquel vacío, el insomnio, la incomprensión, las veces que había deseado desaparecer por sentirse una extranjera en su propia vida. Escribió de nuevo sobre la soledad y se acordó de aquellas mañanas azules en las que renacía. Recordaba coger un tren antes del amanecer, sentarse entre todos los pasajeros y dejar volar la imaginación. En poco menos de una hora, amanecía, y ella era testigo de ese sol enorme que lo llenaba todo de vida. Era su momento favorito del día. Siempre que lo veía aparecer, se decía a sí misma: Si algo tan grande sale todos los días, aún queda esperanza. Estaba despeinada, con ojeras, volvía a casa con los zapatos en la mano y los ojos llorosos. Perdida en aquella ciudad que cada día era menos suya y más del resto del mundo. Y de pronto vio aparecer al fondo una luz que poco a poco fue haciéndose cada vez más grande. Le dolían los ojos. Tenía frío. Pero de nuevo supo que había esperanza siempre que hubiera un nuevo amanecer. Le quedaban muchos soles y muchas lunas. Y en todos los casos, siempre le quedaría aquel viejo café al que ir a escribir cada vez que tuviera que matar la tristeza.


“En mi mirada lo he perdido todo.
Está tan lejos pedir. Tan cerca saber que no hay.”

Alejandra Pizarnik

¿Quieres mirar la lavadora conmigo?


Abría la puerta, y aparecías, con esa sonrisa que me desarmaba y la promesa de ser juntos algo más que el tiempo. Aparecías, derribando todos mis principios y haciéndolos humo. Diciendome: ¿Qué tienes para cenar? Y eran esas maneras, la forma que tenías de besarme el cuello mientras me ponía a sacar las sartenes, tus brazos que me cogían y recorrían todo el pasillo. Como una carretera interminable, como una ciudad sin nombre. Y llegábamos a nuestro destino, intentábamos cambiarlo, volando lejos del tiempo. Eramos más que el aire que nos rodeaba y respirábamos vida cuando nos tocábamos. En aquella habitación que tenía vistas al amor y era la más grande de toda la casa. Y eramos puros, como un sueño. Recuerdo tu sonrisa caminando a orillas de Sena, nos recuerdo a los dos sentados, viendo como los barcos pasaban de largo, no importaba. Eramos grandes, y nos desintegrábamos con tan sólo tocarnos. Recuerdo el olor a té con limón en la habitación de Cagliari, los nervios antes de coger cualquier avión, la incertidumbre al pisar cualquier ciudad desconocida. Eras mi aeropuerto. El mensaje después de la ducha en el espejo. Barba y camisa de cuadros. Pájaros en la cabeza. Doscientos mil recuerdos guardados entre tu corazón y el mío. El beso al abrir la puerta, con esa sonrisa que desarma y la promesa de ser juntos algo más que el tiempo.

De café y otras cosas.


Pierdo la consciencia cada mañana justo antes de despertar, un instante, alejada de toda realidad. Mientras, en la casa del lado el olor a café inunda la nariz de la señora de la casa. Sentada, perdida en los titulares del periódico que anuncian lluvias un día más. La cama está a medio deshacer, o a medio hacer, quien sabe, igual que la mía, que ha vivido más batallas e insomnio que ninguna. El cartero está metiendo en cada buzón una factura, un sobre de publicidad, y una carta de amor inexistente. Los taxis están esperando algo. Los autobuses nunca esperan a nadie. Hace tiempo que no sacamos las copas del vino- dijiste. Hay poco que celebrar ahora que no nos vemos cada noche. La manta del sofá siempre está arrugada en el sofá y la televisión muda, ese es el salón del que vive en soledad. Del que no tiene invitados. Los platos llenan el fregadero y el agua se desborda cada vez que abres el grifo. No quedan tazas limpias, la nevera está vacía. Ah no, quedan yogures naturales y algo de queso. El olor a café se cuela por debajo de la puerta y me abre el apetito. Creo que tengo que ir a limpiar la cocina y después hacerme un café como el de la vecina, que sigue leyendo el periódico pensando en qué comida preparar. Quizá una sopa y algo de carne, no tiene muchas ganas de cocinar hoy. Yo tampoco tengo ganas, pienso. Su marido hace tiempo que no la abraza-sigue pensando- aún así insiste en ponerse su vestidos favorito, hoy será el día. Al mediodía, todo sigue igual, el cielo está nublado y los platos sin fregar. Yo, danzo por la casa esperando que alguien me abrace. A este mundo le faltan abrazos.  Y sueños. Las dos estamos solas, con un vestido nuevo y un libro entre las manos. Creyendo que la literatura nos traerá aquello que no tenemos. Que un príncipe abrirá la puerta con un vestido en la mano diciendo – Vámonos a cenar, hoy será el primer día del resto de nuestras vidas. Y la casa dejará de estar tan sola, tan triste, seguimos leyendo, sonriendo. Pero cuando abrimos los ojos el café está derramado, el grifo sigue goteando y cada plato reproduce un sonido diferente. La nevera sigue vacía, como si fuera una metáfora del corazón. Y sólo un pensamiento cruza nuestra mente:
“¿Debería suicidarme o prepararme una taza de café?”
(frase final de Albert Camús)

"Reina en las ciudades sin nombre, en estaciones desiertas."


Fumabas en la terraza de aquel piso de mala muerte, creyendo que la tristeza se iría con cada calada. Dejabas escapar el corazón en cada ráfaga de humo que salía de tus labios. Rojos, ajados. Proclamabas las ojeras como forma de vida. Te acostabas de madrugada, después de leer poesía, escribirla, de sentirla y tatuártela en la piel. Tenías principios de sonetos en los brazos, metáforas en la frente y la almohada llena de tachones. Estabas loca. Loca por desaparecer y olvidar esas cuatro paredes. Te pasabas cada tarde en la estación viendo pasar los trenes. Esperando que alguno te trajera esperanza, o por lo menos, se llevara la tristeza. Siempre con aquella libreta, esbozando una historia para cada viajero. Había parejas felices, parejas infelices, hombres solitarios, ancianos llenos de vida y niños con los ojos muy grandes. Te fascinaba escribir sobre cada uno de ellos y pensar en lo que harían al llegar a su destino. Después de aquello, ibas a la cafetería de la esquina de debajo de tu casa. A tomar un café bien cargado que alargaba tus ojeras. Así era tu vida, la soledad era tu forma de vida. Y la casa que siempre esperaba en silencio. Colgar el abrigo en el perchero, preparar algo para cenar y volver a la terraza de aquel piso de mala muerte, a charlar con la luna. A fumar un cigarrillo creyendo que la tristeza se irá con cada calada. Dejando escapar el corazón en cada ráfaga de humo. Escribiendo poesía con los ojos perdidos en la ciudad silenciosa. 

