Había tanta soledad..

En aquella cafetería que hacía esquina se respiraba demasiada soledad. Una mujer apuraba el último sorbo de café, mientras en su cabeza pasaba fugazmente aquel verano. El verano en el que sonrió tanto que le salieron hoyuelos en la comisura de la boca. Le gustaba tumbarse en la hamaca de aquella piscina con los ojos cerrados. Como si el sol fuera a llenarle de vida por dentro. Había visto unos atardeceres preciosos desde la casa de la playa. Era su ritual favorito. Cuando caía el sol y el cielo se iba oscureciendo, se acercaba a la playa entusiasmada. Sabía que no importaba su soledad, ni nada, en ese momento se sentía completa. Justo en ese instante pensaba en los atardeceres, y que diferentes eran los de ciudad. Odiaba que los edificios los escondieran. Estaba harta de ir en su busca entre el tráfico. Justo a su lado, un hombre de bigote tenía la mente en blanco. Había conseguido borrar de su cabeza cualquier pensamiento. Tenía el antídoto para los recuerdos. Era muy sencillo, se concentraba en sus manos mientras repasaba una a una, las pequeñas lineas de la piel. En eso estaba cuando la mujer le miró. Con su mirada de atardecer de sal sobre el mar. Con sal en sus ojos. Con la tristeza de un recuerdo feliz. El siguió concentrado en sus manos, olvidando, olvidando que un buen día cambió de ciudad por un presentimiento. Algo le dijo que debía escapar, y eso hizo. Con la mala suerte de que desde ese momento, todas las mañanas dejaron de tener sentido. Ya no llevaba maleta, ni quería conocer nuevos sitios. Caminaba preso del tiempo. Mirando a sus manos, olvidando. El post-it de su nevera lo decía bien claro: Estás aquí para ser feliz. Eso le había escrito la mujer que estaba a su lado. La mujer que de tan conocida se convirtió en desconocida. Con la que compartió atardeceres al lado del mar, amaneceres en una cama llena de pétalos. (O sin ellos, que no hacen falta). La que mejor sabía hacer café y la que desde ese preciso instante no lo haría nunca más. Había tanta soledad. Soledad que nacía de sus manos, y brotaba de su silencio. En aquellos atardeceres desdibujándose, los corazones escondidos entre las sábanas de aquel hotel desapareciendo para siempre. Había tanta soledad, en sus manos, en sus ojos. Sal recorriendo su rostro e inundando la ciudad. Había tanta soledad en aquella ciudad, los coches tocando el claxón, la carretera inundada por la lluvia, la nostalgia colgándose del tejado. Instalándose e inundándolo todo. Recorriendo todas las calles hasta llegar al mar. Contagiándolo de la nostalgia que sienten los enamorados cuando lo ven en soledad, y ya no consiguen ver a nadie al otro lado del mar.

5 comentarios:

  1. espero que puedan encontrar pronto el camino a casa. quizá el señor debería dejar de mirarse las manos y mirarse los pies, para volver a caminar :)

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  2. el mar siempre es el mejor lugar para desaguar los sueños rotos y la soledad, pero seguro que también le ayuda a encontrar alguien con quien compartir ese café :-)

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  3. Las visitas casuales a la soledad son buenas.

    Saludos,

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  4. hay mucha soledad, pero también cientos de sonrisas escondidas por allí, y se que tienes millones :)

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  5. que conste que es solo porque te tengo un poquito de cariño pero tienes un premio en mi blog
    :)

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