

Era experto en sonreir y en convertir los momentos en increíbles. Nunca planeaba nada,
tan sólo se dejaba llevar por los impulsos del corazón, que por cierto, era el más puro que había visto hasta ese momento. Lo que más le gustaba hacer los domingos era correr por las calles, escapando del tiempo. Los lunes bajaba a la playa con su libro favorito y se perdía entre vidas ajenas entre salitre y arena. Le encantaba dormir en las camas de Ikea y ver como la gente se asustaba al pasar. Era un loco, un loco que adoraba vivir desde el primer segundo de la mañana hasta el último de la noche. Compañero de aventuras, de conocer habitaciones ajenas y colonizar mundos. En Italia me confesó que adoraba el Café Latte y nos hicimos íntimos amigos del té al limón. Compartimos días, noches, los mejores abrazos en los mejores lugares. Me encantaba su aspecto desaliñado y sus camisas de cuadros, sus vaqueros rotos por los que se colaban los mejores momentos del día. Me encantaban sus ojos mirándome escuchando cada una de las historias que tenía que contarle. Me regaló los mejores momentos de mi vida, los más mágicos, pasábamos los días entre matrículas de coche capicúas y cámaras de fotos de plástico que retrataban los besos más tiernos. Escapándonos de la rutina. Tengo que decir que sus mejores besos siempre eran entre agua de mar, mientras me enseñaba a nadar por si algún día tenía que escapar de las sirenas o de los tiburones. Había una vez un chico que tenía magia en las manos y en la mirada, un tal Joel que hacía a Clementine la más feliz del mundo.
Feliz cumpleaños Joel. Sólo tengo ganas de crear nuevos recuerdos a tu lado. Conquistar todos
los mundos. Besarte todos los días de mi vida.
Te quiero para siempre.