(…) La soledad no es estar parada en el muelle, a la madrugada, mirando el agua con avidez. La soledad es no poder decirla por no poder circundarla por no poder darle un rostro por no poder hacerla sinónimo de un paisaje. La soledad sería esta melodía rota de mis frases.” 
"La palabra del deseo", Alejandra Pizarnik.

"Que desde aquí se le puede cambiar el rumbo.."

chemical imbalances - week 7.  
(Esta vez la foto no es mía. Click en la foto para ver la fuente.) 

Estaba desnuda, tumbada en la azotea. Puede que sintiera todo este frío de otoño, o puede que no sintiera nada. Tenía los ojos cerrados, y el vello de sus brazos se erizaba con cada respiración. Recreaba en su mente la última vez que le había visto en aquella cafetería inmunda, la conversación superficial, hablar sobre el tiempo que hace para no hablar del tiempo que pasa. Recordaba también, cómo después de dejarle sentado en la misma mesa en la que días atrás se comían a besos, había huido a ver el mar. Por aquello de que siempre tiene respuestas. Esta vez no tuvo ninguna. Caminó por la orilla esperando oír algo más que ese rumor embravecido de las olas, los susurros de los árboles en la lejanía, el silencio hecho poema. Seguía desnuda, tumbada en el suelo, y cada ola que recordaba le hacía derramar una nueva lágrima. Hacía días, un edificio de su ciudad se había derrumbado, y ella sentía su pecho como ese edificio derruido. Los recuerdos penetraban por las ruinas, llenándolo todo de una luz artificial. De un dolor inmenso. La ciudad seguía latiendo ajena a las ruinas. El corazón seguía latiendo ajeno a la vida. Era medianoche, y no había estrellas. Estaba borracha, borracha de vida, y había decidido desnudarse en un arrebato de pasión. Seguía desnuda, caminando por el bordillo de aquel tejadillo susurrándose a sí misma que podría con todo. Que los edificios se derrumban, y se construyen otros nuevos. Que los recuerdos se marchitan y nacen otros, más grandes, más sinceros. El mar volvería a tener respuestas, la noche volvería con sus estrellas, no estaría sola. Alguien se enamoraría de sus ojos tristes. Alguien enamorado de la lluvia. La llamaría lluvia. Vestiría su cuerpo desnudo y la abrazaría todas las noches. Porque era frágil como un pájaro con un ala rota, como las ruinas de ese edificio, como todas las noches angustiosas, el bordillo de ese tejado, como su caminar lento y sus ojos tristes. Era lluvia, y caminaba por la azotea desnuda, sin nada que tapara esas lágrimas. Sin nada que le atara a la vida.

"La catástrofe es el trofeo."


Tengo sed de horizontes, de atardeceres, que en mis ojos se refleje ese color intenso que siempre me devuelve la esperanza. Tengo ansia de carreteras interminables, de desayunar paisajes y café. Quiero amanecer cada día en un lugar distinto. De escaparme de la rutina y escribir historias en servilletas para luego abandonarlas, que andamos escasos de sueños. Y renacer en medio del bosque, cómo cuando me escapaba corriendo a él con un libro y volvía sonriendo. Los libros siempre tienen respuestas. Y la música. Y la poesía que me rescata cuando los días grises me atrapan. O renacer en medio del tráfico, justo cuando parece que el ruido de los coches forma la melodía perfecta. Subir a lo alto de un edificio y lanzar toda la tristeza para que se estrelle contra el asfalto. Este otoño renace mis sentidos. No voy a hablar de historias de trenes, de idas y vueltas, ni de las veces que quise escapar de todo. Voy a hablar de la manera que tienes de apartarme el pelo de la cara cuando me tienes cerca, de cómo me haces el desayuno, con mimo y cuidado para que yo te diga “esta mermelada no me gusta.” De las veces que me perdí en tu cuello olvidando el camino de regreso, con tus labios susurrándome un “no pares”. Y tu cuerpo que parecía una pista de despegue, o de aterrizaje, quien sabe. Hemos cogido tantos aviones, tantos trenes de vuelta de la ciudad del viento, tu mano en mi mano, mis ojos en tus ojos. Que todo parece más fácil cuándo estás a mi lado. Y los horizontes, y las carreteras interminables, los desayunos, los viajes sin ida ni regreso, las carreteras interminables no son lo mismo si tú no estás a mi lado. Si tus ojos tristes no acompañan a mis ojos solitarios, haciéndoles sentir un poco menos solos. Que nada tendría sentido si tú no estuvieras ahí, compañero de viajes en este viaje largo que es la vida.


La banda sonora..

"Con la cabeza fría mientras el corazón arde."



Aún tengo días que se me clavan en el costado, y no puedo hacer más que llorar en cualquier esquina. Tengo días tristes, muy tristes, en los que la ausencia aparece después de la cena y me atrapa por dentro. Y no hay manera de hacerla desaparecer. Sólo me calma un abrazo, y a veces, los abrazos están lejos. Hay días en los que no entiendo absolutamente nada de lo que pasa a mi alrededor, que rompería todos los relojes, el orden establecido y me iría a vivir a cualquier pueblo apartado. Con un gato, una mecedora y un montón de libros para sobrevivir. Desde luego, este no es mi planeta. Sólo me queda refugiarme en el último vagón de tren, bajo las sábanas, en cualquier atardecer, buscando un poco de paz. Buscando un motivo. Cuando era pequeña, me refugiaba en unos brazos y un bigote que me daban fuerzas para seguir, con un susurro: eres la mejor. Y me convertía en una heroína que sobrevolaba los tejados y era capaz de cualquier cosa. Ahora me hago pequeña, muy pequeña, y mientras friego los platos dos lágrimas resbalan y se pierden entre el jabón. En esta casa silenciosa, donde el tiempo no pasa y no hay más que nostalgia de la que se clava en el costado.  

