Intensa, eterna.


Tal era su obsesión por los recuerdos que tenía la casa llena de objetos usados por otras personas. El baúl de su tía Marie, lleno de postales sin remite ni sello. Cartas de amor sin destinatario. Marie estaba enamorada del amor. Al igual que su sobrina, que coleccionaba todo lo que encontraba. Ya no era una niña, pero aún creía en la magia. Y sabía que vivía en los libros, collares, en los recuerdos de las personas, allá donde había vida había magia. También coleccionaba gatos, aunque eso era más una pasión. Las tardes en aquella casa eran de lo más tranquilas, a veces se oía una máquina de escribir, un maullido, una ráfaga de aire que entraba por la ventana. Un poco de vida pasando bajo la puerta. Un amanecer entrando por el tejado. Había escogido la soledad como forma de vida y vivía entre libros, artilugios y gatos. Estaba claro que había amado. Como nadie y como nunca. Recuerda como las noches de viernes escogía tímidamente un vestido y unos zapatos, se pintaba los labios y se lanzaba a la calle. También como esas noches terminaban con besos en alguna esquina. Que creía en todas las promesas y se imaginó una vida entera junto a todos sus amantes. Y cada vez que amanecía con uno creía que iba a ser suyo para siempre. Que desayunarían tostadas cada mañana frente al mar. Al final siempre se quedaba sola, sin tostadas y sin mar, escribiendo sobre la pérdida y sobre como renacer. Y siempre renacía. Su ceremonia de renacimiento era siempre la misma. Se pasaba la tarde cocinando, preparaba la mesa con sumo cuidado, se ponía el mejor de sus vestidos y cenaba. Cena para uno, como decía ella. Tomaba vino y siempre terminaba danzando por casa. A la mañana siguiente era ella de nuevo. Otra de sus costumbres era visitar a los gatos callejeros. Cuando la vida pesaba demasiado, iba a pedirles consejo. Ellos contestaban mientras se relamían los bigotes. Sabios consejos los de aquellos habitantes de los tejados. Esta noche está sentada frente a la máquina de escribir, relatando otra de sus aventuras, la de cuándo aprendió a volar. Tiene un gato en el regazo. La luna entra por la ventana, la tetera está sonando, y los libros vigilan sonrientes su pelo. Ya tiene preparado el vestido del viernes. Quien sabe si se enamorará de nuevo, si desayunará tostadas con amor. Sonríe mientras escribe, y el gato se relame los bigotes. Será una buena noche.

6 comentarios:

  1. la foto de la playa es original.
    bonito cuento el de Marie. ;)

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  2. La soledad es una buena vía de escape. Pero ella no está sola. Dices que lo está, peor no es cierto. Tiene a sus gatos. A sus vestidos. A su barra de labios. Tiene mucho más de lo que hasta ella misma imagina. La próxima noche de viernes será igual que las anteriores. Porque ella misma lo quiere. No desea quebrar la rutina de cenas solitarias enfundada en sus mejores galas. No quiero atarse a nadie porque la variación de sus amantes la mantiene en vida. Es ella la que así lo elige. Quiere a su máquina de escribir en soledad. Si viviera en compañía de algún hombre dejaría de escribir. Y eso la mataría. La mejor compañía es la de un buen folio en blanco y un boli con tinta para rato. (Claro, que se necesita de personas para llenar esos folios).

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  3. no se si sueño... mientras escribo esto
    pero creo que no es una buena combinacion ser tan bénevola entre letras... cuando la soledad es la que me envuelve ultimamente

    pero nada cuesta soñar un poco....

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  4. ¿Sabes qué es lo que más me gusta de tu historia? Que ella no depende del amor. Lo busca, lo pasa bien y si no lo encuentra, busca uno nuevo. O una taza de te. O escribe en su máquina de escribir. O juega con sus gatos. Se tiene a ella misma y no convierte la soledad en un castigo, si no en una compañera. Eso es lo que de verdad hay que saber, que no es el amor o la muerte.
    me ha encantado. pero encantado con mayúsculas.

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  5. Ui.. siempre que entro aquí y me encuentro con esta música es algo realmente especial.
    Qué síndrome de Diógenes tan bello.

    Muuá

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