Todas las tardes un avión sobrevuela el autobús de la que vuelvo a casa. Y yo vuelo con él. Esta tarde me tumbé a mirar el cielo con un libro, y parece que he tenido que cambiar de vida y de calles para aprender a valorar esos pequeños instantes de felicidad. Ahora que llego a casa y hay vida, y me levanto antes de qué salga el sol y voy bailando observando las calles, ahora que todo cuesta menos. Que sonrío a todas horas y los ojos me brillan. Ayer escribi:" Hemos dado tantas vueltas que nos hemos perdido en algún momento del camino. No se qué seremos, no se si las heridas se curan con mar, si estamos muertos. Intento matar la incertidumbre con palabras y atardeceres y esta ciudad tan pronto te mata como te devuelve la vida. No se. Ahora sólo pienso en trenes y huidas y busco ese instante de lucidez en el que destruya todo y me arranque las heridas". He vuelto un par de veces a la librería de aquella vez, los libros siguen llenos de polvo, y yo sigo teniendo las mismas ganas de comerme el mundo. No estabas. Solo estaban mis manos y mis ojos cansados buscando alguna palabra que me salve. Y lo hicieron. Y al volver a casa el avión sobrevolaba los tejados, el gato de la vecina se estiraba en la ventana, y en esa aparente calma revoloteaba la felicidad. Los pequeños instantes.
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Hola, tus textos enganchan bastante. Bonitas fotos, poseen mucha personalidad al igual que tu blog.
ResponderEliminarMuy bueno. Saludos
ResponderEliminarEsa ciudad no parece mucho más luminosa que la del norte entre montañas, pero supongo que cambiar de aires de vez en cuando viene muy, pero que muy bien.
ResponderEliminarUn besito
(hola, quería avisarte de que te he nominado en mi blog para impulsar blogger, si quieres puedes mirar más información aquí: http://lasvoragines.blogspot.com.es/2014/04/liebster-awards.html)
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