"La soledad viene de serie."


Fuera la vida. Fuera la gente corriendo, los trenes escapando, las gotas resbalando por el cristal de la ventana. El jabón escurriéndose bañera abajo. Los autobuses girando en espiral. Las señales de tráfico advirtiéndome. París demasiado lejos. Oviedo demasiado cerca. El mar sin respuestas, la luna llena mirándome fijamente. Yo, sin saber que decir. Creyendo que Yann Tiersen me sacará de la rutina. El otoño, la vida, los sueños que dejamos ir con las ojeras. Una de estas noches, meto en una maleta un par de pantalones, la cámara, calcetines y me largo. Y cojo uno de esos trenes sin destino, con camas alineadas. Y escapo, escapo mientras miro como todas las luces se quedan atrás. Como todo se hace pequeño y yo empiezo a hacerme grande poco a poco. Mi soledad y yo.  Y empiezo de cero, en un lugar en el que se puedan arrancar margaritas y ponerlas en un florero inventado. Donde no cueste la vida. Fuera las luces, el tráfico, el silencio. Aquí delante, un poco de poesía y un vaso de leche para sobrevivir. Que todo es efímero y sólo quedan palabras para salvarnos.

"Mire señorita, 
la falsa esperanza sólo produce sufrimiento." 
- Largo domingo de noviazgo.

"Si no ves más allá de tu horizonte, estaremos perdidos."


Así es, viajamos en este tiempo imperfecto que es la vida. Nadamos en el mar de asfalto, dejándonos llevar por los semáforos, hasta llegar a casa y encontrar la misma soledad. El mismo silencio que llena todos los pasillos. Es ese silencio de biblioteca, de gasolinera perdida en medio del desierto. Tenemos hambre de vida. Ansiamos escapar cada vez que vemos que un tren se va y un avión despega. Caminamos por los raíles esperando otro tipo de viaje. A donde haga falta. El cielo está demasiado lejos y los viajes en globo eran un privilegio del siglo pasado. Soñamos entre las páginas de un libro con una vida que nunca tendremos mientras la televisión nos grita que necesitamos un puñado de pantalones y vestidos para demostrar al mundo quienes somos. Nos echamos cremas, nos pintamos los ojos para disfrazar la tristeza y salimos a comernos el mundo. Vivimos de la apariencia y olvidamos que lo mejor es lo de dentro. Hablamos del tiempo en los ascensores, esperamos que llegue la hora de salir del trabajo para poder gritar en silencio que somos libres. Atrapados, siempre, entre las putas horas del reloj. Aún quedan algunos que se enamoran en el metro y se sientan en el banco de la plaza a respirar. Otros que corren todos los días hasta el mar para recordar que estamos vivos por alguna razón. Y todavía deseamos sorprender a nuestra pareja con una cena improvisada un día cualquiera. Pero el resto, olvidamos, olvidamos que debemos decir te quiero de vez en cuando, que la amistad verdadera es una mirada que lo dice todo, que los libros nos enriquecen y de vez en cuando tenemos que pararnos a respirar. Olvidamos el mar, y sus respuestas. Olvidamos a las personas que tuvimos al lado y nos encerramos en nosotros mismos. Presos de los horarios, del asfalto, de la vida cuando no es vida. Hoy, vístete de amor y deshazte de las ataduras. Sonríe y disfruta porque este día es especial, sólo por el hecho de que estás tú.

Azul cielo inventado.


Ahí estás, sentada en la ventana de un hotel de segunda clase semidesnuda. Perdiendo la vista en las uñas azules de los pies. Inventando cielos, contando amaneceres, olvidando las veces que deseaste que alguien te arrancara una sonrisa de los ojos. Sólo te sientes libre en ciudades desconocidas. Caminas del brazo de cualquiera que te prometa una noche eterna, y te cuelgas de las estrellas cuando se quedan dormidos. Recorres su espalda con un dedo, o dos, y te paras a pensar cuántos lunares tenían los demás. Perdida. Buscando emociones a bajo precio. Un beso, un sueño, una escapada al mar, una carta bajo el felpudo. Pero nunca está esa carta, y sigues obsesionada con los trenes nocturnos. Ahí estás, sentada apoyada en la ventanilla del tren. Alejándote de la vida que creías que tenías. Dispuesta a conquistar otra noche y a brillar como una bombilla rota. Llegas al andén y te sientas en uno de los bancos, invisible, y te dedicas a soñar como sería tu vida si fueras uno de ellos. Con horario, platos en la mesa a la hora de comer y los niños dándote los buenos días. Eso de amanecer cada día en un lugar distinto te hace un alma errante. Y escribes, escribes todo lo que te pasa y que a veces lloras cuando nadie te ve, como una bombilla rota. Las escaleras siempre son el mejor refugio para las almas solitarias. Y ahí sigues, agarrándote las piernas esperando que algo te rescate de esa vida inventada, mientras te miras las uñas azules de los pies. Azul cielo inventado.

Como dos cuerdos que juntos se vuelven locos.


Empezamos hablando de la lluvia, tú te pasabas las tardes de domingo mirando desde la ventana como arrasaba el parque de enfrente de tu casa. Yo solía salir los martes a bailar sobre los charcos con un vestido azul. Azul lluvia, claro. Después me contaste como habías sobrevivido a la vida, algo sobre escribir, escuchar música, y sonreír por las mañanas. Me reconocí en tus palabras y luego me vi en tus ojos. Claro que después llego todo lo de que yo necesitaba que me rescataran y ver el mar desesperadamente, y tú quisiste ser mi héroe. Y lo fuiste. Lo sigues siendo. Mientras yo te hablaba de mis días grises, tú me acariciabas el pelo, y nos prometimos un día bailar bajo la lluvia. Desde entonces, esta ciudad somos nosotros. Cada calle, cada farola, los bancos solitarios en las calles sombrías. La biblioteca y sus pasillos silenciosos, cada uno en un lado buscando el libro perfecto. La ciudad ya no me ahoga, ya no la odio, disfruto en silencio mientras paseo y ella me cuenta sus secretos. Viviendo un romance en cada esquina, “viviendo la novela más sincera siempre”. Somos protagonistas de un libro que no tiene final, el prólogo me lo escribiste el primer día en la espalda. Empezaba con un “Seremos eternos.” Escribiría sobre ti incluso sin conocerte, serías mi historia de amor de metro: “Cruzamos miradas, tú te perdías en tu libro de Whitman y yo fotografiaba rostros somnolientos. Inventando un cuento para cada uno de ellos. Y un buen día, te cogí por la espalda y acercándome sutilmente a tu cuello te susurré: Estoy enamorada de ti. Y el resto fueron vals por todo el metro hasta llegar al final y besarnos como locos. Como dos cuerdos que juntos se vuelven locos. El comienzo de una vida juntos. Más tarde, tú me fotografiabas y yo te leía poemas desde la cama.” No es tan diferente, protagonizamos la huída de la tristeza cada día, cada noche. Cuando la realidad y el sueño se vuelven uno y amanezco en tus brazos. Acariciándote los labios y susurrándote que estoy enamorada de ti, como en ese metro inexistente. Y vals por toda la cama hasta llegar al final y besarnos como locos. Como dos cuerdos que juntos se vuelven locos.

Vivir de palabras.



Le inspiraban esas calles, al bajar al metro y observar como cada persona iba en una dirección diferente. Le encantaba perderse en esas miradas ajenas, alguien iba a comprar el pan, alguien regresaba a casa y alguien no quería regresar nunca a su vida. Se perdía por los entresijos de la ciudad, entraba en cada librería sólo para oler las hojas de algún viejo libro. Se reía con algún título, fotografiaba la tristeza, y salía de la librería. A veces escribía en una cafetería del Raval con vistas a toda la calle, vivía entre palabras y al caer la noche se acostaba con ellas en el ático. Vivir de palabras no es tan malo. Había comenzado una historia de chico conoce a chica, se enamora de ella y le pide matrimonio justo antes de que se baje del metro. Ella se iba sin mediar palabra. Otra historia fugaz. Como cuando escribió sobre aquella señora que quería escapar de la vida y alguien se enamoraba de sus arrugas. O instrucciones para hacer té, para escapar de la tristeza, sobre como perderse en el fondo del mar sin saber nadar y terminar saliendo a flote. Esa era toda su vida. Y alguna noche de sábado solitaria, se inspiraba y terminaba hablando de caricias en hoteles de segunda clase, de cafés de madrugada y lamer pieles ajenas. Sobre perderse en el placer ajeno y abandonarse a la vida. Todavía recordaba la primera vez que le habían acariciado el pelo con todo el amor del mundo. Despacito, suave, escribiendo en él palabras bonitas. Y esa noche de sábado, ella recordaba mientras la música no paraba de sonar. Como alguien se había enamorado y la había rescatado de la vida, como le habrían propuesto matrimonio caminando por las calles de Italia. O quizá eso era una historia más, quien sabe. Vivir de palabras no es tan malo. Al fin y al cabo, había estado toda su vida buscando corazones en los ojos de los desconocidos. Y uno de esos días en los que uno pierde la vista por cualquier paisaje, encontró el título de su siguiente historia: “Instrucciones para volar.” Sólo hacía falta palabras, sueños, alguna que otra caricia y tener la sensación de que todo está en su lugar. Ahí estaba, escribiendo a las 2 de la mañana la más cuerda de las locas, sobre como escapar del tiempo y colgarse de su risa, sobre como volar sin moverse del sitio. Otra historia sin terminar, otro olvido al corazón, otra noche solitaria y silenciosa con tan sólo el murmullo de la ciudad de fondo. Que susurra que vivir de palabras no es tan malo.

Te guardo un "para siempre" si la vida nos deja.



Tengo un torrente de palabras bajo estas manos y unos ojos tristes atrapados en el fondo de mi corazón. Que me miran fijamente. Y el cartón de algún bingo que no cantaremos, el olor de una piel que nunca me perteneció. Aquellos lugares en los que dejamos nuestros sueños. La llave bajo el felpudo a un mundo que nunca conoceremos. Y la tranquilidad es pararse un momento bajo la lluvia de verano. Contar las gotas que resbalan por la ventana del autobús. En aquella estación en la que nunca pasa nada y las vidas cogen rumbos opuestos. Supongo que un café solitario, en la cafetería de madera de siempre, unos minutos antes de ir a trabajar. Repasando toda una vida y garabateando una libreta. Supongo que siempre había querido ser la musa de alguien. Ese era mi sueño. Que alguien preparara un par de botellas de vino y se dedicara a pintarme toda la noche. O convertirme en poema. Que tú toques la guitarra y yo baile por toda la calle. Siempre quise ser una película. Caminar por la orilla del Sena cualquier noche fría y leer poemas en francés. Aún así, la vida se parece un poco a los sueños. En unas horas estaremos en una de nuestras ciudades, cambiaremos el escenario de París por el de Barcelona y nos amaremos en cada esquina. Por si el tiempo nos atrapa. Prepararemos un baño para dos y el espejo del baño sentirá unos dedos dibujando un corazón. Desayunaremos felices, planeando abrazarnos cada vez que toque subir un nuevo escalón. Puede que nos toquemos a ritmo de jazz, o que paseemos por un puerto que no conocemos. (Ya sabes mi adoración por los puertos a medianoche) Y escribiremos un poema sin soltarnos de la mano. De mis ojos a tus ojos pasando por tu corazón. Y quedándome a vivir en él. Porque sólo deseo ser tu musa, tu Maga, tu Clementine alborotando por toda la habitación. Volveremos a coger un par de aviones porque nos encanta escaparnos de la realidad. La sensación de las mariposas en el estómago. Despegar y no querer aterrizar nunca. Y tomaremos vino, un par de copas, tres, que más da, y nos deslizaremos por la vida como quien no tiene miedo a nada. Terminando abrazados hasta quedarnos dormidos. Porque la vida a veces es un sueño, soñemos. Soñemos y recordemos esto cuando las gotas resbalen por la ventanilla del autobús. Porque eres el mejor antídoto contra los días grises.

Intensa, eterna.


Tal era su obsesión por los recuerdos que tenía la casa llena de objetos usados por otras personas. El baúl de su tía Marie, lleno de postales sin remite ni sello. Cartas de amor sin destinatario. Marie estaba enamorada del amor. Al igual que su sobrina, que coleccionaba todo lo que encontraba. Ya no era una niña, pero aún creía en la magia. Y sabía que vivía en los libros, collares, en los recuerdos de las personas, allá donde había vida había magia. También coleccionaba gatos, aunque eso era más una pasión. Las tardes en aquella casa eran de lo más tranquilas, a veces se oía una máquina de escribir, un maullido, una ráfaga de aire que entraba por la ventana. Un poco de vida pasando bajo la puerta. Un amanecer entrando por el tejado. Había escogido la soledad como forma de vida y vivía entre libros, artilugios y gatos. Estaba claro que había amado. Como nadie y como nunca. Recuerda como las noches de viernes escogía tímidamente un vestido y unos zapatos, se pintaba los labios y se lanzaba a la calle. También como esas noches terminaban con besos en alguna esquina. Que creía en todas las promesas y se imaginó una vida entera junto a todos sus amantes. Y cada vez que amanecía con uno creía que iba a ser suyo para siempre. Que desayunarían tostadas cada mañana frente al mar. Al final siempre se quedaba sola, sin tostadas y sin mar, escribiendo sobre la pérdida y sobre como renacer. Y siempre renacía. Su ceremonia de renacimiento era siempre la misma. Se pasaba la tarde cocinando, preparaba la mesa con sumo cuidado, se ponía el mejor de sus vestidos y cenaba. Cena para uno, como decía ella. Tomaba vino y siempre terminaba danzando por casa. A la mañana siguiente era ella de nuevo. Otra de sus costumbres era visitar a los gatos callejeros. Cuando la vida pesaba demasiado, iba a pedirles consejo. Ellos contestaban mientras se relamían los bigotes. Sabios consejos los de aquellos habitantes de los tejados. Esta noche está sentada frente a la máquina de escribir, relatando otra de sus aventuras, la de cuándo aprendió a volar. Tiene un gato en el regazo. La luna entra por la ventana, la tetera está sonando, y los libros vigilan sonrientes su pelo. Ya tiene preparado el vestido del viernes. Quien sabe si se enamorará de nuevo, si desayunará tostadas con amor. Sonríe mientras escribe, y el gato se relame los bigotes. Será una buena noche.

Tenía una cara hecha para sonreir.


Ya ni siquiera escribía, los poemas habían volado desde la ventana de la habitación hasta los parques, los lagos, por este cielo azul de verano. La maquina de escribir estaba llena de polvo y ella se acostaba a mirar el techo de la habitación. Con una camiseta raída y el pelo cayéndole por el pecho. Cuerpo y alma en paz. El ambiente todavía olía a su piel, había restos de felicidad cayendo de la cama al suelo. Ella no se movía. Recordaba algunos versos que él le había leído la noche anterior: Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y la habitación era el Ponts des Arts y la Maga perdía la vista en el Sena. Ellos eran poesía. No necesitaban hablar porque las palabras crecían de sus manos. Manos, seno, pelo, aire. Un encierro voluntario. Una lucha entre este instante y el siguiente, “y la oportunidad de hacerlo diferente”. Era Maga, su Maga, y por fin lo había entendido. El aire seguía moviendo su pelo. En un instante eterno. 

(Frase: Rayuela, Cortazar.)

Supongo que nunca fui de pintarme los labios de rojo, prefería que me pintaran el corazón. De escuchar la ciudad desde el autobús y desde la cama. Mientras, somnolienta, repaso los momentos de mi vida. El café se enfría, los ojos miran, los sueños son más sueños si los dejas libres. El pasado es una botella que lanzamos el mar para que nunca regrese. El futuro es un lienzo en blanco (en el que Modigliani pintaría a su amada Jeanne). El mundo es verde y azul,  un faro que lanza señales a los náufragos para que nunca pierdan el norte. Sirenas del asfalto esperando que llegue un tren que nunca llega. Una estación fantasma en la que se despiden dos amantes prometiéndose una carta por semana. Que nunca llega. El cartero de vacaciones soñando con buzones y sellos. Releyendo en su mente la carta más bonita que nunca vio. Las niñas con lazos en el pelo andan en bicicleta y sueñan con ser parte del viento. Las escaleras que llevan a una azotea desde la que se ven todas las estrellas. Los barcos que zarpan sin mirar atrás, entre la espuma de las olas. Y los jóvenes que se tiran desde el muelle al agua porque tienen ansias de libertad. Todos ellos están aquí dentro. Espuma de mar, café, olas, pasado y futuro, piel y huesos. Una libreta llena de tachones, una vida llena de remiendos. Heridas en los ojos e ilusión en las manos. Como tirar una moneda y que termine perdiéndose en una alcantarilla. Como bailar el primer día que te conocí sin tener miedo a nada. Obviar los golpes y  seguir caminando, primero un pie, después el otro, y así hasta llegar al supermercado. Pasillos llenos de memoria. Parques llenos de libros abandonados en sus bancos. Sueño y realidad. Gatos relamiéndose después de cortarle las alas a un pájaro. “Dar golpes al pasado y acariciar el futuro” Esta vez el futuro es una habitación en la que sólo estamos nosotros con café y magdalenas para todo el día. Me parece un buen plan. Tengo mucha vida en los ojos y estoy dispuesta a enseñártela. Y a vivirla contigo.

Tumbados, de la mano, con vistas al mar.


Aquel verano en el que nos comíamos los labios antes de la cena, después, y antes del desayuno. Y sabías a café, a amor, a mar, a todo lo bonito que es esta vida. Nosotros ardiendo entre cuatro paredes blancas. Tumbados en el césped admirando como el mar gris se junta con el cielo gris y forman un nuevo universo. Descubriendo nuevos lugares que besar, nuevos sueños, y callejeando de tu mano sintiendo que todo es nuevo sólo porque estás a mi lado. Porque eres tú. Mirando al techo en un motel de carretera, después de caminar hasta agotarnos. Sin velas, sin vino, pero con amor del bueno. Algunos días te escogía fragmentos al azar y te los leía entonando, como si fuera poeta. En ocasiones te hablaba de flores, de que me encantaba ponerlas en un jarrón y dedicarme a observarlas. En otras, inventaba un cuento en el que el corazón ganaba y se hacía enorme. Solíamos planear viajes improvisados. En los que yo despertaba entre tus brazos y tú me hacías el desayuno con la única intención de quitarme el mal humor de las mañanas. En los que los dos nos dormíamos agotados de conquistar cada acera y cada cielo. A veces incluso rompíamos los relojes. Y aunque una noche de cada tres quisiera matarte por tus tonterías, sabías como arreglarlo a la mañana siguiente con abrazos. Lady carrusel y lord incomprensible, a veces conquistando el mundo, a veces destruyéndolo, pero juntos. Siempre juntos.

Y tus párpados cayendo se me antojan guillotinas,
y te observaré durmiendo y me pondré a susurrar:
"Nuestras almas no conocen el reposo vida mía,
pero si hay algo que es cierto es que
te quiero un mundo entero con su belleza y su fealdad."

Nacho Vegas

(Fotos: "Soñadores", "The future" y "Midnight in París")

Te voy a hacer bailar toda la noche.


Una sala de espera en medio del desierto. Y te preguntas: ¿A qué esperas? Los pájaros de mi espalda están deseando echar a volar, y este cielo azul no admite más promesas. Tengo una azotea con vistas al mar y dos tumbonas esperando que nos propongamos vivir y olvidarnos del mundo. Un par de abrazos entre las costillas y más ganas que nunca de ser feliz. Encontré respuestas en los libros, algo me decía que merecía la pena vivir si te servías el café cada mañana. (O me lo servías tú) Y me falta una copa de vino para festejar que somos, que existimos, que toda la vida es ahora. La historia de mi vida, unos ojos grandes que quieren volar. Buscando unos ojos marrones tras el periódico en la cafetería de siempre. Modigliani que pinta a Jeanne, buscando su alma en el fondo de sus ojos, entre trazos verdes y azules. Cortazar paseando con la Maga por aquel París olvidado. El blanco y negro de la nostalgia fundiéndose con los colores en aquel cuadro que coronaba el salón. La vida consumiéndose como un cigarro. Tachando los días del calendario cada vez más felices. Persiguiendo azoteas, corriendo en dirección contraria mientras la lluvia nos cala los huesos. Intensos. Azules. Odiándonos y amandonos a partes iguales. Descubriendo que la vida es fácil si sabemos mirarnos a los ojos.

"La vida era estupenda. Lo único que uno tenía que hacer en ese pequeño mundo suyo era ser escritor o artista o bailarín y quedarse sentado o ir por ahí, inhalando y exhalando, bebiendo vino, simulando que uno sabe qué coño pasa."
Bukowski

Las revoluciones bajo la almohada.


Recuerdas las veces que quisiste lanzar por la ventana los recuerdos. Y los lanzaste, esperando que se fueran cayendo poco a poco hasta estrellarse con el suelo. Observaste, desde arriba, como ya no quedaba nada en lo que habías creído. Por lo que habías luchado. Recuerdas las veces que te escribiste en la frente: Todo irá bien. Y a la mañana siguiente sólo quedaba un rastro de tinta y un millón de lágrimas. Cuando intentabas leer, deprisa, sólo queriendo encontrar un par de palabras que te dieran la respuesta. Y caíste, al suelo de la cocina, sin fuerzas, mientras se desangraban ojos y corazón. Ni trenes, ni papeles, ni sueños, ni beber hasta reventar el tiempo. Nada que llene este corazón y logre calmarme el pecho. Ahora sólo queda tirar el corazón por la ventana y esperar que algún coche lo atropelle. Que un amanecer venga y me arranque la tristeza de una puta vez. Olvidar los mares, perder la vista en el infinito y encontrar algo. ¿Dónde está la vida cuando la necesitas? Los sueños bajo el felpudo y las revoluciones bajo la almohada. Las ganas en el fondo de mis ojos. Ya no nos queda más que distancia.

"Quizá estar vivo sea esto: perseguir instantes que mueren."
La elegancia del erizo.

Pero aquí dentro del pecho estoy bajo cero.


Fuimos cometas, lo fuimos todo mientras devorábamos la vida en cada tren, en cada estación. De mi casa a tu casa y tiro porque me toca. El mejor momento del día era tu sonrisa. Los domingos que nos tumbábamos a ver aviones, los lunes que corríamos por las calles. Buscando un gato tras cada esquina, agotando las ilusiones para crear otras nuevas. Lo fuimos todo. Viajando sin movernos de la cama, besándonos hasta perder la conciencia, acariciándonos los sueños despacito, por temor a romperlos. Y un día arriba y otro abajo, matándonos y amándonos a tiempo completo. Reconciliándonos en el suelo y discutiendo en la cama. Fuego. Agua. Y vuelta a empezar. Caminando de la mano por cientos de carreteras secundarias en las que yo imaginaba historias de heroínas de fondo amargo. No me digas que te estabas volviendo gris, no me lo repitas más veces porque yo siempre te pinté de colores. Siempre. Y mientras tus lágrimas resbalaban por mi cuello y las mías por tu pelo comprendí que ya no eras capaz de ver el fondo de mis ojos. No sabías que necesito más amor que cualquiera. No sabías que te daría más amor que cualquiera. Ya no estabas allí. Te habías ido hacía mucho tiempo. Yo, caminaba sóla por las carreteras secundarias, yo, me perdía viendo aviones en el cielo, yo, cada día más gris. Yo, volvía a casa de la ciudad del viento en el tren de siempre pero sóla como nunca. El paisaje no me decía nada. No había ninguna señal. Ya no quedaba nada. El vaso no estaba ni medio lleno ni medio vacío, estaba roto en mil pedazos. 

"Se aferra el corazón a lo perdido.
Cantar es disparar contra el olvido. 
Vivir sin tí es dormir en la estación."
Joaquín Sabina

Porque vivir es el único reto.


Mi silueta recortándose en la terraza de aquel primer piso de París. Después de amanecer a tu lado y creer que todas las mañanas serían así. Desayunarnos los labios y tomar el café en tres sorbos dispuestos a comernos el día. Se desvanece. Nosotros en lo alto de la ciudad, de la mano, susurrando todo lo que nos queda por vivir. Ya no queda nada. Ahora sólo quiero que el amanecer me pille desprevenida, corriendo como loca hacia las olas de cualquier playa. Desnuda. Intensa. Despojándome de todo lo que me queda y quedándome sólo con los sueños. Ismael Serrano me invita a planear una huída. Y yo sólo quiero amanecer en una azotea, viendo las estrellas, pidiendo deseos. Sabiendo que la vida es fácil. Que siempre hay trenes a la hora en la estación. Que todas las mañanas habrá alguien que quiera desearme los buenos días, aunque sea un desconocido en el ascensor. Y todas las noches habrá alguien que me arrope desde el cielo susurrando “No estarás sola”. Y regaré la vida, y me coseré la sonrisa cada mañana hasta que la que salga sea verdadera. Siempre habrá algo que me haga sentirme viva. La música, la poesía, los amaneceres, los gatos, los sueños, todo lo que nos hace grande sin que nos demos cuenta. Y un día despertaré, y me sentiré en total armonía con el mundo y sabré que todo habrá merecido la pena. “Porque vivir es el único reto.” 


"Como quien no quiere la cosa. Ninguna cosa. Boca cosida. 

Párpados cosidos. Me olvidé. Adentro el viento. Todo cerrado y el viento adentro. "
Alejandra Pizarnik.

Dejándome la piel en cada palabra.



No te  voy a contar las noches que pasé con cuchillos agujereando mis recuerdos. Ni las veces que creí verte al final de la calle, esperando, sonriendo, diciéndome: No has crecido nada. Y ahora todas las noches son eternas y las mañanas son ojeras. Cuesta perder a un superhéroe y seguir viendo como vuela por los tejados. Y aún sigo esperando que algo me salve. Y me diga que la vida pasa es un café, o dos,  que soy la Maga y que querría conquistar conmigo “Le Ponts des Arts”. Debería decirte que cada vez que voy al supermercado me giro buscándote para preguntarte qué hacemos para cenar y sólo me encuentro con desconocidos peleándose por coger naranjas o mandarinas. Que la ciudad se viste de gris y no consigo ver los putos colores. Ni en el fondo del vaso. Ni en la verbena más animada. Ni bailando y olvidando. Creo que estoy destinada a ser Clementine escapando de los recuerdos. Corriendo en una playa en invierno. Borrando a su Joel Barish. Que no habrá más helado en azoteas, ni ciudad del viento, ni encierros hasta romper la tristeza. Ni desayunos astrománticos llenándolo todo de luz. Ni tus ojos con mis ojos, fuegos artificiales. Ni tu vida con mi vida. Ni cogerte la mano, fuerte, antes de que despegue el avión. Ni ciudades desconocidas, ni caricias desconocidas, ni besos a destiempo en la última fila del cine. Escápate, Clem. Escápate antes de que te arranquen el corazón que sólo tienes uno. Corre. Y no mires atrás.

"Busco detrás de mis párpados
la playa en que te vi reír,
y el mar sonando en el hueco de tu abrazo,
como una caracola abandonada
en la arena de los días perdidos."

Ismael Serrano

"Insomnio por guerras mentales con final de cine"



Empecé a escribir y no me acordaba ni de mi nombre. Lo había olvidado todo como Clementine, quizá me llamara así, quien sabe. Estaba sentada en medio de la nada, entre luces y mar, todo era silencio. En el asfalto se veían papeles volando, trozos de corazón, algún mechón de pelo y todas las certezas. La única promesa que seguía teniendo validez era luchar hasta que el corazón se cansara. Me había despojado de todo por fin. Eso que estaba saboreando era la libertad, la vida. Empecé a imaginar finales de cine, cuando la actriz principal hace un monólogo hablando de su vida. Comenzaría con “Ella adoraba gritar, le gritaba a todo y a nada, supongo que quería sacar de su pequeño corazón todo el dolor que le habían metido. Y reía, reía demasiado, sobre todo por las mañanas al hacer café y asomarse por su ventana y ver el cielo azul. Hablaba con los gatos y bailaba en el pasillo, creo que siempre necesitó que alguien la admirara en esos momentos y dijera, “mi loca”. Estaba loca por vivir y cada día moría un poco más. Había decidido que su final tenía que ser memorable y ahora estaba ahí, sentada, el asfalto se derretía con sus ojos y el corazón dejaba de latir poco a poco. Pausado. Lento. Un vals con la muerte. Por fin era libre. Había aprendido a volar con sólo cerrar los ojos y había llegado su fin. Ese que tanto había imaginado. Azul, tenue. Las letras F, I, N fueron apareciendo bailando hasta colocarse en el centro de la pantalla. “

Terminé de escribir en aquella calurosa noche de verano y por fin recordé mi nombre. 

"y miras las calles
como otra orilla del mismo lado,
la esperanza es una hoja caída sin esfuerzo,
el retrato fósil de los charcos en las aceras
y el andar grisáceo de las sombras
en su hábitat natural de paredes y suelos."

Escandar Algeet

Ojos grandes, ojos tristes.


- Ojos grandes, ojos tristes. – Siempre me decías eso, yo por aquel entonces no entendía muy bien porque lo decías. Quizá entraba todo el mar en ellos. Todas las mañanas, mientras tú desayunabas yo me iba al jardín y arrancaba algunas margaritas, las colocaba en un jarrón improvisado y alegraba un poco la cocina. Pero mis ojos siempre estaban grises pese a lo grande que fuera mi sonrisa. Crecí, pero mis ojos siguieron con su tamaño y profundidad. Los buenos días eran verdes, un verde bosque, en el que podías perderte y nunca encontrarte. Y los días feos, tristes, se transformaban en un color madera. Madera hueca. Te fascinaba ese cambio y yo sólo quería que fueran verde-azules como los tuyos. Ser mar y campo. Aquel último día que te vi, me volviste a decir lo mismo, esta vez sin hablar. Me susurraste con la mirada que no querías que mis ojos fueran tristes nunca más. Y yo prometí que lo haría por ti. Pero a veces la vida me revuelve las entrañas y el tiempo no pasa. Y aquí no hay campo para coger algunas margaritas y alegrarme la vida. Ni tengo tus buenos días cuando me despierto. Ni los de nadie. Y mis ojos son un océano sin fondo. Grandes, tristes, esperando que algo les salve. Para que vuelvan a ser los más verdes del mundo, verde bosque, en el que puedas perderte y nunca encontrarte. 

"Me decías lo que media
entre tú y tu soledad,
es un trecho que no puedo abarcar."

Nacho Vegas.

Borracha de vida.



Escribir poesía en el puerto mientras un helado se derrite. Las gaviotas entonan su canto. El cielo se viste de fiesta. La soledad es una libreta llena de garabatos y el mar baila cuando nadie le ve. Volver a casa con el mar en la piel y restos de sueños en los ojos. Caminar despacio, pararme a hablar con algún gato y contarle que algunos días olvido de qué color es el cielo y tengo que ir al mar. Y ver el punto en el que se corta cielo y mar. Ese azul extraño, intenso, ese es el que me da fuerzas. El gato sonríe, asimila, y mueve la cola. Entiende todo lo que pasa por mis ojos. A veces necesito llenar la libreta de mi vida con atardeceres de colores y días especiales. Días que se marcan a fuego en el calendario y en el corazón. Necesito tumbarme en algún tejado y ver pasar la vida por encima de mis manos silenciosa. Perderme en la lectura de algún libro interesante que me enseña que podemos aprender a nadar solamente con cuatro cubos de agua. El olor a pura vida cuándo te zambulles en el mar y una ola te atrapa. El sonido de tu voz al otro lado del teléfono deseando tenerme cerca. Gastar la soledad hasta encontrarme contigo. Sonriendo. Al otro lado del puerto. Que llevas viendo dos horas como escribo, perdiendo la vista en el helado que se derrite. Que no queda nada más que un batido de poesía, gatos, azul cielo y una mirada que no quiere apagarse nunca. Que te dice: Quédate un poco más, y atrévete a memorizar el punto donde empieza el infinito. A mi lado.

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Lágrimas a punta de pistola.


Bajaba en el autobús, sentada en el mismo lugar de siempre, con la mirada perdida en las lágrimas que aún no habían salido de mis ojos. Los párpados pesaban. La vida pesaba. Los relojes caminaban lentamente, casi era medianoche. La hora del amor o de la tristeza. Los ojos se cerraron del todo. Por un momento aparecí en París. Estaba segura de que esas eran sus calles. Llovía, y caminaba bajo la lluvia sintiendo como la tristeza se iba, lentamente. No tenía paraguas ni lo necesitaba. Mi tristeza ya estaba en el Sena, y barcos llenos de luces la pisaban. Era noche cerrada. Los coches alumbraban de vez en cuando la acera con sus faros, y yo estaba ahí, en medio de la nada, en medio de la lluvia sintiéndome aliviada. Por fin había conseguido escapar. No tenía a donde ir, ni compañía, ni siquiera una voz que me escuchara. Pero ya no tenía nada que decir. Todo se lo había llevado la lluvia y a la mañana siguiente me despertaría en cualquier lugar, tranquila. Mi corazón necesitaba algo así. Un viaje en el espacio – tiempo a un lugar donde reinara el silencio, donde algo pudiera arrebatarme la pena de cuajo. Pero como todo, terminó. Volví a aparecer en el autobús, caminé hacia casa, y no era París, eran las calles más tristes del mundo. No llovía. El calor hacía que la pena se pegara aún más a mis entrañas. Ni siquiera había una luna a la que chillarle todo lo que tenía dentro. Supongo que tenía que llegar a casa, prepararme una sopa caliente, acunar las penas y esperar que llegara un nuevo día. Oviedo nunca sería París, pero sus calles de vez en cuando eran preciosas, y no podía olvidar eso. Ni eso, ni que la tristeza siempre acaba yéndose por debajo de la puerta. Supongo que la sopa caliente, un libro y las palabras me harían viajar de nuevo a algún lugar, bonito. En el que no cueste vivir. En el que no pese tanto la vida, ni los párpados.

(Ultimamente sólo se hablar de las calles de París. Mi página en Facebook por si aún no la conoces : http://www.facebook.com/pages/Voy-sin-musa-y-con-el-coraz%C3%B3n-a-voces/184871078226308)

Rutinas.



Las arrugas de aquella señora comprando el pan, caminando lentamente de regreso a casa. A preparar comida para dos y luego quitar el plato que sobra creyendo que está menos sola si pone la televisión. El telediario que anuncia inundaciones y un frío que pela este junio que parece febrero. Las arrugas en la sonrisa de la niña que está dejando de ser niña y besa como si no hubiera mañana. La primera vez del amor, arrancándote todos los principios y dejándote arrastrar a cualquier lugar. Amanecer en un portal muerta de frío entre sus brazos, conquistar obras a medio hacer y los baños de cualquier bar. Las arrugas del hombre de mediana edad que nunca tiene pan a la hora de comer y hace mucho tiempo que no sonríe de verdad. El que pasea buscando algo y no sabe el qué y al llegar a casa escribe que no tiene nada más que nostalgia. Las arrugas en el lomo del gatito que vive en el bajo de aquel edificio. El que adora el sol y se tumba a ver pasar las horas por su lomo mientras la señora que compra el pan le deja unos trocitos. El que se sube a la azotea a pensar alguna que otra cosa mientras la noche se vuelve naranja. Las arrugas en la falda de la chica que hoy quiere sorprender a un chico. Que ha preparado una cena increíble y luego se quitará la ropa esperando que le arranquen las arrugas de la soledad. Las arrugas de la frente del hombre que está en el hospital mirando desde su ventana, intentando atisbar algo de esperanza en el fondo del horizonte. Recordando cuándo cogía el coche y se perdía por carreteras rectas, interminables, recordando que era más libre que nunca y que esa libertad ya nunca será suya de nuevo. Las arrugas en mi frente, esta mañana cualquiera, en la que me siento en el parque a imaginar vidas. Rutinas. Que imagino bajo este sol que todo es posible y que tengo parte de cada personaje que imagino.


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